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Reino Unido el largo colapso de una potencia
Desde el periodo de la llamada Guerra Fría y la gestión de la exprimera ministra Margaret Thatcher, Reino Unido ha intentado mantener su imagen “imperial”.
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Hoy, en Reino Unido, sede del otrora imperio inglés, los habitantes viven en la inequidad, con servicios públicos ruinosos y la mitad de sus ayuntamientos al borde de la quiebra, situación que su élite oligárquica soslaya porque se aferra a la ilusión de que el “excepcionalismo de la Britania global” aún existe.

Desde el periodo de la llamada Guerra Fría y la gestión de la exprimera ministra Margaret Thatcher, Reino Unido ha intentado mantener su imagen “imperial” participando activamente en conflictos internacionales como los suscitados en Sierra Leona, Kosovo, Bosnia y Siria, con la vieja narrativa de que estaba “salvando al mundo”, pero sin reconocer que lo hacía como “segundón” y de la mano del Tío Sam, es decir, del gobierno imperialista de Estados Unidos (EE.  UU.).

Las élites de la oligarquía británica y el Partido Conservador (Tories) todavía no se resignan a la pérdida de sus colonias, de las que dependía tanto su “prestigio” como su poderío económico internacional; pero además, se obstinan en mostrarse como un actor confiable que dispone de la misma capacidad económica, política y militar que mantuvo hasta la primera mitad del Siglo XX.

Pero más allá del imaginario de las cúpulas político-económicas de la Gran Bretaña, entre muchos de los británicos “comunes”, la crisis interna ha generado una sensación ambivalente o paradójica que explica magistralmente el analista Alex Lo: “Cuando tu casa se incendiara, ignorarías esa crisis y, en cambio, seguirías sermoneando a otros cómo administrar su casa?”.

¿Reino fallido? 

Hoy, el 18.6 por ciento de los 67.08 millones de habitantes de la antigua potencia marítima global está bajo la línea de pobreza y el 3.8 por ciento se ubica en el desempleo; y de ese universo, el 13.2 por ciento está formado por jóvenes. En marzo de 2023, la otrora quinta economía mundial tenía el Producto Interno Bruto (PIB) peor que el de Rusia y estaba en el umbral de la recesión, mientras sus tiendas únicamente exhibían estantes vacíos.

El 15 de febrero de 2024 se reconoció el desplome al cero de su crecimiento; pero en abril, el PIB creció al 0.6 por ciento después de 11 meses de caída. Esos indicadores, sin embargo, no son propios de una potencia integrante del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU); la tercera potencia militar de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN); actor fundamental del Grupo de los Siete (G7) y eje de la Mancomunidad de Naciones.

Para algunos expertos en política internacional, los números negativos de la Gran Bretaña retratan a un Estado que ya nadie cree que pueda retornar a los años dorados del desarrollo sostenido. A su volátil economía se suma la descendiente calidad democrática, según un informe de la Universidad East Anglia, en el que se reconoce que el poder se separa cada vez más de los ciudadanos.

Entre 2019 y 2023 disminuyó la integridad de las elecciones e independencia de los entes electorales, que impusieron más requisitos a los electores y aumentaron el uso de “dinero sucio”. A la par, ahora hay más medios de información y aumenta la presión política sobre el periodismo local, como lo evidenciaron las críticas que el gobierno británico hizo a la cadena BBC.

Ciudadanos, analistas y políticos admiten que Reino Unido no está bien desde hace tiempo. El mismo primer ministro, Rishi Sunak, reconoció recientemente el consenso de que las reglas de la mafia ya reemplazan a las reglas democráticas, reportó Camilla Tominey en The Telegraph.

Contra Eurasia

A pesar de su notorio deterioro interno, Reino Unido participa en los acontecimientos mundiales, aunque no se considere el impacto que tal protagonismo puede revertírsele, como fue el caso de los bombardeos efectuados contra Yemen cuando los hutíes cerraron las rutas marítimas, que implicaron el riesgo de mayor inflación. Por ello, el ahora secretario del Exterior, David Cameron, declaró que era difícil recordar un mundo más inestable e incierto que el de ahora, cuando “se encienden todas las luces del tablero global”.

En el fondo, los británicos quieren olvidar que su expansión colonial, como la de las otras potencias europeas, se caracterizó por ser invasiva, racista y violatoria de todos los derechos sociales de otras naciones; y que, con la esclavitud, miles de sus ancestros prosperaron, como lo evidencian las pinturas que hoy exhibe el Museo Tate.

Sin embargo, la rubia Albión aún no acepta que el mundo se mueve hacia lo multipolar. En el 10 de Downing Street parece que no se escucha lo que ya han admitido el canciller alemán Olaf Scholz, el presidente francés Emmanuel Macron y su homólogo ruso Vladimir Putin.

