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Lo peor de una crisis multidimensional es que impide ver al futuro; ésa es la perspectiva de 605 millones de europeos y británicos ante su inesperada penuria. Todo empeoró en esa región, ya fragmentada por históricas discrepancias internas y la pandemia, por la adhesión de sus gobiernos a Estados Unidos (EE. UU.) en su boicot económico a Rusia. Tal desatino abonó los apuros del continente cuya opulencia descansó en la estrechez de otras regiones. Para la Pérfida Albión y la Europa comunitaria, ha llegado el fin de la era de la despreocupación.
Éste ha sido el verano del descontento europeo. Por primera vez, desde la crisis de 2008, la inconformidad social se vislumbra entre los 27 socios de la Unión Europea (UE) y el Reino Unido. El estancamiento salarial, las astronómicas tarifas de servicios y la incertidumbre política y energética provocan tal desaliento que ya se califica como la “era del fin de lo evidente”.
Ése es el símbolo de la nueva era geopolítica, en la que han cambiado los paradigmas y no hay certezas. Con la peor inflación en 25 años, la economía dejará de ser dinámica en una Europa al borde de la inestabilidad y donde podría suceder lo inimaginable: que llegue al borde de la inestabilidad política tal como hace semanas ocurrió en Sri Lanka.
La quiebra
Europa y el Reino Unido nunca recuperaron su bonanza previa a la crisis económica de 2008. Su modelo imperialista exportó esa crisis a las excolonias, al antiguo bloque socialista y se benefició de la energía y los insumos baratos de América Latina y Rusia. Hoy, todo cambió, pues es imposible preservar esa mirada poscolonial, explica Juan Antonio Sanz.
Con el fin de la abundancia, europeos y británicos no volverán a vivir sin costes ni a gozar de gran liquidez. El escenario es el peor: hambrunas, fracturas políticas, monopolios, conflictos bélicos, más inmigración, crisis étnico-culturales, desabasto, deterioro climático y ciber-riesgos.
Gobernantes e instituciones se negaron a esuchar a los expertos que advertían el fin del acceso –ilimitado e inmediato– a materias primas, agua, y energía. Ignoraron las alertas contra la indiscriminada apropiación de bienes estratégicos y el insostenible sistema de explotación laboral.
Sabían que venía el “fin de la despreocupación”. Que sus conciudadanos serían las víctimas de la “era de la inseguridad” y no actuaron. Para mantener su estatus, persistieron en la apropiación a bajo precio, en lucrar con la deuda extranjera y especular en bolsas de valores de alimentos y bienes tecnológicos.
El declive se anunció hace años. En 2016, el primer ministro italiano, Matteo Renzi, anunció que Bruselas debía poner fin a colapsos financieros y recortes presupuestales, síntomas claros de una crisis inminente.
Él y sus homólogos europeos tenían en mente lo sucedido en Islandia, el seis de octubre de 2008, cuando el primer ministro, Geir Haarde, informó sobre el estado crítico de los tres grandes bancos del país; al final oró: “Dios bendiga a Islandia”; pues era inminente la quiebra (kreppa) que llevó a la bancarrota a la mayoría de los ciudadanos, recuerda Maximilian Conrad.
A 14 años, Europa enfrenta alzas en tarifas y escasez de bienes como no veía desde 1945. “Nunca habíamos asistido a un evento histórico de tal envergadura, que cambia la realidad planetaria y el orden mundial”, reflexionaba en marzo Ignacio Ramonet.
En todo el continente europeo, los gremios reclaman un cambio de actitud de sus empleadores. Sucede lo nunca visto: por el paro de sus pilotos, la aerolínea alemana Lufthansa canceló 800 vuelos en un día y afectó a 130 mil pasajeros. Lo mismo hicieron las líneas españolas Iberia, Ryanair, Easyjet y otras. Campesinos holandeses chocaron con la policía y taxistas italianos repudiaron a su rival Uber.
Se prevé que ésta será la generación de la austeridad, pues los jóvenes son víctimas de recortes a presupuestos sociales. “¡Por favor, no lo hagan de nuevo. No es viable una segunda ola de austeridad!” Con esta frase comenzó el mensaje del Forum de la Juventud Europea, el seis de agosto.
Momento tectónico
Y ¡ojo, esta situación no necesariamente se vincula con el conflicto en Ucrania! Por siglos, la opulencia de Europa no disimuló sus dilemas internos. Bastó el conflicto en Ucrania para profundizarlos más por la imperante tensión social y el arrollador avance de su extrema derecha.
