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Hoy en todos los “dominios coloniales de ultramar” pertenecientes al imperialismo francés hay demandas independentistas, entre las que destacan la de Córcega, isla del mar Mediterráneo, y el archipiélago Nueva Caledonia, ubicado en Oceanía.
Y mientras esto ocurre en estas regiones, en París, asumiendo una actitud entre omisa y cínica, el presidente francés Emmanuel Macron pidió a sus socios europeos “respetar los valores” que hicieron grande a su continente.
Francia se ha descrito a sí misma como una “potencia de balance” o intermediación tanto entre América Latina y Europa como entre China y Estados Unidos (EE. UU.) –en este caso sobre el escabroso asunto de Taiwán– para subrayar su papel como aliado de Washington en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Como otras potencias, Francia ha perdido influencia en sus excolonias debido a la precaria situación socioeconómica donde viven sus habitantes, misma que obligó a naciones como Malí, Burkina Faso, Guinea, Chad y Níger a desligarse de París y asumir el control de sus recursos y el territorio en sí.
Hoy emprenden el mismo camino los llamados: Territorios de Ultramar (Territoires d’outre mer, TOM). Entre ellos se halla el archipiélago de Nueva Caledonia, integrado por las islas Nouméa, que aloja a la capital; Grande Terre, las de la Lealtad y otras pequeñas. En estas islas se ha sublevado el pueblo originario de los canacos debido a las incumplidas promesas de soberanía de Macron, quien además ha enviado tropas para “calmar los ánimos”.
En su afán por controlar este archipiélago en 1998, Francia le otorgó el enigmático estatus de Colectividad sui géneris; y a cambio de mantenerla bajo su cobijo, concedió a sus habitantes la doble ciudadanía, francesa y neocaledonia, así como la promesa de traspasarles gradualmente los poderes en 15 o 20 años mediante la organización de un cuarto referéndum.
En los tres anteriores, organizados en 2018, 2020 y 2022, el 95 por ciento de los franco-centristas rechazó la independencia. El cuarto referéndum, previsto para finales de 2023, no se realizó. En 2021, su población era de 271 mil 407 personas sobre un territorio insular de 19 mil 58 kilómetros cuadrados ubicado en Oceanía.
El archipiélago está situado en el Pacífico occidental, entre Australia y las islas Fiji, y por tal motivo resulta fundamental para los intereses marítimos de Francia. Entre otros beneficios, representa su acceso a los importantes ingresos por explotación del níquel, así como para controlar las vías de comunicación de esa región marítima.
El objetivo principal de Francia radica en posicionarse como potencia y desde ese territorio proyectar su influencia sobre el océano Pacífico en general, así como en la región que el gobierno imperialista estadounidense ha bautizado como “Indo-Pacífico”.
Por ello, para la agenda francesa de ultramar, el control de Nueva Caledonia resulta prioritario. Así lo constata su permanente ocupación militar tanto en el Pacífico como de sus excolonias africanas, donde pretende hallarse en condiciones de actuar en caso de un “serio conflicto” marítimo.
La militarización terrestre y marítima francesa sobre sus excolonias y otros territorios de ultramar tiene la misión de disuadir cualquier intento de rebelión en Nueva Caledonia y de advertir e inhibir a otros territorios de replicarlo.
En 1853, Francia ocupó Nueva Caledonia, uno de los más grandes territorios de ultramar, con 18 mil 575 km2, donde explotó hasta el límite de sus fuerzas a la población originaria, de la que exportó, masivamente y como esclavos, a decenas de miles de jóvenes.
Por ello, su población apenas se repone y hoy está formada por unas 300 mil personas, entre las que persiste un alto número de habitantes de piel blanca de origen europeo para que sojuzgue a la población originaria local y haga frente a eventuales actos de rebeldía.
En Nueva Caledonia, Francia recurrió a la seducción; en 1946 otorgó la ciudadanía francesa a sus habitantes, pero con meros fines políticos. Sin embargo, la exclusión, desigualdad, pobreza rampante y explotación laboral han generado una genuina aspiración a la soberanía plena entre los canacos (kanakos).
Este descontento ha sido socavado mediante los tres referendos antes citados, cuyo resultado ha sido el ‘No’ a la independencia, porque la metrópoli ha favorecido tanto la inmigración europea como la de otros de sus “dominios de ultramar” en el pasado reciente.
Este arribo de franceses al archipiélago ha sido imparable desde 1998 y ya suman 40 mil, según cifras oficiales. Todos figuran en las listas electorales de modo que, ante un futuro referéndum por la independencia, podrían ser mayoría y negar a los canacos esa aspiración.
Las cifras son elocuentes: los inmigrantes directos de Francia representan 24.1 por ciento; otros más llegaron de las islas Wallis y Futuna o Tahití y acumulan 8.9 por ciento (que se incrementa). Y a éstos se suman otros extranjeros que superan la representación política de los canacos, que únicamente equivalen al 41.2 por ciento de la población total del archipiélago.
Tal situación, que por sí misma ya incomodaba a los canacos, empeoró hace unas semanas, cuando París decidió imponer su reforma electoral, que concede el voto a los franceses con residencia en el archipiélago.
¡Y la ira estalló! El desequilibrio demográfico, reflejado en las urnas, obstaculizará la vía hacia su autodeterminación. Representa un choque inevitable entre el imperialismo francés y la lucha del pueblo canaco por su autodeterminación.
“¡Francia pierde el control de partes de Nueva Caledonia!”, fue la noticia que sorprendió a millones de personas en el mundo durante la segunda semana de mayo. Todo indicaba que, llevados hasta la desesperación por la metrópoli, los neocaledonios decidirían jugarse el todo por el todo.
Con las crudas imágenes de las protestas y disturbios en Nouméa, el corazón del imperialismo francés se estremeció y Macron envió tropas para imponer el orden después de que el 22 de mayo reconociera los daños sufridos por las edificaciones “paradigma” del imperialismo francés en Nueva Caledonia.
Durante las 18 horas de su estancia en Nouméa, Macron levantó el Estado de excepción para, supuestamente, allanar el diálogo, aunque cientos de tropas ya se habían desplegado en el archipiélago, adicionales a las ya estacionadas ahí de tiempo atrás. Ante la fuerza de las protestas, que no cedían, la prensa gala y del Occidente ampliado publicó: “Ésta ha sido la peor ola de violencia escenificada en ese archipiélago francés en 30 años”.
Macron declaró que no aprobaría por la fuerza esa política, pero se comprometió a celebrar un referéndum que concluyera con lo que calificó como “un movimiento de insurrección absolutamente inédito”. Entrevistado por el medio local La 1ère, el mandatario francés llamó al orden republicano, pues “no es el wild west”, en referencia a los cuantiosos daños por los disturbios, y anunció la creación de un fondo financiero para atender las pérdidas generadas por la emergencia.
Para la periodista Laura Avignolo, fracasó el propósito del Ejecutivo francés de doblegar a los manifestantes. Él retornó a El Elíseo, Macron dejó atrás un conflicto a punto de reactivarse a niveles “sin precedentes”, como había reconocido.