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En una zona situada dentro de un triángulo formado por las poblaciones de Santa Ana, Colonia Independencia y Colonia Ruiz Cortínez, en el municipio de Namiquipa, Chihuahua, casi a flor de tierra, se encuentran varios conjuntos de construcciones prehispánicas en forma de ciudadelas en todo similares a las de la monumental Paquimé.
Se trata, en verdad, de una nueva Paquimé, que está esperando a que alguien se interese en su rescate y conservación, antes de que desaparezca por completo frente a los embates de la erosión y el saqueo. El grave estado de deterioro de estas ruinas, que en otros países serían consideradas un tesoro nacional, pide a gritos que alguien se ocupe de ellas.
Aquí, la indiferencia de las autoridades municipales, estatales y federales, ha permitido que las llamadas “moctezumas” hayan sido saqueadas y destruidas. En busca de supuestos tesoros, se ha hurgado con palas, picos y azadones, sin ningún respeto y sin tener la idea más remota de lo que está bajo tierra ni de su importancia.
En muchos domicilios de los alrededores se exhibe infinidad de ollas y jarras, cántaros y platos, fabricados hace más de 600 años por expertos artesanos indígenas, en el más puro estilo de la alfarería paquimense. Estas vasijas, decoradas en variados tonos de ocre y negro sobre fondo claro, con variadísimos trazos y motivos geométricos, así como otras en color rojo natural sin decoración, adornan los rincones de las casas de los alrededores. Distintivas de la alfarería de esta zona son también las vasijas de barro negro con acabado de esmalte, eso revelan los fragmentos que se pueden encontrar todavía entre la tierra de las ruinas.
Ha habido, incluso, quienes se han encontrado collares de turquesa y de cuentas de calcedonia, un tipo de cuarzo de formas concoidales en colores variados y que aquí se encuentran en variaciones de rojos, naranjas e incluso con el rayado concéntrico característico del ágata. Los habitantes del municipio –aunque es raro que alguien acepte públicamente conocer siquiera los sitios de las ciudadelas– han encontrado diferentes ornamentos de jaspe pulido, así como accesorios de perla, madreperla, concha y de caracolitos.
Aparte de estas incursiones destructoras, hasta cierto punto naturales, de los lugareños, las ciudadelas han sido víctimas de profesionales del saqueo, quienes muchas veces, a petición de coleccionistas extranjeros, se han llevado esqueletos, ofrendas mortuorias, así como morteros tallados en piedra volcánica, molcajetes, estatuillas y quién sabe cuánto más.
Justo en la entrada sur de Santa Ana, Namiquipa, el viajero se topa con unas instalaciones comerciales que tienen unas bodeguitas anexas; atrás de estas construcciones se halla un potrero. En medio del potrero, por un camino vecinal y a unos 150 metros antes de un arroyito, se pueden ver varios montículos de tierra, casi sin vegetación. “Si el pasto no crece aquí, es porque la gente se mantiene escarbando, buscando tesoros”, explica Carmelo Ruiz Armendáriz, residente de Cuauhtémoc, quien fungió como el gentil guía de la expedición.
Éstas son las “moctezumas”, como les llama la gente a los montículos que cubren las construcciones de tierra, que son los restos de las ciudadelas prehispánicas. Nadie vio nunca a sus constructores, aunque se sabe que algunos sitios similares en otros municipios fueron ocupados por los indios conchos, muchos años después de haber sido abandonados por sus habitantes originales.
El término “moctezumas” tiene su origen en la leyenda del tesoro de Moctezuma, el emperador azteca, de quien los españoles sospechaban que había enterrado un tesoro inmenso.
En este primer sitio se pudieron apreciar, a través de las excavaciones que ha hecho la gente, algunas paredes de tierra. El parecido con las ruinas de Casas Grandes no es casual: las habitaciones estaban originalmente semienterradas y sobresale la parte más alta. Los techos fueron los primeros en desaparecer, por estar construidos con materiales perecederos, como madera y ramaje.
Es evidente que el pico y el azadón dieron cuenta de mucho de lo construido. Esparcidos en el suelo, como si se tratara de desperdicios en un basurero, se encuentran metates, morteros y millares de fragmentos de alfarería: roja esmaltada sin ornamentación, negra esmaltada, pedazos de lo que pudo haber sido un cazo grande, con casi dos centímetros de espesor, y otros pedazos con los restos de la decoración estilo Paquimé, fundamentalmente en rojos, naranjas y negros sobre fondo blanco, crema y amarillo, tonos y colores conservados a través de los siglos. Y fragmentos de hueso tallado, así como miles de piedrecillas de calcedonia y de jaspe, que pudieron haber sido coleccionadas por quienes se encargaban de elaborar los ornamentos personales y los adornos rituales o ceremoniales.
Al preguntársele a una autoridad de Santa Ana si conocía las “moctezumas”, extrañado, sólo atinó a fingir malamente y se dirigió al comandante de la policía: “¿Tienes alguna referencia del Moctezuma ese?”, como si se tratara del expediente de algún maleante.
Los campesinos participan también de esta “amnesia”, y casi nadie da razón, tal vez porque saben que el saqueo de sitios arqueológicos es un delito, y tienen cola que les pisen.
