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Europa 2025: neocolonizada y vulnerable
La humillación que el presidente de Ucrania, Volodymir Zelensky, recibió de su homólogo estadounidense Donald Trump tuvo un doble mensaje.
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La humillación que el presidente de Ucrania, Volodymir Zelensky, recibió de su homólogo estadounidense Donald Trump tuvo un doble mensaje: el que dicha nación es prescindible para la actual cúpula tecnocrática de Washington y que de igual manera lo es la zozobra en que hoy se halla la Unión Europea (UE).

Ninguno de los 27 países europeos vio venir el golpe. El pasado 24 de febrero, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, se reunió con Trump y en esa charla discrepó con éste al afirmar que Rusia fue la que agredió a Ucrania. Tres días después, el primer ministro británico, Keirr Stamer, vio cómo fue desoída la oferta de aumentar al 2.5 del Producto Interno Bruto (PIB) su gasto en defensa si el gobierno de Estados Unidos (EE. UU.) seguía respaldando a Ucrania.

Horas después, el viernes 28 de febrero pasó a la historia como el día en que el ensoberbecido ucraniano debió escuchar los gritos con los que Donald Trump le ordenó ceder en su negociación con el Kremlin. Ante cámaras y micrófonos, el magnate espetó a Zelensky: “no vas ganando…. estás jugando con la tercera guerra mundial… eres un desagradecido”.

La onda expansiva de ese golpe, con el que el ucraniano debió aceptar que ya no es útil, cruzó el Atlántico y llegó a Bruselas con un efecto devastador para el corazón del liderazgo europeo. El periodista Mattheew Chance lo ha considerado un “asalto político planificado”; y para el psicólogo Dany Blázquez, una “clase magistral de manipulación” de Trump a Zelensky.

Este golpe, sin embargo, es el efecto natural del acatamiento de la UE a las órdenes políticas de Washington, que desde hace décadas no ha escatimado esfuerzos para empoderar al neofascismo y al belicismo en el viejo continente. Fue así como Volodymyr Zelensky ha sido pieza clave en la estrategia anti-rusa de Occidente, que en el plano militar comanda EE. UU. a través de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

Después del viraje de 180 grados de Trump en la estrategia estadounidense, Europa y su protegido Zelensky persisten en la quimera de prolongar el conflicto armado para vencer a Rusia y repartirse el botín. Esta fantasía incluso llevó al arrogante Zelensky a enfrentar a Trump y James D. Vance.

Pero a pesar del vapuleo, el excomediante parece no asumir aún el costo de su servilismo en la guerra proxy de Occidente contra Rusia. Él, como su antecesor y eventual sucesor, Petro Poroshenko, tendrán que pagar una factura muy alta cuando admitan que su régimen no es viable.

Entretanto, sus patrocinadores europeos se reunieron el dos de marzo en Londres. El cónclave, realizado en un ambiente aún permeado por el pasmo generado en Washington, reunió a 14 de los 27 líderes europeos y a los jerarcas de la OTAN.

Contra el deseo de millones de ciudadanos europeos, agobiados por la dura situación económica y de guerra que enfrentan, esos dirigentes no buscaron alternativas para superar el amago de Trump de imponer aranceles del 25 por ciento a sus exportaciones.

Este problema crucial pasó a segundo plano, pues la cumbre “informal” se centró en apuntalar al régimen de Kiev; y, alzando el tono, los líderes europeos anunciaron un incierto modelo de “paz justa” con tregua de un mes.

Mientras en su palacio de Londres, el monarca británico recibía a su invitado de lujo, el humillado Zelensky, a tres mil 662 kilómetros de distancia, al otro lado del Atlántico, Trump ajustaba un acuerdo con Ucrania sobre minerales estratégicos que beneficiará al capitalismo corporativo tecnológico de su país. Así operan los artífices de la prolongación del conflicto armado en el este europeo. 

