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El hoyo (I de II)
Las distopías, en esencia, orientan a los espectadores en ese mismo sentido, es decir, al conformismo.
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Nunca he simpatizado con el cine distópico, entendido este como el que nos plantea la existencia de sociedades –normalmente del futuro– en las que la humanidad (o, en su defecto, algunas sociedades) funcionan con regímenes dictatoriales y sumamente opresivos. A mi modo de ver, las distopías sirven para hacer creer al público espectador –que se cuenta por cientos y a veces por miles de millones de seres humanos– que el orden social vigente, con todos sus defectos, injusticias, abismal desigualdad social, etc., es mucho mejor que las sociedades tiránicas y asfixiantes que pueden sustituir a la sociedad de libre mercado que ha existido durante siglos y que ahora, en su fase imperialista, se ha vuelto más injusta y expoliadora de las capas trabajadoras del globo.

La literatura y el cine distópicos tienen una profunda semejanza con muchos filmes del llamado “cine negro” que floreció en las décadas de los años 40 y 50 del Siglo XX, sobre todo en Estados Unidos (EE. UU.). Un cine que ofrecía historias “realistas” en las que los personajes sufrían los embates del “implacable” destino, el cual no era posible eludir y que, por tanto, condenaba a los personajes al fracaso, al derrotismo y al conformismo. Las distopías, en esencia, orientan a los espectadores en ese mismo sentido, es decir, al conformismo, al rechazo a cualquier modificación del orden social; pues insufla la idea de que la sociedad puede caer en los profundos hoyos oscuros de un futuro tiránico y que es mejor la sociedad actual. Esta idea ayuda a mediatizar la inconformidad y el deseo de cambiar el mundo.

El hoyo es una cinta distópica, filmada por el realizador español Galder Gaztelu-Urrutia en 2019, cuyo éxito en el público ha sido sobresaliente. Es muy probable que ese éxito se haya incrementado en los últimos meses debido a que millones de seres humanos, ahora con la pandemia del coronavirus (Covid-19) se han visto obligados por sus gobiernos a guardar la cuarentena, medida necesaria para evitar el contagio y que colapsen los sistemas de salud, como ha ocurrido en los países “adelantados” de Europa.

El hoyo cuenta la reclusión espantosa de unos seres humanos y su historia podría también pertenecer a los géneros del “terror fantástico” y la “ciencia ficción”. Es la historia de Goreng (Iván Massagué) quien busca obtener un diploma y acepta pasar seis meses en un presidio que es una torre de más de 333 niveles. En cada piso purgan condenas los presidarios, pero la estadía por cada estrato no es permanente, sino que cada mes aquéllos son cambiados, de tal manera que el alimento que reciben depende del nivel en el que estén. Los presos de los pisos más altos comen lo que la administración de la prisión prepara de forma abundante y pudiera decirse que hasta suculenta. Pero en la medida que la plataforma distribuidora de alimentos desciende, la comida no solo va acabándose, sino que, al ser manoseada por los reclusos, se va degradando.

Los prisioneros tienen derecho a escoger un objeto para tenerlo en su reclusión. Goreng lleva un ejemplar de El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes. Goreng pasa su primer mes en el piso 48, que comparte con Trimagasi (Zorion Eguileor), convicto que purgará un año de prisión por un homicidio imprudencial. Trimagasi tiene un cuchillo que, en la medida que es usado, se afila. En el mes siguiente, Goreng se halla en el piso 171; pero amanece amarrado a su catre, inmovilizado y Trimagasi le comunica que para sobrevivir, le cortará tiras de su pierna que ambos comerán. Sin embargo, después de que le fue cortada la primera tira Goreng es salvado por Miharu, una mujer que sube y baja constantemente en la plataforma de la comida, porque busca a su hija. Miharu es atacada sexualmente en algunos de los niveles.


Escrito por Cousteau

COLUMNISTA


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