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En un diálogo entre John Bellamy Foster (JBF) y Gabriel Rockhill (GR) aparecido en la página web Observatorio de la crisis, ambos coinciden en que “el marxismo occidental (en adelante MO) fue un producto ideológico del imperialismo, cuya función principal es oscurecer u ocultar el imperialismo, al tiempo que se desvirtúa la lucha contra él”. Lo anterior coincide y complementa la opinión de Domenico Losurdo en relación con el mismo tema.
Lo primero que comentan es que no es lo mismo hablar de “marxismo occidental” que de marxismo en Occidente, pues los dos autores, territorialmente, pertenecen a Occidente, pero no se consideran ni concuerdan con la mayoría de los puntos de vista del MO. “Es una versión particular del marxismo que, por razones muy materiales, se desarrolló en el núcleo imperial, donde hay una presión ideológica significativa para conformarse sus dictados”. La expresión MO fue adoptada por una corriente de intelectuales como una forma de autoidentificación y separación no sólo del marxismo soviético, sino también del marxismo clásico (de Marx y Engels), incluso llegó a presentarse “como el árbitro del pensamiento marxista en el mundo”.
El MO, dice Rockhill, “es la tradición que surgió del chovinismo social de la tradición marxista europea, que despreciaba las revoluciones coloniales antieuropeas. Como Lenin demostró, esto no se debió simplemente a que los intelectuales marxistas occidentales cometieron errores teóricos, sino a que había fuerzas materiales que condicionaban su orientación ideológica: como miembros de la aristocracia obrera en el núcleo capitalista, tenían un interés creado en preservar el orden mundial imperialista”.
La Revolución de Octubre produjo importantes consecuencias en el mundo, sobre todo puso en tela de juicio el sistema colonial que fue la base de desarrollo del capitalismo en el Siglo XIX, con esto ponía en peligro la hegemonía de la civilización y despertaba las conciencias de millones de habitantes del planeta. Los rusos se quitaron el yugo del imperialismo inglés y motivaron, con su gesta y sus logros, que otras naciones se dispusieran a hacerlo también. Para los revolucionarios de Oriente, como Ho Chi Minh, la Revolución de Octubre encarnaba la posibilidad de darle fin a los problemas coloniales.
Finalizada la Primera Guerra Mundial, Rusia tuvo que enfrentar muchas dificultades para poder consolidarse, como la guerra civil y la embestida de los imperialistas que desde el primer momento se propusieron aplastarla. No hubo tiempo para comenzar a crear el socialismo, primero había que combatir a los enemigos internos y externos, darle de comer a millones de rusos que habían sufrido años de explotación y saqueo.
¿Se trataba de destruir el Estado en general? No, tenían que destruir el Estado burgués para consolidar la dictadura del proletariado, es decir, el Estado obrero. Lo anterior generó otra diferencia entre el MO y los revolucionarios de oriente, pues mientras los primeros condenaban el patriotismo ruso, exigían la abolición del Estado y la construcción del socialismo, a los últimos les quedaba claro que, sin un Estado fuerte, sus intentos por construir una sociedad nueva quedarían en el olvido. Para los marxistas occidentales, la lucha contra el colonialismo representaba poca cosa, no era digno de ser observado, estudiado y alentado por ellos, incluso hubo menosprecio a los revolucionarios de Oriente.
Conforme los países iban logrando su liberación, el objetivo de la modernización asumiría un papel cada vez más preponderante. Para salir del atraso y lograr una verdadera independencia era necesario industrializarse e incrementar la productividad, de lo contrario, volverían a caer en las garras del imperialismo. Para Bloch esto no era importante, lo que a él le preocupaba es que “el poder soviético pospusiera ad calendas graecas la construcción del socialismo y la implantación de unas relaciones económico-sociales acordes con el lema de la libertad y la igualdad. No había justificación para la política adoptada por Lenin: en el campo ruso ha existido desde siempre la vieja institución de las MIR, comunidades rurales semicomunistas; siguiendo su ejemplo, y de conformidad con la voluntad de la mayoría del pueblo ruso, sería posible realizar la política agro-proletaria deseada”.
Comenta Losurdo que una actitud parecida adoptaría más adelante Horkheimer, “quien, con el ejército alemán a las puertas de Moscú, denunciaba la poca atención que el poder soviético le estaba prestando al problema de la extinción del Estado”.
En 1935, ante la inminente agresión de la Alemania nazi, la Unión Soviética propuso e insistió en una alianza con los países aliados, sin embargo, esto no cayó del todo bien a las naciones colonizadas como India, China y Vietnam, pues para ellos EE. UU., Inglaterra y Francia, Alemania y Japón representaban el mismo peligro, pues todos querían someterlos, explotarlos y saquearlos.
