La cantata Santa María de Iquique (1969) no se limita a la simple enumeración de los hechos, es un llamado a las generaciones venideras a no olvidar esta injusticia.
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Lejos de la sensiblería consumista en que se ha convertido hace tiempo la celebración a las madres en México y América Latina, la figura materna alcanza un altísimo nivel, casi místico, podríamos decir, en los versos del chileno Efraín Barquero (Teno, tres de mayo de 1931– Santiago, 29 de junio de 2020); pero el poeta no entona loas frívolas para celebrar el solo acto de procrear, él canta a la Madre Proletaria, la que da vida en medio de la miseria, el dolor, el hambre y la oscuridad, desprendiéndose hasta del último mendrugo para criar a los futuros libertadores de su pueblo; con sus manos sustenta, protege y alienta la labor revolucionaria, se incorpora a ella y, aun en la adultez, cuida de los combatientes: es la madre del héroe y es un faro en las luchas libertarias.
Qué terriblemente hermosa es una madre del pueblo,
crucificada y coronada por sus ávidas raíces,
apagada y encendida en sus frutos recientes,
terminada y agrandada por sus nuevos caminos.
Qué túnica de amor para el dolor más grande.
Qué luna de arpillera para la pobreza más negra.
Qué joya de abnegación para la mano más sola.
Qué collar de alegría para la casa sin fiesta.
Abarca toda la tierra al ir con su fuente y su ternura
de su recién nacido a su hombre que es minero.
Su canción de cuna es lo único que come,
subir y venir es lo único que busca,
su hijo por venir es lo único que aguarda,
la rosa del pezón es lo único que riega.
Qué brasero demorado para los largos inviernos.
Qué rescoldo de sangre para las ropas mojadas.
Qué mesa extendida para las bocas hambrientas.
Qué sahumerio de llanto para ahuyentar a la muerte.
Qué guirnalda de hierro para mellar la tristeza.
Qué canasta de gracia para multiplicar los panes.
Qué corazón más dulce para mecer los hijos.
De ti me desarraigo para andar por el mundo,
pero en cada recodo me tuerces tu bufanda,
en cada caída me lames con el musgo,
en cada rostro me quieres comprender,
y en cada indecisión tú me estrechas el cerco.
¡Madre mía, madre del pueblo, corazón y raíces!
¡Madre tuya, madre terrestre, corazón y racimos!
¡Madre de esta hora difícil, corazón y corceles!
¡Madre de la sangre caída, corazón y palomas!
¡Madre de toda la esperanza, corazón y arcoíris!
Madre en la bandera, en esta roja bandera,
en esta ancha bandera,
cortada con las mismas tijeras de fuego
con que hiciste los pañales de tus recién nacidos.
Madre en la lóbrega casa de los desterrados,
en el refugio ardiendo, en la puerta quebrada.
Madre en el vendaje blanco de los héroes heridos,
en el corazón del pan, en el vaso de agua.
Madre en el mitin como un instinto de hierro,
como lazo de sangre, como plumas de águila.
Madre en la brecha roja de los días
como extensión de amor y escuelas blancas.
Madre en la cintura severa de la ira,
en el puño cerrado, en el brillo del arma.
Madre en la primera piedra libre.
Madre esperándonos desde nunca y por siempre
¡Allá en la libertad como una estatua!
La cantata Santa María de Iquique (1969) no se limita a la simple enumeración de los hechos, es un llamado a las generaciones venideras a no olvidar esta injusticia.
Es el caso de Canto de venganza, del poeta chileno Francisco Pezoa, escrito poco después de la masacre de huelguistas perpetrada por el ejército el 21 de diciembre de 1907, en la escuela Santa María de Iquique, por órdenes del gobierno de Pedro Montt.
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Desde sus versos se propone hacer un retrato fiel de la realidad.
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Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.