Pobre y armada

Al presidente 47º de EE. UU. le gusta humillar. Acaba de humillar a Europa, a la que considera un bloque sin iniciativa propia y a la que le exige que le pague por la seguridad que le brinda a través de la OTAN. El magnate-presidente la ve como una región que dejó de ser paradigma de industrialización, cultura, humanismo político, alto nivel de vida y los mejores servicios médico, de educación y transporte.

La de hoy es una Europa cuya influencia político-económica va en declive porque abandonó su liderazgo en la creación de grandes proyectos comunitarios, entre ellos, el de una política exterior independiente. Ya se diluyó la colosal ganancia que obtuvo a partir de 1991, cuando se le adhirieron 16 estados con 124 millones de habitantes y más de dos millones de kilómetros de territorio, cuando se desintegraron la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y el bloque socialista escandinavo.

En 2024, la economía de la UE sólo creció 0.9 por ciento; y en 2025 lo hará en uno por ciento, por lo que se prevé que en 2050 ninguna de las economías de los países de esa área figure entre las 10 más grandes del mundo, en contraste con las naciones de la región Indo-Pacífico, que reemplazarán a Occidente en el dominio comercial-global.

Detrás de este cambio se hallan el rechazo a las relaciones de cooperación con la Eurasia, que encabeza Rusia; el sometimiento de la UE a la geopolítica atlántica de EE. UU., y los chascos del Brexit y Ucrania.

El fin de la alianza de EE. UU. y la UE tiene como causa principal la pérdida de competitividad económico-comercial, estima el exdirector del Centro Nacional de Inteligencia de España, Jorge Dezcallar de Mazarredo. Los Veintisiete no ofrecieron alternativa a la desglobalización y a la imparable dinámica comercial china.

Además, hoy Europa depende aún más del paraguas militar de EE. UU. y la OTAN al reducir su presupuesto respectivo en las tres últimas décadas del Siglo XX. En los 70-80 lo redujo del cuatro al 3.5 por ciento con respecto al PIB; en los 90-99 entre el 3.0 y 3.2 por ciento; en 2000 cayó al 1.3 por ciento y al 1.7 por ciento entre 2000 y 2003.

En 2017, siendo presidente de EE. UU. y vendedor de armas, Donald Trump urgió así a sus aliados europeos: “deben pagar su justa parte a la OTAN, pues no contribuyen como debe ser”; y en 2018 los conminó a “pagar las facturas” por la seguridad que les brinda su país.

Esto fue ganancia para las contratistas del Departamento de Defensa (Pentágono) y de la OTAN. El complejo militar industrial de EE. UU. siempre ha tenido buenos promotores de venta entre en los legisladores demócratas y republicanos, pero ahora la promoción sale de la misma Casa Blanca. 

Desde la oficina oval se presiona a los jefes de Estado europeos para que inviertan más en defensa, sobre todo ahora cuando dicha región se halla política y económicamente disminuida. Hace unas semanas el canciller alemán, Olaf Scholz, reprochó a Trump su exigencia de que aumente al cinco por ciento del PIB su gasto militar.

Sin embargo, tanto él como los demás socios de la UE y la Europa no comunitaria, fueron quienes suministraron apoyo armamentista, logístico y mediático al régimen neofascista de Kiev para hostigar a la comunidad rusa y sabotear sus empresas en el Donbás.

El expresidente Joseph Biden desplegó mayores esfuerzos para favorecer las ventas del complejo industrial militar de EE. UU. En junio de 2021 pidió a sus homólogos de la UE revitalizar la relación con la OTAN porque ésta es de “importancia capital para nuestros intereses”.

Sea con el tono agreste de Donald Trump o con el condescendiente de Joseph Biden, EE. UU. exige a los países europeos que suscriban el mayor número posible de contratos con sus corporaciones de armas, que tienen como destino los programas de entrenamiento en el flanco oriental del continente y el fortalecimiento del comando central de la OTAN.