La alianza no se concretó a falta de disposición e interés por parte de los países aliados, por lo que en 1939 se llevó a cabo el pacto de no agresión entre la URSS y Alemania. Inglaterra, Francia y EE. UU. esperaban un enfrentamiento entre alemanes y rusos donde ambos perecieran y ellos se quedaran con el botín.
El pacto de no agresión entre la Unión Soviética y Alemania generó una ola de “indignación” y protestas en Occidente, por ejemplo, la 4ª Internacional, con Trotski a la cabeza, lo condenó agriamente y puso a ambos países al mismo nivel; “… si habían alcanzado un acuerdo, era porque ambos encarnaban el horror del totalitarismo”. Pero no hubo ningún reclamo a Inglaterra, Francia o EE. UU. por la actitud tomada y ninguna referencia a la cuestión colonial, lo que resultaba chocante e incongruente pues mientras la URSS no tenía colonias ni intención de tenerlas, los primeros seguían ostentando colonias y era la razón por la que estaban inmiscuidos en la guerra.
El triunfo de la URSS en la Segunda Guerra Mundial le dio un gran prestigio y reforzó su presencia en el mundo. Además, inspiró y ayudó para que países como China y Cuba llevaran a cabo su revolución. Quedaba claro que lo que se tenía que hacer en esos momentos era lograr que todos pudieran independizarse para comenzar a reconstruirse; el tema colonial estaba a la orden del día. Los países occidentales, ya con EE. UU. y la OTAN a la cabeza, no sólo no estaban de acuerdo con la política y objetivos de la URSS, sino que pretendían eliminarlos, en las vísperas de la batalla de Indochina contra Francia, que pondría fin a décadas de dominación, John Foster Dulles se dirigió en estos términos al primer ministro francés Georges Bidault: ¿Y si os prestásemos dos bombas atómicas?” (Losurdo, 2019). En Kenia, los ingleses inspirados en los campos de concentración nazis construyeron los suyos para someter a millones de kenianos.
En este contexto, se suscitó uno de los primeros debates de la posguerra, entre Norberto Bobbio y Palmiro Togliatti. El primero resaltaba la “superioridad” de occidente por aplicar los principios liberales y recriminaba a la URSS el no haberlo logrado. La postura de Togliatti era ruda, pero muy realista, “¿Cuándo demonios, y en qué medida, se les ha aplicado a los pueblos coloniales esos principios liberales? Lo cierto es que la doctrina liberal se sienta sobre una bárbara discriminación sobre los pueblos colonizados”, como se puede notar, el líder italiano no despreciaba la libertad formal, sino que criticaba la hipocresía de los imperialistas.
Después de Bobbio, desfilaron otros intelectuales con opiniones parecidas, desconociendo o menospreciando la necesidad de la lucha colonial y tratando de demostrar la “superioridad” de Occidente, como Della Volpe, Colleti, Althusser, Horkheimer, Adorno, Marcuse, Arendt, Foucault, Agamben, Negri y Hardt, y ahora Zizek, entre otros. Incluso llegaron a equiparar, como en el caso de Arendt y Foucault, a Stalin con Hitler. ¿Cómo llegaron a esas conclusiones?
Rockhill comenta que el MO sufrió una cuádruple retirada: la de la clase, la de la crítica al imperialismo, la retirada de la naturaleza/materialismo/ciencia y la retirada de la razón. Lo que significó un repliegue de la realidad material hacia el reino del discurso y de las ideas. En estas condiciones, resultaba lógico para Arendt hacer abstracción del colonialismo inglés y de los objetivos de la URSS para equipararlos.
En la parte última de su conversación, Rockhill aclara que la razón principal de su crítica al MO tiene que ver con sus amplios efectos de desorientación en la izquierda mundial, lo que no implica necesariamente desecharlo en bloque ni todas sus aportaciones, sino sólo ponerlos en sus justos términos.
Hoy, que las contradicciones del capitalismo se agudizan cada vez más, el fascismo vuelve a mostrar su rostro y la Guerra Fría se reaviva, se escuchan voces desde la izquierda que apoyan y justifican la política de Donald Trump y condenan a China y a Rusia, conviene recordar que autores como Losurdo y compañía, que nos han mostrado que todas las posiciones de izquierda que no han condenado el colonialismo y el imperialismo, terminaron siendo sus cómplices.
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Escrito por Juventino Navarrete Xilita
Colaborador