De ahí que Reino Unido lidie penosamente con la emergencia de la República Popular China (RPCh) y el reposicionamiento de Rusia en los asuntos globales. Con Beijing mantiene inexplicables ciclos de compromiso y alejamiento.

En 2015, su gobierno alardeó que era “el mejor socio de China en Occidente”. Contra el deseo estadounidense se perfilaba al Banco Asiático de Inversión en Infraestructura y sus diplomáticos promovían un tratado de inversión y comercio con Beijing. Recibió con honores al presidente Xi Jinping y veía su futuro ligado al del coloso asiático.

Pero en 2020, todo dio un giro drástico. La isla abandonó el consenso diplomático y se convirtió en el crítico más duro de la política china, de los uigures de Xinjiang y fue la primera potencia europea en bloquear a Huawei su red 5G de telecomunicaciones.

Además, ofreció la ciudadanía británica a un millón de chinos de Hong Kong; emprendió una ofensiva internacional de sinofobia y participó en operaciones militares anglo-americanas en el Mar del Sur de China, apoyando a Taiwán. Fue así como amenazó una relación que había expresado ser mutuamente benéfica para ambos países, advierte Harry Rosendale.

Con Rusia, la relación ha sido más compleja, con altibajos y se estancó desde febrero de 2022. Su larga y rica historia data de 1553, cuando ambas monarquías formalizaron sus nexos; entre 1806 y 1807 se aliaron contra Napoleón Bonaparte; pero en 1850 actuaron como enemigos en la Guerra de Crimea y en el dominio de Asia central a finales de ese siglo.

Separados en 1917 por la Revolución rusa, fueron aliados en la Primera y Segunda Guerras Mundiales y se enemistaron durante la Guerra Fría (1947-1989) hasta que se desintegró la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), cuando Londres acogió a los oligarcas rusos, cuyo oro fue depositado en bancos ingleses.

De ahí viene el calificativo Londongrad que dan a la capital británica los multimillonarios rusos que ahí residen; este mote no alude a un sitio sino al estado mental de los grandes propietarios de mansiones en Kensigton, bancos, bufetes, despachos de contadores, escuelas privadas y galerías de arte, algunos de los cuales patrocinan al Partido Conservador, explica Anne Applebaum.

La influencia de los magnates rusos en la política y finanzas en Reino Unido es tan polémica que, en 2019, el bufete de inteligencia y seguridad local difundió un informe de 50 páginas cuyo contenido era tan escandaloso que el entonces primer ministro Boris Johnson decidió ocultarlo, reveló Oliver Bullough. 

Hoy, la relación Londres-Moscú está determinada por la enajenación de los activos rusos en Inglaterra y por el firme respaldo que su gobierno brinda al régimen de Ucrania, donde es el segundo contribuyente en el rubro material; y en aspecto moral e ideológico es el primero con EE. UU. 

Sin saberlo, los contribuyentes ingleses han donado unos 450 millones de dólares (mdd) para alentar manifestaciones en el mundo a favor de Volodymyr Zelensky. La mayor parte de las aportaciones se destinan a 25 mil refugiados y a las empresas de asistencia humanitaria, civil y militar. ¿Por qué es tan importante ese fuerte apoyo? Cuestionó, en febrero de 2023, el analista del Grupo Británico de Política Exterior, David Landsman. La respuesta fue: ¡por el tamaño y riqueza del botín!

Pero a los apurados británicos, que pagan altas facturas, ya no les convence estar del “lado correcto de la historia”, ni que se eternice la ayuda a la exrepública soviética, según una encuesta pública sobre política exterior. Sólo un puñado apoya esa asertiva “posición en la lógica de la Bretaña global” que espera ampliar relaciones con Europa central y oriental después de que el conflicto termine.

Moscú conoce esa visión y sus peligrosos efectos, como la rusofobia con la que se asalta, amenaza y abusa a docenas de rusos en Reino Unido, al grado de que esa hostilidad escaló al plano criminal, alertó una investigación de Sky Newsconfirmada por David Mercer. Por ello el Kremlin calificó a Reino Unido como “país no amistoso”.

Quiebra Post-Brexit

El 29 de marzo de 2019, Reino Unido, regido por Theresa May, activó el Artículo 50° del Tratado de la Unión Europea (UE) para consolidar su retiro de las instituciones políticas del bloque, aunque mantuvo hasta el 1° de julio acuerdos arancelarios y, entre otros, de asistencia sanitaria.

Reino Unido formalizó su retiro del bloque europeo la medianoche del 31 de diciembre de 2020, cerrando 48 años de relación con esos países. Esta decisión acarreó inestabilidad política, caída económica e incertidumbre. Un año antes, la representante del Parlamento Europeo, Dina Dowding, declaró: “aún podemos detener el Brexit, pues Gran Bretaña va en camino a ser un Estado fallido”.