Indolentes ante el golpe contra el presidente ucraniano, Víktor Yanukovic, en 2013, la UE y el Reino Unido vieron enfilar a hordas nazis contra el Donbás en 2014. Ocho años después, su respuesta ante la operación rusa en Ucrania fue tan errónea que abonaron a la “era de la inseguridad”.
Aunque la UE se sostiene sobre el mantra de que “avanza y se construye a golpe de crisis” tras Ucrania, su visión cambió para siempre, explica María G. Zornoza. Coincide el alto representante de Relaciones Exteriores del bloque, Josep Borrell, quien después de ser informado sobre el inicio de la operación armada rusa, expresó: “Supe que estábamos ante un momento tectónico en la historia de Europa”.
Europa y Reino Unido actuaron contra su interés geopolítico. Contra su tradicional poder suave, usaron la mano dura hacia su vecino más poderoso; repudiaron la mediación y la diplomacia a cambio de financiar el envío de armas a un país en guerra y contra el Mecanismo Europeo para la Paz. Tal política solapa que minas antipersonales asesinen a niños y adultos rusos en parques y escuelas del Donbás.
En esa Europa de mano dura aumentó la desigualdad entre 1980 y 2017, según el estudio Por qué Europa es más equitativo que Estados Unidos, del Laboratorio Mundial de Inequidad. A pesar de la caída de los mercados por la pandemia y la crisis en Ucrania, tiene 592 millonarios –de dos mil 668 en el mundo–; 134 en Alemania, con fortunas que suman 608 mil millones de dólares (mdd); y le siguen Francia, Suecia y Reino Unido, estima el analista David Dawkins.
EE. UU., el beneficiario
Toda la acción de la UE en Ucrania se subordinó a la lógica estadounidense. Un primer efecto fue la caída del euro ante el dólar y que cada vez aumente la sensación de que es una “guerra proxy” de EE. UU., aunque Berlín y París no lo acepten. “Ningún líder lo ignoraba”, sentencia Luisa Corradini.
Así, EE. UU. delegó la responsabilidad de librar ese conflicto en sus socios europeos: ellos corren los riesgos militares, impactos económicos y el desprestigio global a cambio de energía cara y cereales escasos de su aliado trasatlántico.
Es la doctrina “liderar de lejos” (lead from behind) de la Casa Blanca. Por ello, el pasado siete de septiembre, el presidente ruso Vladimir Putin criticó a EE. UU. por “preservar la dictadura global a costa de sacrificar a Europa”.
Los beneficios para la superpotencia son evidentes. Sin arriesgar la vida de uno solo de sus soldados, ha aprovechado las sucesivas catástrofes que provocó la implosión de la Unión Soviética y las sucesivas crisis en Europa Oriental, para encadenar avances estratégicos, advierte el experto Serge Halimi.
En el caso de Ucrania, un primer éxito estadounidense fue lograr que la UE se involucrara –de forma unánime y agresiva– en su lógica. Así, Europa desechó el sueño de desprenderse de la tutela de Washington, apunta Juan Antonio Sanz.
Otro beneficio es que, hoy, el Pentágono –el Departamento de Defensa de EE. UU.– comanda la estrategia de la Alianza del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Con este poder está en libertad de proyectar a tal instancia hasta el Indo-Pacífico y oponerlo a China.
Afligida, la pérfida Albión
Cuando Napoleón Bonaparte calificó así a la Inglaterra del Siglo XIX, no imaginó la actual tragedia socioeconómica de su rival. En la sexta economía del planeta, este año, un hogar medio perdió poder adquisitivo equivalente a dos mil 986 dólares.
Un kilo de mantequilla cuesta 11.15 dólares, llenar el tanque del auto supone 115 dólares y pagar la factura anual de calefacción implica tres mil 373 dólares. Para el otoño, el dilema de miles de británicos será decidir si comen o encienden la calefacción.
Pero Liz Truss hereda de Boris Johnson una economía a punto de la recesión, con salarios estancados hace años y la libra en baja récord. La primera ministra ya optó por el fracking, la impopular baja de impuestos, mantiene el apoyo a Ucrania y el antagonismo con China y Rusia.
La pobreza acecha a los súbditos de Isabel II, que fue la mujer más rica del planeta, y los pobres exigen respuestas a sus políticos. En junio estalló la presión social con más huelgas y paros activos que en 1989. A los ferrocarrileros les siguieron sus colegas del Metro, del Royal Mail (correo) y los transportistas; por primera vez en 30 años, pararon mil 900 trabajadores del mayor puerto británico, Felixtowe, quienes inmovilizaron millones de contenedores.
Los flemáticos ingleses imitaron variantes de protesta de los Chalecos Amarillos franceses; bajo el lema ¡Go slow! (¡Ve despacio!) paralizaron Liverpool, Manchester, Birminham y Cardiff contra el alza del combustible y alegan que es el más caro de Europa (2.46 dólares el litro).
