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El modelo económico neoliberal está en crisis. Si bien anidó en el mundo entero para regular la vida de los hombres a través del mercado, este sistema muestra signos de haber llegado al límite de su crecimiento y ya está plenamente agotado. El modelo funciona con base en el aumento del capital y su forma más sana es la venta de las mercancías, pero el mercado se halla saturado de éstas y al tardar en venderse elevan considerablemente sus costos. En esta correlación, los burgueses poseen los medios de producción y los trabajadores su fuerza de trabajo, quienes son incorporados a las empresas conforme se desarrolla y crece el capital.
Pero el desarrollo nunca es homogéneo, se da en forma totalmente desigual, regiones completas se benefician de los recursos naturales y de la riqueza y explotación de otras; así se crean algunos focos de desarrollo y pobreza en los países de la periferia. Conforme los medios de producción de manera interna o externa se concentran en pocas manos, las personas terminan empobreciéndose más y como solo cuentan con su fuerza de trabajo deben moverse hacia donde ven alguna oportunidad de ser contratados; cuando los capitalistas locales no pueden absorberlos, buscan opciones en los capitalistas foráneos.
Y, lo que son las cosas, aún con la fuerte política restrictiva de Donald Trump, que incluye deportaciones masivas; pérdida de derechos adquiridos –como los de los dreamers–; la construcción de más muro fronterizo; el espanto intencional con separación de niños y padres; constantes amenazas de expulsión masiva, etc., la migración hacia Estados Unidos (EE. UU.) no se detiene. En estos días vemos una oleada de más de cuatro mil migrantes de Honduras que avanzan sobre el territorio de México en busca del sueño americano ¿alguien hubiera imaginado algo así?
Este fenómeno es revelador y enseña que nada funciona ni puede detener al hombre cuando es el hambre y la desesperación lo que lo mueve. Cuando ya no hay para dónde hacerse, se asumen los peligros y riesgos necesarios. Ante la impotencia del presidente de EE. UU., que amenaza con mandar a su Guardia Nacional a la frontera si las autoridades mexicanas no detienen la oleada de migrantes, las autoridades mexicanas han quedado entre la espada y la pared; por un lado necesitan quedar bien con el mandatario vecino y, por el otro, no pueden exhibirse internacionalmente como represores. Quien ha querido sortear esta situación y quedar bien con Dios y con el diablo ha sido el Presidente electo, que ha salido a declarar que reprimir no es la solución y que deben atenderse las causas. En esto tiene razón, pero se excede con mucho cuando promete que otorgará visas de trabajo a los migrantes hondureños que decidan quedarse en México. Eso es ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.
Para los migrantes latinoamericanos (incluyendo a los mexicanos), nuestro país no es atractivo ni destino final, sino solo paso obligatorio. Las cuestiones estructurales de la economía mexicana muestran que el 70 por ciento de los trabajadores mexicanos se encuentra vulnerable en cuestiones laborales. Si comparamos los salarios mínimos mensuales en dólares, veríamos que en México se ganan 141 dólares y que en Honduras 341; que los trabajadores de ese país ganan 200 dólares más que lo mexicanos, pero un ilegal en EE. UU. ¡puede ganar dos mil 240 dólares! Los asesores del Presidente electo deberían decírselo.
Para los ilegales no es fácil; su estancia en EE. UU. implicará muchos riesgos, desde exponerse a la violencia, al crimen y a ser maltratados o abandonados en el desierto. Los coyotes son insensibles ante la desgracia humana y han hecho del dolor ajeno un buen negocio; pasar de México a EE. UU. cuesta al menos 100 mil pesos. Quien se arriesga en esta odisea debe vender lo poco que tiene o endrogarse por varios años. Los migrantes trabajan por bajos salarios en comparación con los ciudadanos estadounidenses y viven con la zozobra de ser deportados en cualquier momento.
Donald Trump tiene razón al afirmar que los gobiernos de los países expulsores deben crear las condiciones para que las personas no emigren, creando suficientes fuentes de trabajo; pero también es cierto que, en nombre del libre comercio, EE. UU. ha empobrecido a las naciones latinoamericanas. El fenómeno de la migración y la violencia hacia los migrantes es solo un síntoma del agotamiento del modelo. Es necesario que los pueblos se organicen y preparen para un cambio gradual de modelo económico. No hacerlo solo nos acerca a un cataclismo social de inimaginables consecuencias.
La pandemia exhibió la fragilidad de la economía y la incapacidad del gobierno actual. Los hogares humildes son abandonados a su suerte.
"No tengo derecho a fallar", "no es mi fuerte la venganza", "van a bajar los sueldos de los de arriba porque van a aumentar los sueldos de los de abajo", "el presidente de México nunca dará la orden de reprimir al pueblo".
El problema no es nuevo y creo que, en alguna medida al menos, tampoco desconocido por la opinión pública, en particular la de Oaxaca, pues nos hemos referido a él en varias ocasiones. Por eso hoy me limitaré a una muy breve síntesis.
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La desigualdad en el mundo se hace más profunda, la brecha entre ricos y pobres continúa y los más perjudicados son los más pobres.
En Veracruz, como en todo el país, existe una gran brecha de desigualdad social, según datos del Coneval, en el estado 61.8 % de la población.
Son innegables los cambios en la esfera política del país.
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La situación es aún más grave, pues a la falta de trabajo y los bajos salarios se suma la violencia.
Antorcha siempre ha considerado que el teatro es un arte popular porque nació del pueblo.
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Escrito por Capitán Nemo
COLUMNISTA