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Tribuna Poética
Gaza, de Saúl Ibargoyen
El nueve de enero, a los 89 años, finalizaba para siempre el exilio del poeta y escritor uruguayo-mexicano Saúl Ibargoyen.


Un año de despedidas en el mundo de las letras fue 2019. El nueve de enero, a los 89 años, finalizaba para siempre el exilio del poeta y escritor uruguayo-mexicano Saúl Ibargoyen (1930), perteneciente a la que el crítico e historiador literario Ángel Rama incluyera en La generación crítica (1939-1969).

Saúl Ibargoyen llegó del Uruguay en 1973, tras el golpe de Estado y la disolución de las cámaras de Senadores y Representantes, que dio paso a la dictadura militar promovida por el presidente Juan María Bordaberry, (régimen que se prolongaría hasta 1985); en 2001, el poeta se naturalizó mexicano.

“Fue director y coordinador del sello y revista Aquí Poesía, Montevideo; jefe de redacción y subdirector de la revista Plural (2ª época), México. Colaborador de Aquí Poesía, El Entrevero, Archipiélago, Tinta Seca, Casa de las Américas, Excélsior, Plural y otras. Co-fundador de la revista mexicana Archipiélago. Fue maestro en la Escuela de Escritores de SOGEM y editor de la Revista de Literatura Mexicana Contemporánea publicada por acuerdo entre Ediciones Eón y la Universidad de Texas en El Paso, EE. UU. (Enciclopedia de la Literatura en México, Fundación para las Letras Mexicanas)”.

Más de 45 títulos forman su abundante y multipremiada obra, entre los que figuran El libro de la sangre (1959), Un lugar en la tierra (1960), Viento del mundo (1971), Patria perdida (1973); Exilios (1978); El silencio y la furia (1981); El sonido del tiempo (1981); La sangre interminable (1982); Basura y más poemas (1991), La última bandera (1995), Poeta en Mexico City (1996), El escriba de pie (2001), por el que recibiera el Premio Iberoamericano Bellas Artes de Poesía Carlos Pellicer; Grito de perro (2001), Rojo es el silencio: poesía reciente (2007), Sangre en el sur: el fascismo es uno solo (2007) y El gran cambalache (2016), del que hoy tomamos su poema Gaza, que dedica A la Nación palestina y a los israelíes y judíos pacifistas, fijando así su postura no a favor de un pueblo contra otro, sino en rechazo al imperialismo, responsable de la masacre.

Es otra esa lejana carne que duele

con un sufrir que tal vez no espera

o que en un quizá sin fecha alguna

un bicho apegado a la tierra 

al escarbar entre hierbas hojas bayas

y raíces resurrectas descubrió.

Las noticias de ese redolido dolor

muestran las reiteradas ruinas 

y sus fibras de humo sangriento

las llagas renovadas en arterias de ceniza

los idiomas sagrados mintiendo

con sus lenguas negras.

Los cantores ya hicieron alabanza

del estrecho desierto amarillo

de la verde sal acumulada entre las piedras

de la sombra que el cernícalo

hace arder en el crepúsculo

de la ácida señal de los chacales

del perdido caminar de los asnos salvajes

de la frágil paloma y la dientuda langosta

y el usado cordero de los holocaustos.

Pero ningún cantor ha dicho

de la carne agobiada por un dolor distinto

como un ajeno sufrir en carne de otros.

Porque no hay flauta ni cítara

ni atabaque ni vihuela que entreguen

ninguna melodía en dirección

de la bermeja polvareda

que las exactas bombas desatan

con su fuego purulento.

Habrá quienes rechacen

el dolor de lo más íntimo animal

el que congela médulas y endurece

flemas y lágrimas

el que no acepta las razones de esa especie

buscadora de una razón

para extender el exterminio.

Habrá quienes clamen que todo ese sufrir

es un pretexto para quemar las banderas de Sión.

Los cantores deben tejer sus verdades de aire

encontrar el verbo más propio

que tal vez los niegue o contradiga.

Es que no hay verdad que logre

su raigal verdad

sin un cántico abriéndose

al hueso carcomido por el fósforo blanco

al hilo umbilical entre madre huérfana

y feto claudicante.

Porque otra carne debe doler

en la aérea salivación de los recitadores

en el hálito de quien no pudo enviar

sus misiles absurdos.

Y nosotros en medio de las voces de los truenos

del hedor de un ínfimo martirio universal 

aún sabemos que no existen sábanas que no se manchen

ni existen soberbios poderes

que un viento de abajo no destruya.

Casi se cumple una década de esta denuncia y el genocidio sigue en marcha, sin que las múltiples voces que se alzan en todo el orbe alcancen a detenerla. Ya lo dijo Ibargoyen, entrevistado por su coterráneo Tomás Andreú, es necesario algo más que poemas: “en verdad, las luchas liberadoras y democráticas se dan abajo, desde el barro social, como alguien dijo. Si los poetas son sensibles a esa lucha y la acompañan del modo que sea, con o sin versos, habremos avanzado bastante”. 

 


Escrito por Tania Zapata Ortega

Correctora de estilo y editora.


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