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En otros países los nazis sometían a trabajos forzados a ciertos sectores de la población (judíos, gitanos, comunistas, etc.), pero en la Unión Soviética el objetivo era acabar con toda la población. Esto explica por qué ahí ocurrió casi la mitad de las muertes (27 millones) de toda la Segunda Guerra Mundial. Para los nazis, el inmenso territorio de la URSS era la cristalización de su Lebensraum (obtención de su “espacio vital”) que no es más que la doctrina del imperialismo más genocida y brutal que haya conocido la humanidad en su larga historia.
Otra lección importante es que los nazis instauraron el régimen de la más bestial esclavitud que jamás se haya conocido; sometieron a los pueblos dominados a trabajos forzados de 20 horas sin ninguna paga, simplemente daban una miserable comida y unos andrajos para vestir a millones de seres humanos; el ejército nazi necesitaba una producción altísima de armas por los amplios territorios invadidos y porque la guerra se prolongaba, sobre todo en la Unión Soviética. Los nazis también aniquilaron a millones de trabajadores al hacerlos trabajar excesivamente, sin buena alimentación y en condiciones inhumanas de insalubridad, el genocidio no sólo ocurrió como “limpieza étnica”, fue la aplicación de las relaciones de explotación capitalista en su más brutal y expoliadora forma.
Entre los jerarcas nazis hubo claras diferencias ante el hecho de tener la posibilidad de morir. Algunos, tratando de salvar el pellejo, quisieron colaborar con los acusadores; es el caso de Albert Speer, quien reveló los planes nazis de realizar una guerra química utilizando dos gases mortíferos: el gas tabún y el gas sarín, para los cuales no existía ninguna máscara que evitase morir envenenado.
En la última parte de los juicios de Nuremberg, los fiscales volvieron a abordar el tema del holocausto. Presentaron a varios testigos que vivieron en los campos de concentración, quienes señalaron que a diario eran asesinadas de 10 a 12 mil personas en las cámaras de gas; y lo más terrible: a los niños judíos o de otra raza “inferior”, los arrojaban vivos a los hornos crematorios. Cuando se interrogó a Hermann Göring sobre si tenían conocimientos de estas matanzas, el segundo de la cúpula nazi dijo: “no creo que el Führer se haya enterado de lo que ocurría en los campos de concentración”. Pero un oficial que ejecutó crímenes masivos, de nombre Rudolph Höss, declaró que efectivamente, hubo ejecuciones masivas y explicó el método de supresión de la vida de los prisioneros, quienes eran encerrados en cámaras en las que en unos minutos podían morir hasta dos mil personas. Estas declaraciones apesadumbraron a los jefes nazis sentados en los banquillos de acusados.
Al dar su declaración final, lejos de mostrar algún rasgo de arrepentimiento, los jefes nazis siguieron hablando con soberbia, como si tuvieran superioridad moral sobre los que los juzgaban. El que sorprendió a todos fue Rudolph Hess, quien defendió vehementemente el legado de Hitler: “he cumplido con mi deber como leal seguidor de mi Führer, no me arrepiento de nada”. La sentencia para Göring fue morir en la horca; Hess, cadena perpetua; Streicher, horca; Keitel, horca; Dönitz, 10 años de prisión; Speer, 20 años de prisión, etc.
¿Y a los nazis que hoy gobiernan algunos países “democráticos” cuándo se les juzgará por ser responsables de millones de muertes en invasiones y guerras de exterminio, golpes de Estado y otros métodos para imponer su “orden basado en reglas”? La principal lección que le dio la Segunda Guerra Mundial a la humanidad es que los regímenes sociales no son producto de la diabólica mente de caudillos capaces de cometer los peores crímenes, los más bestiales genocidios: los regímenes sanguinarios son producto de la esencia del orden social capitalista, cuyas élites llegan a someter a la sociedad a la muerte, la sobreexplotación y las peores infamias por su deseo de acumulación de capital, por su hambre insaciable de plusvalía.
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Escrito por Cousteau
COLUMNISTA