Los bombardeos de Estados Unidos (EE. UU.) en el Caribe contra lo que llaman “narcolanchas” y la aproximación de la armada estadounidense a aguas venezolanas es en realidad una cortina de humo para ocultar el verdadero propósito.
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“Por todas partes veo confabulaciones de los ricos que, bajo pretexto y en nombre del bienestar nacional, buscan su propio beneficio”, escribió Thomas Moore, uno de los grandes nacionalistas irlandeses y sus palabras las publicó John A. Hobson en su libro Imperialismo, muy apreciado por Lenin. Han pasado 173 años desde la muerte de Moore y pareciera que, en ese sentido, la historia no se hubiera movido y su pensamiento siguiera siendo trágicamente actual. Los plutócratas de Ucrania, estrechamente aliados y protegidos por los del Occidente colectivo, ambicionando conjuntamente las riquezas naturales de Ucrania y, sobre todo, de Rusia, han causado una gran desgracia a los habitantes de Ucrania de la que tardarán varias generaciones en recuperarse.
En esta última y más reciente etapa de la historia de Ucrania, que toma fuerza con la desintegración de la Unión Soviética, la “mayor catástrofe geopolítica del Siglo XX”, según palabras de Vladimir Putin, apareció la posibilidad muy real de ampliar el dominio imperialista a los países de Europa Central y del Este que habían sido socialistas, cercar a Rusia, preparar, y en su momento llevar a cabo, un asalto final y apoderarse de los inmensos recursos del país más grande del mundo.
Cuando los pérfidos líderes occidentales se disponían a tomar posesión de la República Democrática Alemana, en 1990, le prometieron verbalmente a Mijail Gorvachov, entonces dirigente de la moribunda URSS, que la agresiva alianza militar que era (y sigue siendo) la OTAN, no incorporaría nuevos países a sus filas para ampliarse hacia el Este, es decir, hacia Rusia. Pero como las palabras se les lleva el viento, la admisión por parte de Gorbachov de un acuerdo que claramente no se cumpliría, ha pasado a ser uno de los mayores errores… o traiciones políticas –el debate persiste– de toda la historia de la humanidad.
El caso es que, en 1999, la OTAN incorporó a Polonia, a la República Checa y a Hungría; en 2004, a Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Rumania, Estonia, Letonia y Lituania; entre 2009 y 2020 a Croacia, Albania, Montenegro y Macedonia del Norte y, todavía, Finlandia y Suecia se unirían en 2022, después de iniciada la intervención de Rusia en Ucrania. La culminación de estas peligrosas acciones de la OTAN es fundamental para entender los acontecimientos posteriores que ocasionaron la Operación Militar Especial de Rusia para desmilitarizar y desnazificar a Ucrania.
En efecto, faltaba Ucrania, el país más grande de todos los que se habían incorporado en los últimos años a la órbita y el control de la OTAN, el más grande de Europa también y, por si eso fuera poco, el que tiene, con mucho, la frontera más extensa con Rusia. Se intensificaron los preparativos para incorporarla a la agresiva alianza militar en la que los miembros se comprometen a hacer suyo cualquier conflicto bélico en el que se vea envuelto cualquiera de sus miembros. La amenaza de un ataque contra Rusia era evidente. Pero había que derribar varios obstáculos todavía.
En noviembre de 2013, el presidente de Ucrania, Víktor Yanukóvich, se negó a firmar un Acuerdo de Asociación con la Unión Europea (paso previo para ingresar a la OTAN), porque no quiso romper las relaciones con Rusia. Había que hacerlo a un lado y desde Washington se instrumentaron las medidas para llevar a cabo (aunque el nombre ya no se usó por desprestigiado) una nueva “revolución de colores” que comenzó en Kiev, la capital, con protestas muy violentas, auténticas embestidas a las fuerzas encargadas de mantener el orden y la seguridad, que divulgaban propósitos atractivos para la población y para la opinión pública mundial, como la lucha contra la corrupción, el respeto a los derechos humanos y el acceso al poder para la ciudadanía.
El procedimiento funcionó y para el 22 de febrero de 2014, los provocadores ya contaban con decenas de muertos para esgrimirlos impúdicamente ante el mundo; se lanzaron contra los edificios gubernamentales y cayó el gobierno de Yanukóvich. A pesar de que nunca hubo dudas acerca de la participación del dinero, la propaganda y hasta la de funcionarios norteamericanos en persona, de acuerdo con el manual, los hechos se hicieron pasar como una conquista ciudadana y se dieron a conocer como las heroicas jornadas del Euromaidán o simplemente Maidán.
