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La “Cuarta Transformación” (4T) se ha presentado más como un “cambio de régimen” que como un simple “cambio de gobierno”. En este tenor, algunos de sus defensores más obcecados satisfacen su vanidad caracterizando su “epopeya” con la misma fraseología con que se hace referencia a las antiguas épocas revolucionarias.
Bien decía Carlos Marx que “es demasiado cómodo ser ‘liberal’ a costa de la Edad Media”. En efecto, aunque resulta mucho más cómodo ser “revolucionario” a costa de hombres como Enrique Peña Nieto o Felipe Calderón. Gulliver era un gigante en Lilliput, pero en Brobdingnag no era mucho mayor que una rata. “Nada es grande ni pequeño, si no lo es por comparación”, advertía Jonathan Swift.
En los casos de la 4T y de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), este sencillo principio parece más justo que los dislates en torno a un apoteósico “cambio de régimen”. Dicho esto, no cabe duda que la pobreza de contenido siempre exige el auxilio de unas cuantas frases grandilocuentes que subsanen, a cualquier precio, con oropeles y baratijas formales, la miseria sustancial.
Esto explica la necesidad enfermiza, casi compulsiva, de la 4T con respecto a toda clase de eslóganes altisonantes que de una u otra forma oculten, ante todo de su propia vista, la pequeñez y mezquindad de su propio movimiento. En este sentido, la verdadera dimensión histórica de la 4T resulta más que obvia, por cuanto que lo que pomposamente se celebra como un “cambio de régimen” histórico e inédito, aparece como algo mucho más humilde. Se trata ni más ni menos que de una “revolución de las conciencias” o una aclamada “revolución espiritual” que a la vista del análisis crítico u objetivo no es más que una innocua e irrisoria “revolución moral”.
Ya en diciembre de 2019, el principal artífice de esta hazaña inenarrable pudo hacer este audaz pronóstico: “Pienso que en un año más (…), es decir, en diciembre de 2020, ya estarán establecidas las bases para la construcción de una patria nueva. Para entonces –agregó– (…) será prácticamente imposible regresar a la época de oprobio que significó el periodo neoliberal o neoporfirista”. Pues bien, el mes esperado ha llegado. Por tanto, la 4T consummatum est… Vale decir que para bien más que para mal, sobre todo si se considera que su inspirador egregio, el ínclito Presidente de la República, ha aceptado que las bases fundamentales de su proyecto ya han sido construidas, ya podemos evaluar o contrastar sus con sus hechos.
La 4T se ha presentado machaconamente como un “cambio de régimen”, sin embargo ¿cuáles han sido los hechos en los que ha “cimentado” sus cambios? Para esto, nada más apropiado que escuchar las palabras del propio AMLO, cerebro, alma e instigador incansable de esta hazaña histórica sin par: ahora “hay una nueva corriente de pensamiento (...)”, “el corrupto está quedando mal visto, estigmatizado. Fuchi caca”. De acuerdo, pero… ¿eso era todo? ¿Ésa era la meta final, el sublime objetivo de sus afanes y desvelos? Palabras más, palabras menos, ése era, en efecto, el propósito de su escandalosa titanomaquia. En suma; “cambiar de régimen” en la jerga estridente de la 4T, significa “crear una nueva corriente de pensamiento”. Resulta claro que los montes parieron un terrible ratón, a pesar de que la alharaca previa prometía el nacimiento de un Behemot furibundo.
Nadie minusvalora la importancia de las “revoluciones morales”, pero la verdad es que la premisa fundamental de la 4T, según la cual “transformar” significa “moralizar”, no significa otra cosa que permutar una idea por otra. En el mejor de los casos, a esto se ha reducido el épico “cambio de régimen” prometido por la 4T. Desde este punto de vista, las viejas ideas “inmorales” han sido reemplazadas por las nuevas ideas “morales”.
Con todo, “los nombres no cambian las cosas”; “en la lucha contra los hechos, decía Plejanov, es impotente el ingenio más brillante”. “Al gato llamadle gato”, con mucha mayor razón si el héroe de esta cruzada moral ha pronunciado estas “aladas palabras”: “Estoy convencido de que la mejor manera de evitar retrocesos en el futuro depende mucho de continuar con la revolución de las conciencias para lograr a plenitud un cambio de mentalidad que, cuando sea necesario, se convierta en voluntad colectiva, dispuesta a defender lo alcanzado en beneficio del interés público y de la nación”. De acuerdo con esto, la 4T representa, concediendo sin aceptar, una “nueva corriente de pensamiento”, por más que se le llame “cambio de régimen”. En esta medida, la 4T representa el perfecto conservadurismo, pese a su fraseología supuestamente “revolucionaria”. A las frases antiguas, no ha sabido oponer más que otras frases, muchas veces más sosas e ingenuas que las anteriores; es decir, a los prejuicios neoliberales no ha sabido contraponer más que los triviales prejuicios posneoliberales.
León Trostky tenía un juicio sumamente cruel pero justo sobre estos jactanciosos “revolucionarios” disfrazados de profetas y con barbas postizas: “Que manipulen todos los colores del arcoíris, a pesar de ello siguen siendo, en resumidas cuentas, los apóstoles de la esclavitud y de la sumisión”.
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Escrito por Miguel Alejandro Pérez
Maestro en Historia por la UNAM.