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Unión, fraternidad y lucha
El nuevo sexenio empezará pronto, las graves carencias que aquejan a la población trabajadora ahí siguen y ahí seguirán.
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Terminó la jornada electoral. El Partido Morena ganó todo o casi todo. La Presidencia de la República, la mayoría calificada en la Cámara de Diputados, la mayoría simple en la Cámara de Senadores, tendrá ya 21 gubernaturas y la mayoría de las delegaciones de la Ciudad de México. No es mi intención proporcionar los resultados de las elecciones del pasado dos de junio, sólo pretendo que se entienda que el poder del partido Morena en los próximos años será el poder más concentrado creo que de toda la historia del México moderno después de la Revolución y, por tanto, que las decisiones del Ejecutivo y las votaciones del Congreso de la Unión serán órdenes que los mexicanos deberán cumplir obligadamente y que para bien o para mal los influirán durante varias generaciones.

Coincido con quienes sostienen que una de las causas más relevantes de la histórica votación en favor del partido y de su candidata a la Presidencia de la República se encuentra en las entregas periódicas de dinero a ciertos sectores muy necesitados de la población que se han operado durante todo el sexenio de Andrés Manuel López Obrador. No veo que la población se haya deslumbrado con un programa integral de gobierno o siquiera con algunas de sus promesas más relevantes como no sea la conservación de los apoyos mentados. Los apoyos y la propaganda, sí, la propaganda costosísima en todos los medios de comunicación y la arrasadora impulsada personalmente por el individuo más filmado, más fotografiado y grabado y, por tanto, más mostrado de todo el país, el Presidente de la República que, violando flagrantemente la ley, hizo continua presencia en la campaña electoral.

Los apoyos en dinero son considerados por los encargados de mantener el statu quo como soportes del consumo que está muy deprimido. Se instrumentan cuando una buena parte de las mercancías no encuentra comprador, en este caso, las mercancías relacionadas con la alimentación. “En lo que va del sexenio, comer arroz, frijoles y huevo se encareció 47.5 por ciento, de acuerdo con un análisis de Grupo Consultor de Mercados Agrícolas (GCMA)… algunos de los 17 productos de la canasta básica reportaron una inflación acumulada de hasta casi 177 por ciento en el periodo mencionado… sobresale el precio de la tortilla, que a inicios del gobierno de Andrés Manuel López Obrador costaba alrededor de 14.36 pesos el kilo y ahora vale 23.88 pesos, un incremento de 66.3 por ciento”. (diario Reforma, 19 de abril de 2024).

Las ayudas son, correlativamente también, un soporte para mantener bajos los salarios, bajas las prestaciones y bajos los gastos de retiro y de jubilación. El Estado, echando mano de los impuestos de todos los ciudadanos, o sea, de una buena parte del salario que los trabajadores llevan a casa, instrumenta un flotador al sostenimiento de millones de ciudadanos para que los reclamos salariales no existan o no crezcan y los empresarios puedan seguir obteniendo fabulosas ganancias con lo que producen sus obreros durante el tiempo que –en los hechos, sigilosamente, sin que se den cuenta– no se les remunera. De acuerdo con cifras del estudio Salarios Bajo la Lupa, de la asociación Acción Ciudadana Frente a la Pobreza, sólo dos de cada 10 mexicanos ganan un salario por arriba de los 20 mil pesos, lo cual es considerado como un sueldo competitivo, aunque apenas sirva para cubrir las necesidades de una familia. Las famosas ayudas del régimen que ahora se renueva son fríos instrumentos de política económica, son puntales de la demanda efectiva y son conservadores de los bajos salarios. 

Las ayudas tienen también, desde luego, un importante uso político. Los expertos y los no tan expertos, aprecian a las ayudas en dinero como poderosas palancas para la inducción del voto que arrasaron a las cubetas, a las camisetas y a las gorras que se regalaban en las antiguas campañas y las dejaron en el camino. No es necesario amenazar directamente a quien recibe las ayudas, basta hacerle saber que son parte integrante de la magnanimidad, de la excepcionalidad del gobernante, para que el elector se decida a entregar su voto a los candidatos del partido al que pertenece. La necesidad es grande, es inmensa. La población que recibió ayudas y que reaccionó favorablemente a los mensajes subliminales y a veces no tan subliminales fue también inmensa. “Carlos Torres, coordinador de Programas para el Desarrollo de la Presidencia, indicó que entre 2019 y 2024 se habrán entregado 2.7 billones del presupuesto público para esos fines, una cifra que no tiene precedente. Señaló que en 2024 recibirán apoyos cerca de 28 millones de personas, con una inversión superior a 745 mil millones de pesos, 27 por ciento más que el año pasado”. (La Jornada, 26 de enero de 2024). Pero si aceptamos como perfectamente posible que, por cada persona inscrita en las ayudas en dinero, resulte beneficiada como mínimo otra, un hijo, un padre, un hermano o una esposa, la cantidad de inducciones al voto rondaría los 56 millones de electores.