Entretanto, la petrolera BP triplicó sus beneficios, la gasera Céntrica ganó mil 490 mdd en el primer semestre; y la Shell prevé beneficios de 13 mil 540 mdd en el segundo trimestre de este año.
Y con deleite, EE. UU. provee de gas natural licuado (GNL) a un mercado ávido por surtir sus existencias en otoño y antes del invierno. Sin embargo, los europeos enfrentan un enorme dilema ecológico: el GNL es más contaminante y se transporta en buques que emiten más CO2.
El conflicto en Ucrania exhibió las profundas diferencias políticas intraeuropeas, ocultas o disimuladas hasta febrero pasado. Ahora, el deterioro resulta evidente tanto en los 27 países como en el tránsfuga Reino Unido.
Los siete millones de refugiados ucranianos ya pesan sobre la “humanista” Europa. Presionan a Bruselas, la desdibujada como sede del bloque europeo, para que los retorne a Kiev, incluso sugieren a Washington que ya no serán sus incondicionales si prolonga el conflicto.
Hay rancios intereses en ese ajuste de cuentas: Polonia exige una indemnización millonaria a Alemania por la ocupación nazi ¡De 1939! Ocho países industrializados pactan no subir su deuda y la derecha gana en Suecia. Pese a sus divergencias, coinciden en acusar a Rusia por sus males y por servir al armamentismo estadounidense.
Energía inalcanzable
Como la energía es fundamental en geopolítica, las economías europeas enfrentan “el precio inasumible” por el conflicto en Ucrania, revela Juan Antonio Sanz. Agosto fue el mes más caro en tarifas eléctricas de la historia europea; y la histeria energética recorre Europa. Ocho países se comprometieron a multiplicar por siete la producción eólica en el Báltico. El pero es que solo los más industrializados poseen esa capacidad.
¿Qué energía usar?, esta cuestión planteó diferencias entre Alemania, España y Francia. El dilema de Berlín es que, tras la crisis de Fukushima, renunció a la energía nuclear, confiando en el suministro de Rusia. Francia es autosuficiente en esta energía, pero España es muy vulnerable; hace días, registró las más altas tarifas de que se tiene memoria (207 dólares el mega watt para mayoristas), lo que significa facturas impagables para los consumidores.
Por ello, el canciller alemán Olaf Scholz se unió al presidente español, Pedro Sánchez, para pedir a Emanuel Macron que acepte la interconexión de gas con Madrid a través de los Pirineos. Sin embargo, al francés no le atrae la idea, pues aseguró ese suministro al reactivar su relación con Argelia, lo que irritó a España, que se alineó con Marruecos.
El pronóstico es que la situación se agrave: “se espera que empeore la situación, en particular la de Alemania”, declaró el director ejecutivo de Uniper, Klaus-Dierter. Esta firma, con historial de colaboración en Rusia, la defiende como proveedor confiable aún después de iniciar su operación militar en Ucrania.
Francia austera
En respuesta al actual momento geopolítico, el 24 de agosto, los franceses escucharon a un solemne Emmanuel Macron anunciar que ha terminado la edad de la abundancia. “Es el fin de la despreocupación y llega otra era, marcada por la austeridad, el ahorro y el ascenso de regímenes autoritarios”, declaró.
En la fiesta nacional de Francia, agobiado por el efecto boomerang de las sanciones contra Rusia, Macron pidió a sus conciudadanos ahorrar y reducir su consumo energético, porque “el verano y el otoño serán sin duda muy difíciles”. Pero en el colmo de la incongruencia, insistió en que su país está en condiciones de ayudar a Ucrania.
Quienes requieren ayuda son los franceses. En la primera ola de la pandemia, en 2020, habitantes de las excolonias francesas protestaron por su dura situación con el lema: “¡France ¡dégage!” (¡Francia, lárgate!).
Ese año, el indicador francés de pobreza y exclusión (AROPE) mostraba que el 18.9 por ciento de los franceses era pobre; casi uno de cada cinco franceses –unos 12 millones– tiene carencias materiales y “baja intensidad” de trabajo.
Es decir, cada fin de mes es usual que los franceses lleguen con el agua al cuello. De ahí la huelga de los ferrocarrileros; pues, desde 2014, sus salarios no aumentan. Igual de gravosa es la desigualdad.
En cambio, el 3.7 por ciento de 68 millones de franceses posee una riqueza superior al millón de dólares y el uno por ciento acapara el 22.1 por ciento, según el Instituto de Investigaciones del Credit Suisse. Los millonarios no se ajustan el cinturón como pidió el huésped del Elíseo.
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Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.