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¿Dictadura constitucional?
La dictadura y el terror no son los únicos medios del Estado para someter a la población, la dictadura constitucional es una de sus expresiones más acabadas y actuales, porque enmascara hipócritamente la verdad sobre sus fines.
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Cuesta pensar, en términos puramente teóricos y abstractos, que exista la posibilidad conceptual de una dictadura constitucional. Es ilógica si nuestra forma de pensamiento se atiene a la simple lógica formal, a la lógica que pretende que la realidad se adapte a los conceptos y no los conceptos a la realidad. Sin embargo, el mundo material y social en el que el hombre se desenvuelve es mucho más complejo que la abstracción pura. El mundo real está sujeto a un eterno movimiento que exige de los conceptos cierta flexibilidad y disposición de corrección que se adecue al fenómeno vivo. En otras palabras: “Debemos tomar los hechos como son. Debemos construir nuestra política partiendo de las relaciones y contradicciones reales” (L.T). Así, la dictadura constitucional no es solo una posibilidad, es un hecho históricamente demostrado y que por ello, por su actualidad incontestable, deber ser examinada.

El fascismo es la demostración histórica de la existencia de la dictadura constitucional. Sin dejar de considerar las determinaciones económicas que lo originan, su legalidad política se fundamentó en un inmenso apoyo popular. La Alemania nazi se erigió gracias al apoyo de más del 40 por ciento de la población en las elecciones de 1933. De un total de 39 millones 655 mil 29 votos computados, el partido de Hitler contó con la aprobación de 17 millones 277 mil 180 alemanes. En la Italia de entreguerras, las elecciones que llevaron al poder al fascismo, a pesar de ser precedidas por un intento de golpe de Estado, “la marcha sobre Roma”, fueron también abrumadoras en favor de Mussolini. Sin embargo, el fascismo y el nazismo no son obra ni de Hitler ni de Mussolini, ellos fueron los ejecutores, los verdugos a los que se les puso el hacha en la mano. El fascismo es solo una de tantas formas que la dictadura constitucional puede adquirir. Más abiertamente repugnante, capaz de ofender y provocar una mueca de desprecio y disgusto en las clases poderosas, sobre todo si se les sale de control, pero no por ello única en su tipo. La sustancia que originó el fascismo radica en la necesidad de utilizar el Estado como herramienta represiva de una clase para someter a otra.

Dicho esto, es preciso estudiar la posición de las “masas” en este proceso de manipulación. La dictadura constitucional no se impone violentamente, o si ejerce un tipo de violencia es, en gran medida, ideológica. Quienes la apoyan lo hacen convencidos de que encontrarán en ella solución a sus problemas. Se equivocan quienes consideran que el carisma, el discurso y la retórica son suficientes para subordinar a toda una nación. Los demagogos, es cierto, son los peores enemigos de los trabajadores: “Son los peores porque excitan los malos instintos de la multitud y porque a los obreros atrasados les es imposible reconocer a dichos enemigos, los cuales se presentan, y, a veces, sinceramente, en calidad de amigos” (V.L). Sin embargo, el caudillismo no aparece todos los días, y no por falta de aspirantes. Lo que permite que este fenómeno triunfe son determinadas circunstancias concretas que van más allá de la prédica mesiánica o milenarista. Para que la semilla de la enajenación política germine debe ser sembrada en tierra fértil, es decir, en medio de la crisis social, de la desesperación, del hambre y de la miseria. Los “salvadores” son un clavo ardiendo al que la “masa” se sujeta cuando no ve alternativas en derredor.

Culpar al pueblo de la existencia de una dictadura de estas características es un error. Reclamarle por su falta de consciencia política no solo no lo salvará, sino que lo alejará inmediatamente de su pretendido salvador; al pueblo no le gustan los misioneros con bayonetas, dijo alguna vez Robespierre. En tiempos de crisis social y de mesianismo, la tarea del revolucionario, de quien pretende combatir un fenómeno tan complejo pero no por ello menos real como la dictadura constitucional, radica en comprender objetivamente el nivel de consciencia de las “masas”, no para rebajarse a él, sino para poder actuar radicalmente sobre su consciencia. Ninguno de estos dictadores ha durado más que la crisis que lo hace nacer y, por ley histórica, la realidad termina siempre por desengañar a quienes en él pusieron sus esperanzas. La labor educativa entre ellas es determinante, pero no puede sustituir a la experiencia. Es preciso que pase por el desengaño oportunista para deshacerse de una vez y para siempre de él, siempre y cuando se reflexione y critique oportunamente. Si no se quiere que esta dura experiencia se repita o, peor aún, degenere, habrá que prepararse, educarse y educar permanentemente; explicando no solo las ideas nuevas con las que el día de mañana se alumbrará a la humanidad, sino desentrañando las falsedad de las que, en un momento como éste, persisten y enajenan la consciencia del pueblo.


Escrito por Abentofail Pérez Orona

Licenciado en Historia y maestro en Filosofía por la UNAM. Doctorando en Filosofía Política por la Universidad Autónoma de Barcelona (España).


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