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El viernes 27 de enero de 2023, a la luz de los compromisos militares de Occidente sobre enviar nuevas remesas de armamento para Volodímir Zelenski, Marc Fauvelle, conductor del noticiero francés Franceinfo, entrevistó al diputado de oposición Manuel Bompard. Fauvelle lanzó, entre otras preguntas, “¿es necesario hacer todo para que Ucrania gane esta guerra?”. Con un tono de circunspección, adecuada en estos tiempos agitados, el diputado señaló que para responder a eso se anteponía “¿cuáles son los objetivos militares, estratégicos que nosotros (Francia) tenemos en Ucrania?... ¿Acaso se piensa que la victoria y la paz serán el resultado de una victoria militar frente a una potencia que es una potencia nuclear?” y, dijo, “personalmente, yo no lo creo”.
Segundos adelante, Fauvelle volvió al ataque. Preguntó a Bompard si él no quería que Ucrania ganara. La respuesta fue nuevamente cautelosa: en ese caso, esquivó el diputado, cabría “preguntarse qué quiere decir ‘ganar’… ¿quiere decir expulsar a las tropas rusas del territorio ucraniano?... Rusia, potencia militar y potencia nuclear, ¿es capaz de aceptar una derrota militar? Yo no estoy seguro”. Además, agregó, “yo creo que nuestra responsabilidad… es ayudar a los ucranianos a defenderse”, pero sobre todo, insistió, “debe trabajarse en la formación de una solución diplomática para llegar a la paz en el tiempo más corto posible”.
Me parece que los cuestionamientos del diputado son válidos en las circunstancias actuales. ¿Aceptará Rusia que Occidente le plante enfrente armamento cuyas capacidades destructivas están acreditadas en los conflictos más recientes de la historia? ¿Permitirá el Estado ruso que Occidente le gane la partida por su supervivencia sin mover previamente sus piezas, por no decir su poderoso arsenal bélico? Yo pienso, como Bompard, que no. La Federación Rusa dará una réplica militar más vigorosa, lo cual puede implicar simplemente el empleo de más tanques y aviones contra Zelenski; pero también se encuentra abierta la posibilidad de que se empleen pequeñas bombas nucleares tácticas o grandes bombas nucleares estratégicas. Éstas pueden destruir ciudades o, incluso, a Europa entera de un solo golpe y su uso permitiría la destrucción masiva y absoluta, el extremo último de la violencia.
¿Ignoraban, acaso, Estados Unidos, Alemania, Francia y comparsas que Rusia tiene la capacidad de responder de maneras extremas?, asimismo quienes ahora exigen tanques y ¡aviones!, es decir, Zelenski, sus militares y sus asesores, ¿no están conscientes de que en cuanto Rusia ejerza su réplica, los primeros afectados por las explosiones nucleares o de otro género serán, por simple ubicación geográfica, los ucranianos y no los occidentales que les envíen nuevas armas? Yo creo que lo saben muy bien. Si no lo sabían en enero de 2022, lo supieron por experiencia al menos desde febrero de ese año. En realidad todo, el mundo podía saber, al menos desde que Carl von Clausewitz se hizo popular por su reflexión De la guerra (1832-1837). El incremento de los niveles de virulencia en un conflicto armado, apuntaba este destacado comandante prusiano, se debe en gran medida al incremento de los elementos de destrucción en manos de cada contrincante: los hombres, las armas, las bombas, los tanques, etc. Es una cuestión elemental. Si un combatiente desea salir victorioso debe disponerse a utilizar progresivamente todo lo que esté a su alcance (hasta las bombas nucleares), pues esto le permitiría superar todos los recursos de su enemigo y erradicarlo. ¿No estará Occidente apostando a que Putin se toque el corazón?
Desde febrero de 2022, los pasos de la guerra que comenzó Occidente han sido irracionales en el sentido más humano posible, el sentido de conservar vidas humanas. Las respuestas de Rusia aparecen siempre después de los retos militares que le impone primero Occidente. Rusia responde desde que Zelenski inició el bombardeo del Donbás en febrero pasado (porque fue Ucrania, y no Rusia, quien comenzó la guerra). Si no hay salida diplomática, la única conclusión que puede resultar de esta dinámica alimentada por los señores del Atlántico Norte es la respuesta última: la guerra nuclear.
Suena irracional, pero el conflicto en Ucrania deja ver que el principal fin de esta guerra es la destrucción total de Rusia. Posiblemente los halcones “noratlantistas” calculan que su imperio moriría si gana la negociación, la vía más humana en las circunstancias actuales. ¿Habrán calculado que su supremacía sobrevivirá a la catástrofe nuclear, incluso si muriera una parte muy importante de la humanidad, incluidos muchas decenas, centenas o millares de millones de gente occidental inocente? En todo caso, cualquier apoyo militar a Ucrania constituye un nuevo paso en esa dirección.
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Escrito por Anaximandro Pérez
Doctor en Historia y Civilizaciones por la École de Hautes Étus en Sciences Sociales (EHESS) de París, Francia.