Tribuna Poética
Canto de venganza o en memoria de los Mártires de Iquique
Es el caso de Canto de venganza, del poeta chileno Francisco Pezoa, escrito poco después de la masacre de huelguistas perpetrada por el ejército el 21 de diciembre de 1907, en la escuela Santa María de Iquique, por órdenes del gobierno de Pedro Montt.
Fuera del esplendor palaciego y al margen de la elegancia de los parlamentos burgueses, la poesía recupera la misión que le dio vida: expresar los más profundos sentimientos humanos, dar voz al dolor de los pueblos y convertirse en arma de lucha contra la injusticia y la opresión, sirviendo de guía a comunidades enteras. Es el caso de Canto de venganza, del poeta chileno Francisco Pezoa, escrito poco después de la masacre de huelguistas perpetrada por el ejército el 21 de diciembre de 1907, en la escuela Santa María de Iquique, por órdenes del gobierno de Pedro Montt.
Los huelguistas permanecían confinados en la escuela Santa María de Iquique para impedirles manifestarse. Acompañados de sus esposas e hijos, y de forma pacífica, exigían un alto a la feroz explotación a que estaban sometidos: extenuantes jornadas de trabajo, nulas medidas de seguridad, mísero pago con fichas de racionamiento alimenticio, hacinamiento en barracas insalubres y ausencia total de derechos laborales; y encontraron la metralla como respuesta, en uno de los más conocidos episodios de represión contra los mineros chilenos de aquella época. El saldo, minimizado por el gobierno y después relegado al olvido, fue de tres mil 600 muertos, incluidos mujeres y niños
Construido en cuartetos endecasílabos, Canto de venganza se convirtió en canción y, con el nombre de La pampa o En memoria de los Mártires de Iquique tuvo amplia difusión en los mítines obreros posteriores a la brutal represión y recopilado en numerosos cancioneros socialistas durante la primera mitad del Siglo XX. En él se explican los motivos de la huelga, la inhumana explotación de los mineros para enriquecimiento de la burguesía nacional y extranjera y se exige castigo para los autores materiales de la masacre y sus beneficiarios, los propietarios de las minas y el Estado a su servicio.
Canto a la pampa, la tierra triste,
réproba tierra de maldición,
que de verdores jamás se viste
ni en lo más bello de la estación
En donde el ave nunca gorjea,
en donde nunca la flor creció,
ni del arroyo que serpentea
el cristalino bullir se oyó.
Año tras año, por los salares
del desolado tamarugal,
lentos, cruzando van por millares
los tristes parias del capital.
Sudor amargo su sien brotando,
llanto en sus ojos, sangre en sus pies,
los infelices van acopiando
montones de oro para el burgués.
Hasta que un día como un lamento
de lo más hondo del corazón,
por las callejas del campamento
vibra un acento de rebelión.
Eran los ayes de muchos pechos,
de muchas iras era el clamor,
la clarinada de los derechos
del pobre pueblo trabajador.
Baldón eterno para las fieras
masacradoras sin compasión,
quedan manchadas con sangre obrera
como un estigma de maldición.
Pido venganza para el valiente
que la metralla pulverizó,
pido venganza para el doliente
huérfano y triste que allí quedó.
Pido venganza por la que vino
tras de su amado su pecho a abrir;
pido venganza para el pampino
que como bueno supo morir.
Vamos al puerto, dijeron, vamos
con su resuelto noble ademán,
para pedirle a nuestro amos
otro pedazo no más de pan.
Y en la misérrima caravana,
al par que el hombre, marchar se ven
la amante esposa, la madre anciana
y el inocente niño también.
Benditas víctimas las que bajaron
desde la pampa llenas de fe,
y a su llegada lo que escucharon,
voz de metralla tan solo fue.
Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.