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Economía
El recrudecimiento del imperialismo en América Latina
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la disolución de la Unión Soviética en 1991, el planeta estuvo estructurado en torno a dos grandes polos: el bloque capitalista encabezado por Estados Unidos y el bloque socialista encabezado por la Unión Soviética.


Desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la disolución de la Unión Soviética en 1991, el planeta estuvo estructurado en torno a dos grandes polos: el bloque capitalista encabezado por Estados Unidos (EE. UU.) y el bloque socialista encabezado por la Unión Soviética. Con la desaparición del socialismo soviético, Washington consideró que había llegado el momento de consolidar su supremacía absoluta. Sin rivales capaces de equilibrar su poder, impulsó una política exterior orientada a subordinar al mundo e imponer un orden institucional, militar y económico global acorde con sus intereses. La ampliación de la OTAN hacia Europa Oriental, las intervenciones militares en Medio Oriente y el intento de conducir a China hacia un modelo capitalista fueron piezas centrales de esta visión. Desde la administración Clinton hasta la de Joe Biden, la diplomacia estadounidense se movió siguiendo esa lógica de dominación mundial.

Tal estrategia estaba anclada en el hecho de que, durante décadas, EE. UU. fue la mayor economía del planeta, el principal centro manufacturero, el líder en innovaciones científicas y tecnológicas y la potencia militar más formidable. Su control sobre las finanzas internacionales, reforzado por el rol del dólar como moneda de reserva, completaba una arquitectura de poder sin comparación. Así, EE. UU. buscaba expandir mercados para sus productos, asegurar el acceso a materias primas estratégicas y abrir espacios para la inversión de su capital. Su política exterior era, en esencia, la expresión geopolítica de su liderazgo económico, tecnológico y militar.

Pero “el fin de la historia” no fue tal ni duró mucho tiempo. En la última década, EE. UU. ha enfrentado un deterioro relativo en áreas clave. China lo ha superado como principal potencia industrial y, medida por paridad de poder adquisitivo, ya es la economía más grande del mundo. En sectores estratégicos como telecomunicaciones, inteligencia artificial, energías renovables, trenes de alta velocidad, vehículos eléctricos o drones, el gigante asiático se ha posicionado como un competidor directo que desafía el tradicional predominio estadounidense. En el terreno militar, Washington ha mostrado limitaciones para imponerse en conflictos prolongados y se ha quedado rezagado en el desarrollo de tecnologías como los misiles hipersónicos. Aunque controla todavía el predominio financiero y monetario internacional, paulatinamente éste está siendo minado por la financiarización de su economía.

Insistir en la estrategia expansionista estadounidense en un escenario de desgaste económico, pérdida de liderazgo tecnológico y dificultades militares es insostenible. Esto no significa que EE. UU. haya renunciado a su aspiración global, sino que carece de la fuerza necesaria para imponerse plenamente como antes. En esa reorientación se inscribe la política exterior impulsada por Donald Trump. Su enfoque puede interpretarse como una retirada táctica del imperialismo estadounidense para reorganizarse, conservar fuerzas y prepararse para futuras ofensivas. Ésta no sería una renuncia definitiva, sino una pausa calculada para actuar en condiciones más favorables. Por ello, EE. UU. ha suavizado su hostilidad hacia Rusia y así se enmarcan las diferentes negociaciones que han ocurrido desde el segundo mandato de Donald Trump, siendo el más reciente el Plan de Paz de 28 puntos sin la participación de Ucrania o de la Unión Europea.

Ante la imposibilidad de controlar el planeta entero, EE. UU. apunta a que las grandes potencias se repartan el mundo en esferas de influencia, reduciendo su presencia en Europa, África y Medio Oriente para focalizarse en América y la región Asia-Pacífico. Sobre todo pretende concentrarse en su zona de influencia histórica: el continente americano, relanzando agresivamente la doctrina Monroe. Esta agresividad de las diferentes administraciones estadounidenses no se había vuelto a ver desde el Plan Cóndor y la intervención en Nicaragua. Así se explica la fuerte presión sobre Venezuela y las amenazas de invadir territorios de otros países latinoamericanos, entre ellos México. 


Escrito por Gladis Eunice Mejía

Maestra en Economía por la UNAM.


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