Pero la separación se consumó cuando los conservadores, respaldados por el Ukip – Partido de laIndependencia– y algunos brexiters de izquierda prometieron a los británicos que su reino sería un “paraíso” en 2025.

Éste no ha aparecido. Los Tories terminaron con la cooperación para la investigación médica y la protección de datos; la inversión interna cayó 32.4 por ciento y se prohibió importar hasta suplementos vitamínicos. Muchas empresas financieras se trasladaron a la Unión Europea (UE) y beneficiaron a Frankfurt y París, que atrajeron 19 y 15 bancos respectivamente, mientras gestores de patrimonio y activos se fueron a Irlanda y Luxemburgo.

Un informe de Humans Rights Watch reveló, en 2023, que en la rubia Albión se erosionó la protección de los derechos humanos y que “renegó de sus obligaciones internacionales más importantes”, pues su gobierno “criminaliza a manifestantes, limita el derecho a huelga y prohíbe el asilo”. 

Además, el fraudulento discurso británico de inclusión multicultural “tampoco frenó el racismo institucional, no remedió crímenes del colonialismo al pueblo Chagossian, ni dio justa compensación a negros británicos dañados en sus derechos por políticas del Escándalo Windrush”, explica Jean Pierre Murray.

Entonces ¿qué hizo el reino con su “nueva independencia”? No mucho, afirman expertos del King’s College de Londres, que observan las desventajas entre Reino Unido y la UE. Un sondeo de la alcaldía londinense, aplicado en 2019, mostró que el 60 por ciento de los entrevistados estaba a favor de permanecer en la UE; pero que hasta entonces, ninguna fuerza política había propuesto revertir el Brexit.

En septiembre de 2021 cundió el pánico por la escasez de combustible; no por su falta, sino porque no había transportistas debido al caos laboral generado por el Brexit. Por temor al desabasto se acaparó gasolina, hubo racionamiento y cerraron gasolinerías; el gobierno de Boris Johnson emitió miles de visas a conductores extranjeros para que distribuyeran gasolina a puestos de venta.

Para la investigadora Jannike Wachowiak, hasta ahora se ha puesto “en práctica muy poco la independencia” y ésta, en contraste, ha provocado pérdidas multimillonarias; solamente en 2023, éstas se estimaron en 140 mil millones de libras (casi 176.4 mil mdd).

La austeridad y los recortes presupuestales de David Cameron hundieron a los municipios que, entre 2010 y en 2022, perdieron 15 por ciento de su poder. Por eso, ahora el gobierno ha aumentado impuestos, para reunir 80 mil 355 mdd, reveló el Instituto para el gobierno.

Pero aun así, los ayuntamientos ingleses se hallan en la bancarrota y todo indica que, en 2025, serán insolventes porque no logran asumir los gastos corrientes ni sus deudas. Sin un mecanismo de quiebra, Brimingham y Somerset ahora piden ayudas de emergencia; y si el gobierno central no los rescata, tendrán que vender sus activos o se acogerán a la sección 114, lamenta el directivo de la Unidad de Información del Gobierno Local (LGIU), Johnathan Carr-West.

Esta “desesperada y ruinosa” situación de un país del primer mundo parece increíble en México; pero para los ciudadanos británicos la catástrofe nacional es ya inocultable, como lo constata un reciente sondeo de la LGIU.

Sólo en 2023, el Brexit representó la pérdida de 300 mil empleos y se proyectan 500 mil más en 2025. Entre 2019 y 2023, los británicos pagaron tarifas eléctricas con alzas del 19 por ciento –arriba de la media mundial– por lo que aumentó su rechazo al Brexit, explica el Grupo de Estudios Geopolíticos.

El 45 por ciento de los británicos califica al retiro de la UE como “tremendo fracaso” contra sólo el nueve por ciento que lo considera favorable. El sondeo 2024 del Instituto Ipsos mostró que el Brexit únicamente importa al cinco por ciento, pues a la mayoría le preocupan más la economía y la inflación.

Ahora Sunak intenta cubrir el vacío de cinco mil 22 mdd generados por la inflación, pero con ánimo preelectoral; además, prevé recortar impuestos, aunque la oposición insiste en una disciplina fiscal de hierro, indica el experto John Harris.

La doctora Ana Luisa Trujillo, especialista en política exterior y seguridad europea, aborda con buzos la pérdida de hegemonía, crisis económica y desconfianza de la clase política de Reino Unido.

buzos (b): ¿Es Reino Unido un Estado fallido, como algunos ya lo caracterizan?

