Uno de los efectos menos visibles, pero más profundos, del capitalismo es la atomización de la sociedad.
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El clasismo feudal y el linchamiento de brujas.
En las cacerías de brujas de la Edad Media europea gran parte de las víctimas fueron personas de menores ingresos (campesinos, artesanos y aun supervivientes del esclavismo) y sus principales beneficiarios fueron los señores feudales y los obispos e intelectuales a su servicio. Es decir, como ocurrió después de la desaparición de las comunidades primitivas, esa práctica criminal se ejecutó a causa de la división de clases.
Pero ni la magia ni la brujería ni la hechicería fueron de uso exclusivo de labriegos y artesanos, ya que también estuvo presente en los hábitos y costumbres de los reyes, los “nobles” y los integrantes de sus círculos más cercanos. Sin embargo, dichas prácticas no fueron reprimidas con la misma intensidad e incluso en estos ámbitos se les aludió con el nombre “nigromancia” (alta magia), a fin de atribuirles mayor jerarquía y distinguirlas de las realizadas por las clases pobres.
Esta diferencia de trato clasista, además de conllevar el despojo de bienes patrimoniales, también halló expresión en la aplicación de torturas mucho más dolorosas contra las brujas pobres a fin de someterlas por vía del terror pánico. En 1376, el inquisidor principal del Vaticano, Nicolás Eymeric, publicó un Manual para inquisidores en el que recomendó torturar cuantas veces fuera necesario a los acusados hasta obtener una confesión completa y satisfactoria, lo que implicaba lograr la denuncia del mayor número posible de cómplices.
En teoría, las torturas no debían derramar sangre, mutilar, ni causar muerte, por lo que las más usuales fueron el estiramiento del cuerpo; la torcedura de brazos y piernas; la quiebra de espinillas y pies con botas de hierro que mediante torniquetes trituraban los huesos hasta masificarlos; la ruptura de manos con pinzas; el giro violento de la cabeza de un lado a otro con cuerdas; y la cuelga y zarandeo del cuerpo en vilo a ras del suelo con las manos atadas en la espalda hasta descoyuntar los brazos.
También el unto del cuerpo con alcohol para luego prenderle fuego; el golpeo en las cuencas de los ojos hasta hacerlos saltar; la mutilación de senos y genitales y la extracción de uñas con pinzas para después clavar agujas en la carne viva...Con estas “piadosas” acciones, los inquisidores del Señor de los Cielos en España e Italia lograron que el 95 por ciento de los imputados por herejía confesaran lo que aquéllos deseaban escuchar y aunque en otros países de Europa el porcentaje de las víctimas en las cacerías de brujas fue menor, el resultado fue igual de satisfactorio para “el sistema de creencias” impuesto por los señores feudales.
Uno de los efectos menos visibles, pero más profundos, del capitalismo es la atomización de la sociedad.
No hay duda de que Israel está cometiendo un genocidio en Palestina. Tampoco hay respuestas contundentes de la Organización de las Naciones Unidas, ni intervenciones sólidas de otros Estados para frenar la masacre.
La sociedad capitalista es una sociedad basada en la ciega lucha de intereses egoístas, una sociedad cuyo desarrollo está sujeto exclusivamente a la “presión de las carencias”; por eso, es –como decía Marx– el verdadero “reino de la necesidad”.
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Escrito por Ángel Trejo Raygadas
Periodista y escritor.