En función de ese objetivo comercial de nivel masivo, EE. UU. y la OTAN han caracterizado a Rusia como una “amenaza” para la seguridad del Consejo Europeo (CE) y la Presidencia Ejecutiva (PE). Cuando se inició 2024 el Banco Mundial (BM) cifró el gasto militar de la UE en 194 mil millones de dólares (mdd), equivalentes al tres por ciento de su PIB.

Sin darse por enterado, Trump advirtió en febrero del año pasado que de resultar electo de nuevo no defendería a los miembros de la alianza atlántica porque estaban atrasados en sus pagos. Lo secundó el secretario de la OTAN, Jens Stoltenberg, cuando lanzó esta amenaza: “si Putin gana en Ucrania, no hay garantía de que la agresión rusa no se extienda a otros países”.

En entrevista con el diario alemán Welt Am Sonntag (El mundo en domingo), el comandante gringo dijo que la OTAN no buscaba una guerra con Rusia, aunque alertó: “tenemos que prepararnos para una confrontación que duraría décadas. Debemos pasar de una producción lenta de tiempos de paz a una producción de alto ritmo en tiempos de conflicto”.

Esta visión era contraria a la realidad, porque hace más de 18 meses que la OTAN concluyó que Ucrania no podía ganar. Pero en su afán por lucrar con este conflicto, tanto EE. UU. como la UE azuzaron a Kiev para exigir más armamento y profundizar su endeudamiento.

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von Der Leyen, promotora del complejo industrial militar y la OTAN, respaldó la operación militar que dirigió Benjamín Netanyahu y provocó el asesinato masivo de palestinos en Gaza. Londres, de igual manera, urgió a rearmar a la exrepública soviética y a sus socios europeos.

Es también ferviente armamentista el líder del Consejo Europeo, António Costa, el líder de la OTAN y en julio pasado habían aportado el equivalente a unos 43 mil mdd para financiar operaciones militares de Ucrania. El destino de este monto multimillonario fue el complejo industrial militar de EE. UU.

La decadencia

Ese gasto armamentista influyó en la caída del nivel de vida de los europeos, mayor desigualdad social, racismo, populismo y xenofobia. Hoy estos problemas se intensifican a tal grado que algunos analistas vislumbran el fin de la eurozona y el éxodo de población, aunque no parece inmediata la desintegración. 

La percepción de decadencia no sólo se advierte en la pérdida de influencia política, sino también en su mayor dependencia energética, el envejecimiento de su población, el alto índice de muerte de recién nacidos y los problemas económicos de todos los países de la UE, por lo que el Fondo Monetario Internacional (FMI) pronosticó que al final de 2025 el bloque sólo crecerá el uno por ciento.

Otro fenómeno ominoso que recorre el continente es el avance de la derecha y la ultraderecha, en detrimento del retroceso del centro-liberal y los “verdes”, que no defienden bien sus valores (seguridad, ambiente, corrupción y bienestar). Esta crisis capitalista ha abonado el auge del neofascismo y la derecha en las elecciones de 2024 en Francia, Italia, Austria, Hungría y Bélgica, señalan los analistas

Los partidos de la derecha radical aprovecharon el enojo, la decepción y la desconfianza de los europeos hacia el liberalismo. Su ideología comulga con el capitalismo, pero sus élites, que reproducen a costa de otros; los lleva a moverse en un marco político pseudo-izquierdista mientras aplican políticas de derecha en contra del interés de la clase trabajadora.

Sólo manipulan la indignación social generada por el declive político y económico. Critican programas sociales de los centristas con calificativos como el de “desperdicio de recursos”; exigen plena soberanía nacional contra la inmigración y la desaparición de fronteras por la ampliación de la UE, así como por el fracaso de las normas ambientales.

El descontento y la frustración aumentaron con el efecto boomerang del conflicto en Ucrania y las sanciones occidentales a Rusia. Estos europeos pagan hoy más en energía, alimentos y transporte; el campesinado está condenado a recibir precios bajos por sus productos a causa del trato preferencial que se le brinda a la agroindustria ucraniana.

