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Condenado a muerte en tres ocasiones y preso político durante 23 años, el poeta Fernando Macarra Castillo, Marcos Ana, pasó su juventud en las mazmorras del franquismo en lo que se considera la prisión política ininterrumpida más prolongada de ese oscuro periodo.
No era aún mayor de edad cuando ya había participado como combatiente republicano, afiliándose al Partido Comunista. A los 19 fue detenido, trasladándolo a los campos de concentración de Albatera, en Alicante, de donde se fugaría sólo para ser capturado nuevamente y sometido a tortura durante 43 días, para luego enviarlo a las cárceles de Porlier, Ocaña, Alcalá de Henares y, finalmente, al penal de Burgos, donde permaneció 15 años, hasta que sus poemas traspasaron los muros de la celda, provocando el clamor mundial, exigiendo la amnistía de los rehenes de la dictadura, campaña en la que participaron destacados intelectuales revolucionarios como Pablo Neruda, Rafael Alberti y Pablo Picasso.
Muy joven había comenzado Marcos Ana a escribir, pero fue en la cárcel donde su poesía combatiente se convirtió en la voz de los revolucionarios españoles represaliados y cautivos.
Salió de la prisión a los 42 años y pasó al exilio en Francia, convirtiéndose en un referente de la lucha por la amnistía de los presos políticos españoles y pronunciando conferencias en apoyo a los opositores al franquismo.
Autor de Poemas desde la cárcel (1960); España a tres voces (1961); Las soledades del muro (1977); Poemas de la prisión y la vida (2011); de la obra autobiográfica Decidme cómo es un árbol. Memoria de la prisión y la vida (2007); y de Vale la pena luchar (2013), falleció en 2016 a los 96 años.
Romance para las doce menos cuarto (Noche vieja en la prisión de Burgos) es uno de sus más logrados poemas. La llegada de un nuevo año impulsa al poeta a arengar bravíamente a sus compañeros de desventura, instándolos a mantener vivo su espíritu indómito y no doblegarse jamás ante la tiranía, manteniendo la frente en alto hasta el último aliento.
Camaradas, a las doce,
todos los pulsos en hora;
que suenen como campanas
en una campana sola.
Que fundan los corazones
en un corazón y todas
las ramas del pulso sean
árbol de luz en las sombras.
Amigos, todos en pie:
sobre las montañas rojas
de nuestra sangre sin yugos,
la voz erguida en la boca.
Si alguno siente que tiene
las alas del pulso rotas
¡que las componga!, a las doce
todos los pulsos en hora.
¡Oíd, yunteros del alba!
¡Oíd, pastores de auroras!
para conducir el día
hacen falta caracolas
con dura canción de ríos;
que en las manos creadoras
vayan firmes las cayadas;
ir apartando las horas
y derribando la esfera
donde el tiempo nos destroza.
Hay que hacer nudos al alma,
dejar huellas en las rocas,
esconder la espuma, el junco,
la breve luz de las hojas
donde la Luna se duerme…
¡Ser ascua vertiginosa,
piedra viva, monte y río,
corazón de cada cosa!
Camaradas, a las doce
todos los pulsos en hora.
Si arena tienen los tuyos;
si grietas tu voz, ya ronca
de golpear contra el muro;
amigo, si te desplomas
como una hierba apagada,
bebe en la arteria sonora
de tu bandera, en la herida
de tu pueblo, en cada gota
de su sangre fusilada.
Sube desde tu derrota;
desde tu cruz sumergida,
como un relámpago a proa;
desde tus huesos al pulso,
desde la raíz más honda
firmemente a la palabra
donde la fe se enarbola.
¡Despierta el rayo dormido
que en tu corazón reposa.
Camaradas a las doce
todos los pulsos en hora.
A las doce todos uno.
Las campanadas redondas
con las hogueras del pulso
formen una sola antorcha.
Almas de acero encendido
que al mismo viento tremolan,
forjan el día en un yunque
de dolor, con recio aroma
de amaneceres que nadie
podrá arrancarnos.
No hay tromba
de paredones, ni balas,
ni rejones, no habrá sogas
capaces de hacernos bueyes:
¡nuestro cuello no se dobla!
Miradnos aquí, miradnos,
mientras los muros sollozan,
cruzar el año, cantando,
rompiendo “noche española”,
acariciando los hombros
de un crepúsculo sin costa.
Miradnos aquí, miradnos,
mientras los muros sollozan,
siempre de pie, sin rodillas,
como encinares de gloria.
¡Camaradas, a las doce,
todos los pulsos en hora!
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El poeta Fernando Macarra Castillo, Marcos Ana, pasó su juventud en las mazmorras del franquismo en lo que se considera la prisión política ininterrumpida más prolongada de ese oscuro periodo.
Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.