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La dignidad humana trasciende la mera supervivencia y va más allá de los bienes materiales; se arraiga en el trabajo de establecer una vida orientada hacia los principios de justicia, bondad y belleza. Así se le ha concebido originariamente.
En la Antigua Grecia, Sócrates la definía como el compromiso del ser humano con valores universales e invaluables. Por ejemplo, a través de los diálogos de Platón, exhortaba a sus contemporáneos a no obsesionarse con la apariencia física o la fortuna material, sino a priorizar en el cultivo de su espíritu. Según él, no es la riqueza lo que perfecciona al ser humano, sino que es la perfección espiritual la que genera los bienes verdaderos. En esta visión, la perfección se concibe como un conjunto de virtudes, y las personas deben trabajar constantemente para forjarlas, como la paciencia, la autarquía, el deporte, la reflexión, las artes, la determinación, etc.
La postura de Sócrates desafió el modelo político y social de su tiempo. La búsqueda de perfección y justicia lo llevó a mantenerse firme en sus principios, aun cuando esto significara enfrentarse a la muerte. En lugar de aceptar el exilio, el filósofo prefirió la condena, mostrando que solapar injusticias era peor que la muerte misma. Esta decisión refleja la coherencia entre sus palabras y sus actos: no temer a la muerte era parte de sus virtudes. Para Sócrates, el temor a la muerte sería indigno de una persona que lucha por una vida justa.
Vivir sin dignidad, según él, era someterse a sistemas que priorizaban en intereses materiales o individuales por encima del bienestar colectivo; lo cual cobra especial relevancia en la actualidad, cuando la sociedad padece desigualdades profundas y sistemas que privilegian el mercado sobre la justicia. Vivir dignamente no sólo significa actuar con justicia, sino garantizar, en primera instancia, que las condiciones materiales posibiliten las políticas culturales o sociales, como la cobertura de las necesidades básicas y el tiempo necesario para la recreación y el pensamiento reflexivo.
La filosofía, según Sócrates, no es la solución mágica que conlleva a la dignidad humana, pero sí una herramienta poderosa para entender el mundo y a nosotros mismos. A través de ella, podemos conferir dignidad a la vida, más allá de concebirla sólo en términos materiales o económicos.
El pensamiento de Sócrates nos recuerda la importancia de vivir con dignidad y de educar a las generaciones actuales y futuras con los valores universales. Si bien no basta leer filosofía o literatura para ser mejores personas, como señalaba el propio Sócrates, tales actividades son un catalizador para la reflexión y el cambio. La filosofía, lejos de ser un lujo o una abstracción, es una herramienta práctica que nos ayuda a enfrentar las preguntas más fundamentales sobre nuestra existencia y a actuar en consecuencia.
En última instancia, la vida digna que defendía Sócrates es aquella en que la justicia guía nuestras decisiones. Su muerte no fue una derrota, se trató de una reafirmación de su entrega por una vida mejor. Como él mismo enseñó, es mejor ser alguien insatisfecho y morir reclamando justicia, que alguien plenamente satisfecho viviendo bajo las injusticias; no se trata sólo de vivir, sino de vivir dignamente, de construir una vida que valga la pena de ser vivida. Sus enseñanzas nos llevan a reflexionar en ¿qué significa para nosotros, hoy, concretamente, no sólo vivir o sobrellevar la vida, sino vivir una vida digna? ¿Estamos dispuestos a enfrentar los problemas necesarios para alcanzar la dignidad y la justicia?
Para que nuestros actos sean realmente libres, necesitamos conocer tanto el objeto sobre el que actuamos como la motivación que guía nuestra acción.
El marxismo es la verdadera filosofía de la praxis porque su interpretación del mundo coincide con las necesidades de éste y reclama en consecuencia una acción política.
Cuando nosotros llegamos al mundo nos encontramos con que ya había en él una serie de cosas que no fueron hechas por nosotros sino por otros.
Las noticias falsas están emergiendo como una industria independiente... y las redes sociales contribuyen a la rápida propagación de mentiras.
Dos amigos de Hegel requieren especial mención: Förster y Gans.
La ideología cumple un doble objetivo: aliviar la consciencia de los hombres y someterlos a las exigencias de un sistema que requiere de ellos trabajo y obediencia.
Las contribuciones de Heráclito al pensamiento filosófico no se pueden exponer profundamente en un texto como el presente, pero sí es posible recuperar una, aquella que se condensa en este título.
Dalton subraya en todo momento los conceptos “construcción” y “lucha”.
Lafargue llega al objetivo central de su alegato en El derecho a la pereza: la reducción de los horarios de trabajo que en esa época prevalecían en Europa y el mundo.
La obra aplica de “forma magistral” el método de análisis marxista-leninista, que permite al autor pronosticar los eventos que se desarrollaron en años posteriores, en los que los principales países imperialistas del mundo buscan mantener su hegemonía.
La felicidad suele considerarse un estado pasajero, pues con el tiempo su intensidad disminuye o desaparece.
El filósofo griego Parménides fue el primero en usar el pensamiento lógico deductivo para establecer la verdadera naturaleza del mundo.
La trasposición de 19 siglos y la fusión del Cota contemporáneo de Ovidio con el Cota del Tomis del Siglo XX, permiten a Ransmayr sugerir que los usos políticos del pasado más remoto no eran mejores ni peores que los actuales.
Quienes se desenvuelven en el ámbito teórico son marginales en la transformación social si no tienen una fuerza popular con la cual fundirse.
La crisis ecológica contemporánea representa uno de los mayores desafíos para la humanidad.
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Escrito por Betzy Bravo García
Investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales. Ganadora del Segundo Certamen Internacional de Ensayo Filosófico. Investiga la ontología marxista, la política educativa actual y el marxismo en el México contemporáneo.