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Una semana después del atentado contra el expresidente Donald J. Trump no se tiene información sobre los autores intelectuales y los móviles políticos de la agresión. Conjeturas, elucubraciones, explicaciones lógicas y fantásticas se han multiplicado; y no han faltado algunas suspicaces que consideran el acontecimiento como una farsa, un montaje publicitario y electorero para impulsar al candidato republicano y asegurarle el triunfo en su carrera hacia la presidencia de Estados Unidos (EE. UU.) en los comicios que se efectuarán en noviembre próximo.
En tanto los investigadores profesionales encargados del caso no informan al mundo quiénes son los autores intelectuales del atentado ni esclarecen sus implicaciones políticas, tendremos que razonar por nuestra propia cuenta, valiéndonos de los datos que la realidad nos ha proporcionado. Podemos estar seguros de que ese hecho es parte de la vida cotidiana de aquel país, caracterizado por la violencia. El régimen económico y social imperante en EE. UU. es el verdadero culpable de ese atentado y de la inmensa mayoría de los actos violentos que ocurren en la superpotencia y en los demás países que se relacionan con ella.
No se trata aquí de abordar todos los aspectos de la violencia que caracteriza al capitalismo, pero es indispensable hablar acerca de uno de ellos, que es la falta de escrúpulos y la indiferencia de los capitalistas acerca de los efectos nocivos de las mercancías que fabrican: estupefacientes y armas, por ejemplo.
La venta de armamento es un fructífero negocio; las más perfectas y mortíferas armas dejan fabulosas ganancias a los capitalistas que, por lo tanto, destinan cuantiosas inversiones a este ramo de la producción, cuyo comercio no sólo es internacional. Al interior de EE. UU., el mercado de armas es ilimitado, produce increíbles ganancias y el gobierno imperialista le brinda protección.
Ningún país puede envidiar el nada honroso título de ser el más violento de la Tierra que en menos de un siglo se ha ganado la primera potencia imperialista por llevar a cabo masacres de civiles, cacerías de migrantes, invasiones, bombardeos, saqueo de recursos naturales, financiamiento de conflictos externos, apoyo a gobiernos extremistas y genocidas, etc. Con todo esto se ha ganado la condena y el repudio de un gran número de naciones; el ejemplo más claro es el clamor mundial para que el gobierno estadounidense suspenda el apoyo militar al gobierno de Israel en su campaña de exterminio contra el pueblo palestino.
No es casual que los actos de violencia individual y colectiva abunden en todos los estados de la Unión Americana. La venta ilimitada de armas ha generado violencia ilimitada de índole religiosa, política o xenofóbica. En esto, EE. UU. también es campeón mundial. Siendo el principal productor y proveedor de armas en el mundo, también alberga al mayor número de compradores de armas; la violencia se ha propagado tanto, que existen estudios científicos que describen la gravedad del fenómeno y la urgencia de que toda la sociedad estadounidense tome cartas en el asunto antes de que esta situación la conduzca a su fin. Eso es de lo que trata hoy, con detalles ilustrativos, nuestro Reporte Especial.
Queda claro entonces que el atentado contra Trump es parte de la violencia generalizada en su propio país; y que la violencia está íntimamente ligada al afán de lucro de las gigantescas empresas que se benefician con este mortífero negocio y que son la esencia de la etapa superior del capitalismo.
El paquete contempla misiles, más municiones aire-tierra y otros equipos para apoyar los F-16 ucranianos.
El capitalismo corporativo usa actualmente su estructura mediática para encerrar a la verdad y al conocimiento científico; difamar, censurar, manipular a las audiencias; dividirlas, paralizarlas e informar únicamente lo que beneficie al lucro de las élites.
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Escrito por Redacción