Y a la par escalaron la militarización y el conflicto en la Alemania, antes la más próspera economía. En Alemania escala la militarización y la extrema derecha se halla en auge debido a que la economía, antes boyante, va a la baja y todos sus sectores privilegiados han abonado el terreno para que ello ocurra.

Hoy, la información de alta tecnología digital y los medios de comunicación se hallan en manos de las oligarquías locales, tanto como propietarias o mediante la concesión de generosas donaciones. Su agenda propone elevar la edad de jubilación, apoya la militarización, habla de “subversión” migratoria y se alínea con EE. UU. fingiendo “defender” a Europa.

Sus colegas franceses, holandeses, españoles y británicos apoyaron a la Guardia Nacional ucraniana, que encubrió al pro-nazi Batallón Azov de la Brigada 12; a la vez que se fortalecían la Falange Auténtica, VOX, la facción del ministro de Defensa de Alemania, Boris Pistorius. Todos siguen el ideario neofascista de la presidenta del Consejo Europeo, Úrsula von Der

Leyen. 

 

ENTREVISTA AL EMBAJADOR DE RUSIA

“Muchos Estados buscan la independencia de las relaciones internacionales y eso será un factor crucial”, dijo a buzos el embajador de la Federación de Rusia en México, Nikolay Sofinskiy.

buzos (b).¿Cómo se sientan en Riad juntos, Rusia y EE. UU., si ese país alentó el conflicto en Ucrania?

Nikolay Sofinskiy (NS)-Rusia siempre ha abonado por la construcción de la paz mundial desde la fundación de la ONU y también lo hizo hace 80 años en los Acuerdos de Yalta. Entonces, como ahora, creemos que no hay otro camino que el diálogo.

Creo que siempre hay problemas o conflictos; y algunas salidas a esas situaciones pueden ser inconvenientes, pero también se logra con el diálogo.

Hay muchos Estados que buscan la independencia de las relaciones internacionales, que serán uno de los factores más importantes, cruciales. Porque se quiera o no, China, como Brasil, como África y América Latina, son un gran polo que se relaciona entre sí. Ése es un proceso que no se puede detener ni congelar. Es una inercia de desarrollo y prosperidad que avanza.

b.- Hace 80 años Rusia triunfó sobre el nazismo y hoy vuelve victoriosa luego que Occidente le lanzó todo su arsenal bélico e ideológico. Rusia ganó territorio, confianza global y rebasó las sanciones. ¿Cuál es su balance?

NS.-El conflicto tuvo impacto amplio en la vida de las naciones. Como sucede siempre, las naciones se convierten al nazismo cuando se legitima; y eso puede repetirse independientemente de nuestra voluntad para calmarlo antes de que ocurra, como en la historia pasada y que costó grandes pérdidas antes de llegar a la mesa de diálogo; como lo sucedido en Ucrania. Eso debe hacer el liderazgo occidental y no como los 32 países que combatieron a Rusia.

Éste es el momento de tomar decisiones de política y diplomacia sobre las líneas rojas. Y eso sólo se construye con diálogo, aunque ahora Zelensky trata de jugar entre dos polos y complicar la situación para EE. UU. y Rusia. Es momento de la diplomacia.

 

¿Europa saldrá sana y salva tras esa aventura?

Hoy que el EE. UU. de Donald Trump dialoga en la capital de Arabia Saudita con la Rusia de Vladimir Putin, sale a la luz que inversionistas estadounidenses están dispuestos a invertir para reactivar el gasoducto ruso Nord Stream 2, que por presión del gobierno de Joseph Biden se detuvo al inicio de sus operaciones, en 2023.

De igual modo, el magnate-presidente dijo al premier británico que el acuerdo de minerales estratégicos es la mayor garantía de que Moscú respetará lo que se acuerde en Riad.

Por tanto, hoy la UE tiene ante sí el más difícil dilema: o se somete a Donald Trump, bajo la apariencia de un entendimiento o se arriesga a mantener la ambigüedad de un proyecto comunitario que naufraga y, aún así, lanza un salvavidas al régimen ucraniano.


Escrito por Nydia Egremy

Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.


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