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La discusión sobre este problema ha sido profusa. Pero a pesar de todo, se han definido dos posiciones fundamentales. En un lado, unos afirman que las verdades objetivas dependen de la “neutralidad ideológica” y en el otro, algunos han advertido la imposibilidad de encontrar un conocimiento histórico imparcial. A partir de esto, se concluye que la historia y la objetividad son poco más o menos que incompatibles.
La primera de ambas perspectivas aduce que la verdad objetiva, científica, supone imparcialidad y neutralidad ideológica. Por esto configura una especie de realismo acrítico: realista porque reconoce la primacía del mundo objetivo; acrítico porque establece la abstracción vacía de un objeto “en sí”.
La segunda posición, en cambio, parte del concepto del sujeto puro, de la abstracción del yo puro. Por esto representa una clase de criticismo no-realista: crítico porque cuestiona la concepción de la “cosa en sí” del realismo acrítico; no-realista porque adopta un punto de partida subjetivo.
Si el realismo acrítico adopta una posición objetivista, el criticismo no-realista adopta el extremo opuesto, a saber, el subjetivismo. Para el primero, la verdad objetiva no pertenece a clase social alguna. Por tanto, deriva de una supuesta ciencia imparcial, es decir, de la “neutralidad ideológica” de las ideas. Para el segundo, no hay una sola verdad que no constituya la expresión subjetiva de un punto de vista de clase. En consecuencia, el conocimiento siempre es, desde este ángulo, partidario y parcial. Por esta razón, el criticismo no-realista o subjetivismo termina por instaurar un escepticismo radical con respecto al valor objetivo de la verdad. En pocas palabras, su crítica del objetivismo o realismo acrítico desemboca en un nihilismo gnoseológico que niega la posibilidad de obtener un conocimiento objetivo, verdadero.
En relación con el estudio de la historia, el nihilismo gnoseológico cuestiona todo intento de obtener un conocimiento histórico racional y objetivo. En este sentido, pugna por “eliminar del proceso histórico todo sentido, todo finalismo” (Georg Lukács). En nombre de la individualidad de las épocas históricas (por esto Leopold von Ranke afirma que todas las épocas “están igualmente cerca de Dios”), el criticismo no-realista o subjetivismo acusa al materialismo histórico de violentar el “carácter concreto único de los hechos históricos”. En realidad, el nihilismo gnoseológico convierte el proceso histórico en una tiranía irracional de fuerzas ciegas; con esto niega el desarrollo histórico y descarta la posibilidad de observar la historia de un modo racional.
En consonancia con esto, el nihilismo gnoseológico rechaza el valor objetivo de la verdad. Desde esta perspectiva, el conocimiento histórico siempre presenta un alto grado de parcialidad ideológica. Por tanto, no puede existir un conocimiento histórico verdadero, objetivo. De esta manera el criticismo no-realista ha rechazado los métodos objetivos de investigación de la historia y, en su lugar, adopta distintos métodos subjetivos, como el de la intuición, el de la comprensión, simpatía o empatía.
Pero los métodos subjetivos de conocimiento de la historia como el de comprender (o “verstehen”) no resuelven el problema de la objetividad, que “solo se da fuera del sujeto” (Adolfo Sánchez Vázquez). Por esta razón, exagerar o sobrestimar la importancia del principio irracional-individual no soluciona el problema de probar que estamos efectivamente frente a lo verdadero. Ni la intuición ni el verstehen aportan pruebas de carácter objetivo; además de que nadie puede garantizar la fiabilidad del estado subjetivo que valida o verifica una teoría; esto significa que, nos guste o no, la experiencia directa, la experiencia vivida (erlebnis) del comprender no rompen “el círculo exclusivo de la subjetividad” (Sánchez Vázquez).
No por otra cosa Lukács sentenció que “la historia se presenta al pensamiento burgués como tarea, pero precisamente como tarea irresoluble”.
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Escrito por Miguel Alejandro Pérez
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