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El pan como alimento y la sal como complemento de éste comparten una historia íntimamente relacionada desde su descubrimiento y uso en la alimentación humana; es así que la cultura de la humanidad los tiene como emblemas relevantes en la vida cotidiana de los pueblos más antiguos.
El pan, elaborado desde la antigüedad con agua y harina que se obtiene de la molienda (muy rudimentaria en un principio) de cereales, amasados y puestos al calor para su cocimiento, es considerado un alimento de alto grado de aprovechamiento, ya que contiene fibra, vitaminas, minerales, proteínas y un vasto aporte energético que lo ha colocado como alimento esencial y, a veces, único sustento del hombre durante siglos, sobre todo, de las clases sociales menos favorecidas; tal vez por eso, y porque se prepara con solo agua y harina, es considerado un alimento humilde, asociado con hábitos frugales y moderados en general. Epicuro, en su Epístola a Meneceo, argumenta que “la satisfacción del hambre y sed con pan y agua produce un gozo de intensidad idéntica a la satisfacción lograda por medio de manjares suculentos y refinadas bebidas”. Sancho opina algo parecido: “… a decir verdad, mucho mejor me sabe lo que como en mi rincón sin melindres ni respetos, aunque sea pan y cebolla”.
En griego “todo” se dice pan; un autor opina que “se le llamó pan por el hecho de que se sirve (adponatur) con toda clase de comida, o por el hecho de que todo animal lo apetece (adpetat)”. No obstante, el origen, es innegable; la gran tradición literaria y cultural con relación a lo humano y lo espiritual que precede al pan, no solo como sinónimo universal del sustento, sino también de todo aquello que alimenta, tanto al cuerpo como al espíritu. Homero, en la Odisea, llama a los hombres “comedores de pan” y los diferencia del Cíclope que “parece que no viviera de pan”; por su parte, el Nuevo Testamento (Juan 6:35) dice “Yo soy el pan de vida, y el que viene a mí no tendrá hambre…“; en la antigua Roma se distribuía en cestas durante los juegos, que nos recuerda la frase de Juvenal: “pan y circo” utilizada cuando se distrae con alevosía al pueblo de las cosas importantes.
La sal, compuesto químico natural (cloruro de sodio), es utilizado como condimento en la preparación de los alimentos porque provoca un aumento de la sensibilidad del paladar y lengua, por lo que, se dice, “da sabor”. Además, por sus características químicas, juega un papel importante como regulador del equilibrio de líquidos en las células que forman el organismo animal y en la génesis de estímulos eléctricos en el sistema nervioso central. El organismo humano no tiene reservas de sal ni forma de crearla, de manera que el sistema nervioso periférico, a través del riñón, es el responsable de regular las cantidades necesarias para el organismo y su excreción. Y el sistema nervioso central, a través del hipotálamo, (sed) puede regular su exceso con la ingesta de agua, pues mantiene en equilibrio la concentración salina en la sangre. La deficiencia o exceso de sal en la sangre producen desequilibrios físicos y nerviosos: letargo, desorientación, apatía, debilidad muscular, alteraciones visuales, convulsiones y detrimento en la agudeza de los sentidos.
La palabra sal, del latín sal, salis, conserva intacta la raíz indoeuropea (sal), este “excelente alimento” tiene también una historia ligada literaria y culturalmente a la humanidad, no solo por dar sabor a la comida, sino por sus excelentes cualidades como conservador. En la antigua China, solo el oro poseía más valor que la sal; en la antigua Roma, los soldados recibían un puñado de sal como complemento de su pago, que llamaban salarium, nombre que heredó el pago recibido en dinero a cambio de la fuerza de trabajo. La tradición cultural relaciona a la sal como sinónimo de “pureza”, “ingenio”, “amistad”, “honestidad”, “ironía”, “alegría”, “perspicacia”, “sabor y gozo”; José Martí dijo: el dolor es la sal de la gloria”, “contrario a lo insípido y simple”; lo “indestructible”, porque nada le puede quitar a la sal lo salado, así describe el Antiguo Testamento la alianza de Dios con el pueblo hebreo: “alianza de sal”; para los griegos es símbolo de “amistad y compromiso inquebrantable”.
En el terreno de lo proverbial, compartir el pan y la sal es símbolo de un lazo fraternal, es compartir lo poco que se tiene con los que no tienen nada y demuestra generosidad, desprendimiento, hospitalidad y verdadera hermandad entre los hombres. De la misma forma, negar a los hombres sus derechos elementales es considerado “negar el pan y la sal”, acto de mezquindad, nula sensibilidad y rechazo absoluto al derecho de la más básica hospitalidad al que padece.
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Escrito por Tlacaélel De la Cruz
Columnista