¿Quién se le enfrentó a esta pavorosa maquinaria? Un grupo de tres partidos precisados a aliarse porque cada uno por su cuenta no tenía ninguna posibilidad de ganar la contienda. Habrá sin duda análisis más documentados y precisos que el mío, pero me aventuro a sostener que desde hace tiempo esos tres partidos se habían constreñido y acomodado a la lucha electoral y sus dirigentes y muchos de sus militantes de base sólo trabajaban por el partido cuando el partido les confería una posición directiva con buen sueldo y sólo salían a la calle a hablar con la gente, a “conocer y compartir sus experiencias”, como solían decir, en épocas de elecciones. Fuera de esas temporadas acotadas, la gente común y corriente, la de los pueblos y la de las colonias, sólo los volvía a ver si por alguna causa, buena o mala, salían en la prensa. Los partidos no luchaban para resolver los problemas de la gente, todo eran promesas para cuando gobernaran. Pero la limitación a la lucha electoral les cobró la factura y, como ya sólo eran leales a la posibilidad de ocupar puestos públicos, cuando no se les brindaba la candidatura deseada o no ganaban la contienda, cambiaban de partido, los partidos ahora derrotados sufrieron, pues, una incontenible sangría de militantes, a grado tal que el propio partido Morena que a los ojos de los que “ya reflexionaron”, presenta mejores oportunidades, se ha llenado de desertores. El electorado, por su parte, acabó por caer en la cuenta de que las encendidas preocupaciones de los miembros de esos partidos por su mejoría no eran más que propaganda y les volvió la espalda.

El nuevo sexenio empezará pronto, las graves carencias que aquejan a la población trabajadora ahí siguen y ahí seguirán. Habrá notado el lector que dentro de los objetivos de las ayudas del Bienestar no mencioné acabar con la pobreza ni siquiera con la pobreza extrema. No lo hice porque ésos nunca fueron sus propósitos y, obvio, nunca salió nadie de la pobreza, nadie ha visto en ninguna parte del país a los expobres que ya deberían haber pasado a clasemedieros aspiracionistas. El Producto Interno Bruto per cápita en el mundo es cinco por ciento más grande que en el año 2018, el PIB de México es entre dos y tres por ciento más chico; a 37 de cada 100 personas no les alcanza para comprar la canasta alimentaria; en 2018, había 20 millones de personas sin acceso a los servicios de salud, ahora hay 53 millones y se han perdido cuatro años de esperanza de vida; sólo el 24 por ciento de los jóvenes logra entrar a la universidad; en Cuba, el 86 por ciento y, por si fuera poca la evidencia, ya pasan de 180 mil los asesinatos en este sexenio que termina.

Los antorchistas decidimos hace 50 años luchar contra la pobreza. El éxito de nuestra labor está pendiente. No hay que tener información especializada o confidencial para darse cuenta de las angustias, la tristeza y el doloroso sufrimiento de casi cien millones de mexicanos. Saltan a la vista. La tarea debe continuar y continuará. Hemos sido durante muchos años la organización más atacada, con muchos asesinados que por cierto, muy fieles a su memoria y a su ejemplo, recordaremos el próximo nueve de junio en Tecomatlán, como cada año. Somos la organización más amenazada, más calumniada y de la cual ha hecho burla hasta cansarse el propio Presidente de la República. Nada nos ha hecho renunciar, ni retroceder siquiera, a nuestro compromiso con los desheredados. Somos, con mucho orgullo y mucha responsabilidad, la organización de los pobres de México. Con trabajo y abnegación refrendaremos esa honra gigante todos los días. No estamos fuera de la ley, no somos arrogantes ni retamos a nadie, pero nuestro derecho humano y nuestro anhelo de toda la vida de conquistar un México más soberano, más libre, más democrático y más justo, está más vivo y más fuerte que nunca y, sobre todo, es más necesario. Férreamente tomados de la mano seguiremos adelante. Ahora con más Unión, más Fraternidad y más Lucha. 


Escrito por Omar Carreón Abud

Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".


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