Ana Luisa Trujillo (ALT): No, sería desproporcionado, pues esa noción se aplicó a casos donde el Estado de derecho y las normas básicas de convivencia estaban rotas, como Somalia en los 90; Irak, en su momento, o el Haití actual. Más bien hablaría de un país que ha ido perdiendo liderazgo y capacidades para manifestarse como potencia.

b: ¿Cuáles son las causas de esa pérdida de hegemonía y protagonismo internacional?

ALT: Son de larga data; incluso nos remontarían al fin de la Primera Guerra Mundial. Mucho se ha escrito de cómo Inglaterra entró ahí siendo una gran potencia y terminó con una gran deuda económica con EE. UU., que emergía como gran potencia internacional.

La Segunda Guerra Mundial también tuvo implicaciones para el poderío británico, bombardeado en su territorio, y debe recurrir a la ayuda de EE. UU. Aunque Francia y Gran Bretaña participaron de forma importante en esa contienda, es EE. UU. el que se lleva el carro completo, por un lado, y por el otro la Unión Soviética, pues no hay que perder de vista que los soviéticos son los que entraron en Berlín, como lo ha reconocido el presidente Vladimir Putin en su discurso del nueve de mayo, al subrayar que los rusos vencieron al nazismo.

Esas dos guerras y la pérdida de sus colonias en los procesos de emancipación, en un mundo de sociedades libres, impactaron significativamente durante ese declive. A ello se suma el agotamiento económico y la reciente salida de la UE que, sin duda, marca un antes y un después en la economía y política británicas, que apenas ahora muestran una leve recuperación de 1.6 por ciento de crecimiento tras la recesión.

Los británicos pueden decir que la situación se estabiliza, aunque son evidentes los efectos en términos de pérdida de bienestar, de inflación e incremento en el precio de los energéticos.

b: Ha disminuido la confianza en la clase política, sobre todo en los Tories, ¿a qué lo atribuye?

ALT: Las encuestas no marcan a los conservadores con la ventaja; y anticipan que de convocar a elecciones, perderán por amplio margen. Sería la peor derrota del Partido Conservador en la historia; y es posible, dados los constantes errores y tropiezos que ha tenido a lo largo de casi 10 años.

b: ¿Por qué, pese a esos pésimos resultados, los conservadores y otros sectores de la sociedad inglesa influyen para asignar grandes recursos militares a Ucrania? La mayoría de los británicos exige que su gobierno invierta en la economía interna.

ALT: Porque hay un compromiso con la OTAN y con EE. UU. Es una realidad, Reino Unido es el tercer o cuarto país que más invierte en defensa, según el Instituto Internacional de Estocolmo para Investigación de la Paz (SIPRI).

Ellos tienen la idea de mantenerse y mostrarse como potencia. Por ello son parte del G7, de la OTAN y del Consejo de Seguridad; lo plantean como un compromiso internacional para intervenir en favor de la paz.

Sin embargo, ese mismo discurso y debate se incrementarán en Europa conforme pase el tiempo; y ahí importa ver hasta dónde aguantarán. Quizás ésa sea la opción de Vladimir Putin: cuánto van a aguantar los europeos con este nivel de ayuda a Ucrania a costa de su economía y el bienestar de las personas. 

Porque es una realidad que cortar el suministro de gas y los efectos reversibles de las sanciones sí han tenido consecuencias en la economía británica. Y el ciudadano de a pie empezará a ver el tema de Ucrania como un detractor de su nivel de bienestar y empezará a demandar otras acciones de sus gobiernos.

b: ¿Hacia dónde va un imperio que ya no es tal, que quiere presentarse así y que se ha prestado a la guerra híbrida de EE. UU. en Ucrania?

ALT: Hasta cierto punto es difícil esa proyección y su pronóstico, porque Reino Unido ha sido una potencia por siglos y creo que presenciamos el descenso de una gran potencia. Y, en el imaginario colectivo de los británicos, existe la percepción de que ellos son un polo de poder importante en la escena internacional.

Creo que Reino Unido no dejará de ser un país importante, pero quizás se mantendría en el estatus de lo que algunos llaman potencias medias a nivel regional; pero internacionalmente ya no tienen tanto empuje.

Una realidad innegable es que se han abierto espacios de poder que desafían la hegemonía de EE. UU., sobre todo en Asia (con China, India, Rusia misma) y en otros lados, como Brasil, que evidentemente tienen otra perspectiva de las relaciones internacionales y del sistema internacional. Y ahí, la discusión ya no coincide en que Reino Unido tenga algo que opinar.

En todo caso, si hubiera un polo de poder que tuviera algo que expresar, sería la UE; pero los británicos ya no pertenecen a ese bloque. Esto dejaría a Reino Unido como potencia media regional, pero no internacional. Ya no se ve que pueda marcar pautas, incluso no ha sido importante en el conflicto de Palestina. 


Escrito por Nydia Egremy .

Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.


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