El nuevo gobierno que surgió se dio a la tarea de destruir las viejas y hondas raíces de unión que tenían los pueblos ruso y ucraniano para remover todos los obstáculos que impidieran que Ucrania pasara a formar parte del bloque de la OTAN y aceptara y hasta anhelara el asalto contra Rusia. Se aprobaron leyes para restringir el amplio uso del idioma ruso, se redujo el número de escuelas rusohablantes y se inició una persecución criminal contra la Iglesia Ortodoxa Ucraniana porque mantenía relaciones fraternas con la Iglesia Ortodoxa Rusa. Consecuentemente, en el Este del país, en el Donbás y en Crimea, de donde han sido la inmensa mayoría las personas que hablan ruso y son descendientes de rusos, comenzaron las protestas de resistencia.
El dos de mayo de 2014, como una muestra clara de las “conquistas” libertarias del Euromaidán, decenas de personas de origen ruso fueron sitiadas, encerradas y quemadas vivas en la Casa de los Sindicatos de Odesa, en donde se habían refugiado por los ataques de los exacerbados nacionalistas ucranianos. Se formaron y oficializaron batallones abiertamente fascistas que con todo el apoyo oficial la emprendieron contra la población de origen ruso y rusoparlante de Ucrania que, según estimaciones, llega al 50 por ciento de la población; datos precisos aparte, baste decir en este sentido que el propio presidente de Ucrania, surgido del Maidán, Vladimir Zelenski, es rusoparlante de nacimiento y ya adulto tuvo que aprender ucraniano para desempeñar su cargo.
Se formalizó la embestida antirrusa con ataques armados y bombardeos contra la población del Este de Ucrania y ya llevaba ocho años causando devastación y muertes, cuando la República Federal de Rusia, en febrero de 2022, emprendió la defensa de sus hermanos del Donbás, la desnazificación, el desarme de Ucrania y el compromiso de no llevar la OTAN hasta sus fronteras, en una palabra, el desmantelamiento de la gravísima amenaza que significaban para su población y su territorio las maniobras del imperialismo en Ucrania.
Poco menos de cuatro años más tarde, los plutócratas de Occidente y sus títeres de Ucrania están a punto de perder la guerra y tendrán que olvidar, o por lo menos posponer, sus sueños de apoderarse de los recursos naturales de Rusia. La población ucraniana está harta de sacrificar a sus hijos en una guerra que no es la suya, los muchachos y las muchachas se rehúsan, resisten con jalones y gritos estremecedores los secuestros en las calles para incorporarlos a madrazos al ejército (y nadie ha visto a los jóvenes del Maidán acudir en su defensa) y, consecuentemente, muchos se han marchado del país, al grado de que ya hay casi seis millones de ucranianos que, desdichados, deambulan en Europa. Los batallones ucranianos en el frente se rinden cada vez con más frecuencia y, si bien es cierto que no existen datos oficiales, se habla de por lo menos cien mil muertos.
Los autores intelectuales del desastre ya casi no envían armas ni dinero. “El presidente de EE. UU., Donald Trump, ordenó suspender temporalmente toda la ayuda militar a Ucrania hasta que el gobierno de Kiev “demuestre un compromiso de buena fe con la paz”, según informaron funcionarios de la Casa Blanca a medios estadounidenses” (BBC News Mundo, cuatro de marzo de 2025). Y se entiende bien la reacción si tomamos en cuenta que la cúpula política y militar ucraniana no sólo ha fracasado, sino que le ha estado dando manotazos al cajón.
Apenas se descubrieron dólares recién llegados de EE. UU. en poder de funcionarios ucranianos y está en curso una amplia investigación por ésos y otros hechos que involucra a varios secretarios de Estado y a un socio y muy amigo del presidente al que le dicen –quién sabe por qué– la billetera de Zelenski. “El análisis de una imagen de los fajos de dinero de la Reserva Federal de EE. UU. que no han estado en circulación, con marcas auténticas de los bancos de la Reserva Federal de Atlanta y Kansas City, representan billetes recién emitidos, no destinados a la circulación inmediata; este tipo de embalaje está destinado a transferencias interinstitucionales y su presencia en Ucrania indica una redirección no autorizada de fondos en la cadena de suministro”, se lee en un comentario de especialistas financieros de EE. UU. en el portal Geoestrategia del 12 de noviembre. En fin, los ricos aventaron a la guerra a los ucranianos, los robaron y los abandonaron. Ésos son los saldos del Maidán.
Por aquello de que más vale un grito a tiempo que cien después, no hay duda, estamos ante elocuentes lecciones para los pueblos del mundo, incluido el mexicano.
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Escrito por Omar Carreón Abud
Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".