Por su parte, el señor José Alarcón, cuya huerta está en un punto intermedio entre Colonia Independencia y Colonia Ruiz Cortínez, no tuvo inconveniente en permitir el paso a unas ruinas que están en su propiedad. En medio de huertas de manzanas, un extenso baldío señala el sitio. “Aquí han venido gentes a sacar cosas –relata–. Una vez vino un gringo dizque a estudiar el lugar, venía con unas personas que traían un aparato y lo ponían sobre el suelo y decían ‘aquí hay, acá no’, quién sabe qué detectaba el aparatito ese, pero se fueron y ya nunca regresaron”.
Pero Don José sí ha visto, debajo de la tierra, muchos cuartitos como de dos metros por dos, “y en las esquinas estaban unos esqueletos, eran como tumbas”. En una ocasión, dijo, alguien desenterró un cráneo que se hizo polvo al contacto con el aire.
Aquí también hay metates, y se aprecia un solo gran montículo, de unos 600 metros cuadrados. Hay ceniza por doquier, entreverada en la tierra, así como también restos de cerámica, prácticamente igual a la de Santa Ana, que está a más de 15 kilómetros.
A varios kilómetros hacia el sureste de la huerta del señor Alarcón se encuentra otro sitio con muchos montículos, repartidos en unas seis o siete hectáreas; éste es un lugar cuyas ruinas pudieran estar en un estado de mejor conservación. Acá se aprecian por lo menos unos 16 montículos, aparentemente de tamaños diferentes.
La destrucción es visible, aunque existe una mayor cantidad de objetos sueltos y a flor de tierra que en los otros sitios. Se pudo ver una rueda de barro con base plana y terminada en punta truncada, con un agujerito, como si fuera una tapa de olla, o como si se tratara de la base de algún objeto de ornato o un juguete.
Si el lector ha escuchado acerca de las llamadas “puntas Clovis”, que son unas hermosas puntas de lanza con la forma de hojas de laurel características de una cultura paleolítica del sur de Estados Unidos y del norte de México, podrá entender que una punta encontrada aquí tiene esa forma, aunque sin la muesca característica de las que las Clovis tienen en la base, la cual es aquí plana. Esta punta, tallada en forma excepcionalmente virtuosa por un artesano local, está hecha de jaspe rojo, que es una variedad de cuarzo y que fue de los materiales favoritos de los indígenas chihuahuenses antes de la Conquista.
Esta cultura, que fue la misma, o por lo menos hermana de la de Paquimé, merece que se le rescate, investigue y conozca, porque entre las numerosas tribus que poblaron el estado de Chihuahua antes de la llegada de los europeos, éstas del noroeste llegaron a un estadio en su desarrollo que se caracterizó porque superaron las costumbres nómadas y porque empezaron a desarrollar la agricultura.
No todo es abandono y destrucción; en Namiquipa, en Galeana y otros municipios de la región noroeste del estado sí ha habido investigación profesional y labores de rescate arqueológico y cultural; y han sido presentados y publicados algunos estudios valiosos y descubrimientos interesantes.
Un pendiente de azabache con incrustaciones de turquesa y riolita, así como un medallón de concha nácar, ambos con una antigüedad de más de mil años, fueron restaurados y entregados al Centro INAH–Chihuahua y ahora se exhiben en el Museo de las Culturas del Norte, en Paquimé. Se trata de objetos de carácter ritual que fueron hallados en junio de 2010, durante las excavaciones realizadas en el sitio Calderón, municipio de Namiquipa, como parte del Proyecto Arqueológico Chihuahua (PAC).
Los trabajos estuvieron a cargo de la arqueóloga Jane H. Kelly –quien falleció en 2016– bajo los auspicios de la Universidad de Calgary, Canadá, con la supervisión del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
Jane H. Kelly, formada profesionalmente en México, explicó que el sitio Calderón es parte de lo que ella denomina la “Cultura Chihuahua”. Se ubica a tres kilómetros del pueblo Óscar Soto Máynez (Santa Ana), en una región donde hay registrados por lo menos seis sitios del Periodo Viejo, como lo denominan los arqueólogos, y que va del año 700 a 1250 d.C., anterior a la cultura Paquimé y de los que el sitio Calderón es el más extenso.
El trabajo que lideró Kelly identificó sitios del Periodo Viejo en las regiones de la Laguna Babícora y en los valles de Santa María y Santa Clara. Se identificó a estos sitios en 1996 recorridos de superficie; y a partir de 2005 fueron explorados con georradar, un aparato que permite detectar posibles edificaciones enterradas antes de comenzar a excavar.
El arqueólogo Francisco Zúñiga, colaborador de Jane H. Kelly, destacó que el PAC ha continuado con las investigaciones de manera ininterrumpida, haciendo anualmente una temporada de campo de dos meses, durante las cuales ha registrado cerca de 300 sitios con aldeas agrícolas del Periodo Viejo, de los que han excavado ocho.
Explicó que estos sitios están conformados por secuencias de casas semisubterráneas, es decir, que la parte inferior de la edificación está construida debajo de la tierra y la parte superior se encuentra a nivel del piso; elaboradas en adobe con ventanas y puertas reforzadas con vigas de madera, y sostenidas con postes, también de madera.
Las casas rodeaban una construcción mayor, distinguida como casa comunitaria, que debe haber funcionado como centro cívico y religioso. Estas construcciones integraban aldeas agrícolas.
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Escrito por Froilán Meza
Colaborador