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Debido a que nada nuevo hay bajo el Sol, en México siempre hay un viejo problema que se ofrece como nuevo: “reforma o revolución”. Su actual emergencia a la superficie del proceloso mar llamado México es sustentada hoy por el historiador Héctor Aguilar Camín en el artículo El otoño del presidente –publicado en el número de junio de 2022 de la revista Nexos– con el argumento de que “las sociedades reformistas han sido al final más transformadoras que las revolucionarias”.
El trasfondo político de esta aseveración no es menor o accesorio, sobre todo porque está aplicado a la realidad mexicana y ello implica negar la lucha de las clases trabajadoras y la revolución social que podría derivar de aquélla.
Para los “revisionistas” alemanes de la Segunda Internacional –sus propulsores originales–, la única vía de transformación de las sociedades eran las reformas sociales, no la revolución; pero Aguilar Camín lleva la disyuntiva entre ésta y el revisionismo al extremo de sugerir que en la realidad actual solo son posibles las reformas.
En primer lugar, su afirmación de que hasta ahora las sociedades reformistas han transformado más que las revolucionarias, se sustenta únicamente en el análisis histórico de dos de las principales revoluciones del Siglo XX –la de Rusia (1917) y la de Cuba (1959) – y en el de las sociedades reformistas del mundo occidental-capitalista bajo la égida de Estados Unidos (EE. UU.).
En segundo lugar, su aseveración de que unas sociedades se transformaron más que otras, no define con claridad el tipo de transformación que se plantea desde la perspectiva histórica; pues solo con base en una medición específica puede realizarse una comparación social como la que propone.
Las revoluciones sociales no solo cambian el aparato político de los Estados, sino también las estructuras de clase y las ideologías dominantes. Las transformaciones que se limitan a cambiar solo el aparato estatal y no modifican las estructuras de clase no pueden ser denominadas revoluciones sociales.
Por ello, la analogía que Aguilar Camín plantea en su artículo de Nexos no solo es desmedida, sino que, además, por sí misma, se anula; ya que el objetivo de las sociedades reformistas es solo cambiar el aparato político para conservar la estructura de clases.
Las revoluciones políticas y las revoluciones sociales no son conmensurables; y cualquier parangón respecto a sus alcances de fondo carece de bases. Esta conclusión es aplicable lo mismo para la historia universal que para la nacional.
Y aunque Aguilar Camín se esfuerza en convencer a sus lectores de que ni siquiera las “verdaderas revoluciones” –las armadas, según él, quien además cita la frase de José Vasconcelos de que la Revolución Mexicana “no fue más que un “porfirismo colectivo”–, es necesario reconocer que este movimiento social sea considerado como una revolución burguesa, que transformó las relaciones sociales, políticas y económicas que existían en México hasta 1910.
Pero, además, la invocación de los conceptos reforma y revolución no es válida en el análisis de lo que hoy ocurre en México porque, como el propio Aguilar Camín sugiere, el gobierno de la mal llamada “Cuarta Transformación” (4T) no es ni de lejos un cambio social ni político significativo.
Hasta el momento, el gobierno de la 4T no ha revolucionado nada, ni mucho menos ha impulsado reformas sociales a favor de las clases trabajadoras como las de los “revisionistas” alemanes, quienes disfrazaron su oportunismo con la engañosa consigna de que el movimiento lo era todo; y al final su objetivo resultó nada de nada.
El gobierno de la 4T no propone una reforma gradual, no es revolución y no tiene siquiera un objetivo socioeconómico definido.
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Escrito por Victoria Herrera
COLUMNISTA