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El conocimiento alcanzado por la humanidad a lo largo de su existencia es lo suficientemente amplio como para que quienes deseen comprender la ciencia adquirida se enfrenten a un problema de difícil solución. ¿Qué debemos conocer? ¿Por dónde debemos empezar nuestro estudio? Esto es natural; grandes pensadores se han enfrentado a estas preguntas. El problema del inicio del conocimiento científico no es menor, y la respuesta a esta pregunta nos revela ciertas concepciones que nos orientan hacia una u otra parte de la ciencia. Dependiendo de la concepción teórica de cada quien, se tiende a discriminar lo que no consideramos fundamental. Si lo estudiado es tan vasto, podría pensar alguien, hay que enfocarse en lo verdaderamente importante; lo demás sería una pérdida de tiempo.
Sin embargo, aun aceptando que debemos focalizar el estudio –pues pretender conocer todo acerca de todas las cosas puede llevarnos a perdernos en problemáticas poco relevantes–, es necesario que el criterio para discriminar el conocimiento sea producto de una reflexión profunda acerca de la naturaleza del saber y de su importancia para nuestros fines.
Si partimos del hecho de que el conocimiento es importante en la medida en que ayuda a transformar nuestra realidad, es indispensable reflexionar sobre la naturaleza del conocimiento. Es decir, debemos preguntarnos constantemente: ¿cuál es el conocimiento que transforma?, ¿en qué consiste el carácter transformador del conocimiento elegido?, ¿por qué se excluyen otros saberes? Esta autoevaluación constante es crucial porque, de lo contrario, corremos el riesgo de que el conocimiento alcanzado no sea producto de una búsqueda profunda y sincera del fundamento de la realidad, sino el resultado de querer reafirmar verdades que preconcebidamente asumimos como ciertas y como las únicas válidas para incidir en la transformación de nuestro entorno.
La ciencia de la transformación de la realidad, en particular de la realidad social, exige un esfuerzo intelectual por desentrañar la lógica interna de la sociedad; es decir, por explicar cuál es su razón de ser, su necesidad y la lógica de su movimiento. Para alcanzar un conocimiento científico que revele estas verdades es insuficiente un estudio parcial del fenómeno que abordemos; es imprescindible examinar el desarrollo histórico y lógico de nuestro objeto de estudio. Para comprender el pensamiento que contribuye a la transformación real, es fundamental conocer los momentos previos de esa forma de pensar. Estudiar la historia del pensamiento es un esfuerzo por entender el movimiento del pensamiento mismo, las problemáticas a las que tuvo que enfrentarse según las condiciones de su tiempo.
El conocimiento científico alcanzado es el producto del desarrollo humano en su conjunto. Es complicado, por no decir imposible, crear algo de la nada. Para arrojar nueva luz sobre problemas actuales, debemos considerar las distintas formas en que la humanidad ha procurado conocerse a sí misma. Para entender lo que somos, no podemos ignorar nuestra historia, y la historia de nuestra ciencia es clave para comprender el avance científico de nuestros días.
Ningún esfuerzo consciente por estudiar la realidad concreta será una pérdida de tiempo. Aunque aceptemos que, en ocasiones, este esfuerzo sólo nos ayudará a clarificar aspectos parciales de nuestro estudio, dicho estudio llegará a ser científico únicamente a través de un análisis profundo y un constante enriquecimiento de nuestra investigación. Ningún texto nos dará la verdad absoluta revelada. Para poder expresar ideas cada vez más certeras, debemos aspirar a comprender la ciencia de nuestro tiempo y profundizar en nuestro conocimiento, de manera que esto nos permita reflexionar desde una perspectiva más amplia sobre los problemas de nuestro presente. Si bien no hay textos que contengan verdades absolutas, también debemos reconocer que en aquello que leemos pueden coexistir unilateralidades o incluso falsedades. El conocimiento está atravesado por intereses personales, y es necesario realizar una valoración también política de lo que estudiamos. Sin embargo, esta valoración crítica será el resultado de conocer aquello que se critica, lo que hace imprescindible un esfuerzo cada vez mayor en la investigación científica.
Los hongos no son plantas ni animales; constituyen un reino aparte.
Poetisa, traductora (habla siete idiomas) y periodista, nació el seis de diciembre de 1970 en Beirut.
La guerra es la “madre” de muchas invenciones tecnológicas de uso doméstico, médico e industrial.
En cada territorio donde las sociedades construyen su vida y su identidad, la diversidad cultural se manifiesta como una riqueza viva.
Italia, en esta historia del neorrealismo, es una nación que vive los años de la posguerra.
Los objetos matemáticos, como constructos, se conciben en la mente humana; para ello se debe tener una idea precisa para formalizarlos y que luego emerjan sus propiedades.
La última tentación de Cristo (1988), obra cinematográfica en la que incluso llega a cuestionar la supuesta lealtad de los seguidores del Mesías.
El tren de los niños (2024), de la realizadora italiana Cristina Comencini, se ambientada en los primeros años, después de haber concluido la Segunda Guerra Mundial.
Escribió una veintena de novelas: Cimarrón (1930), la más celebrada; varias obras de teatro y guiones de cinematografía. Fue también reportera de la agencia de noticias AP (Associated Press).
Fue uno de los grandes escritores de la literatura inglesa, destacó en diferentes géneros literarios: en el periodismo, la novela, la poesía, la biografía, el libro de viajes y el ensayo.
De todas las ciencias, probablemente es la matemática la que no tiene una definición precisa de su contenido.
México es un país con gran diversidad lingüística: 68 agrupaciones lingüísticas.
La CONMEBOL publicó el anuncio del evento en redes sociales durante la mañana del martes en conjunto con la cantante.
Durante nueve días, más de 28 mil artistas de todo el país llegaron a Tecomatlán, Puebla, transformando su Auditorio municipal, la Plaza de Toros y el nuevo y colosal Teatro Aquiles Córdova Morán.
En 1942, Stalin solicitó a los aliados que abriesen el Frente Occidental de la guerra, dado que los alemanes ya casi tomaban Moscú.
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Escrito por Alan Luna
Maestro en Filosofía por la UAM.