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Hay días de festejo para todos los meses y todos los gustos, pero, salvo los dedicados a celebrar a personajes venerables como la madre y el maestro, los demás generan sospecha porque fueron creados para inducir en las personas la idea de que la felicidad radica en la obtención de mercancías, lo que incrementa las ganancias de los empresarios industriales y de las financieras, mediante el consumismo.
En el ramillete de estas celebraciones se incluye el Día del Padre, un festejo que únicamente ha servido para oponerlo al Día de la Madre y bromear a costa de la figura paterna. ¿Acaso el papel del padre no es importante en la vida de una familia? Sí, es importante, sin embargo, en los convulsos tiempos actuales, el viejo paradigma del padre como proveedor único de la familia ha cambiado y prácticamente desaparecido.
Esto se debe a que, desde hace varias décadas, el sistema económico capitalista ha modificado las costumbres. Hoy, la mano de obra se ha abaratado tanto que prácticamente todos los miembros de las familias proletarias deben salir a trabajar: las madres, los hijos adolescentes y menores de edad que, además de abandonar la escuela, son enrolados por el crimen organizado.
Este escenario obliga a muchos padres mexicanos, y a muchas madres, a emigrar a Estados Unidos (EE. UU.). En los estados de la región norte, la ausencia del padre en los hogares representa una constante, pero la situación no es mejor en los del sur (sobre todo Oaxaca, Chiapas y Veracruz), porque los campesinos más pobres emigran hacia el norte para sustituir a los padres ausentes como jornaleros o albañiles.
Es la falta de trabajo la que provoca que los padres de familia y los jóvenes deban abandonar el hogar y se propicie así la desintegración y la violencia intrafamiliar. La vulnerabilidad del núcleo familiar se debe a la falta de empleos estables y a los salarios demasiado bajos. El dinero rara vez alcanza para satisfacer completamente las necesidades básicas.
Las remesas que algunas familias reciben de parientes en EE. UU. algo ayudan, pero ahora se han reducido porque los trabajadores migrantes se encuentran en la incertidumbre absoluta porque la política represiva del presidente gringo Donald Trump los amenaza con la deportación masiva y las redadas violentas como las ejecutadas durante estos días en la ciudad de Los Ángeles, California.
Miles de familias mexicanas comienzan a resentir no sólo las deportaciones y la caída en el monto de las remesas, sino también el impuesto sobre éstas. Hoy muchos hogares no pueden comprar ni siquiera la canasta básica, menos pensar en hacer alguna mejora para su vivienda. Aun así, los responsables de la política económica y los empresarios emitirán loas al Día del Padre.
Y, por supuesto, no emprenderán alguna acción tangible que resuelva los graves problema del desempleo masivo y los pésimos salarios determinados en México, y que permita a los padres de familia mexicanos reivindicarse como sostén de sus hogares; les evite abandonar sus queridos pueblos natales y ser objeto de persecución migratoria en el territorio del orate gringo nazi.
Pero, en lugar de esto, veremos en los próximos días la promoción mediática de sentimentalismos baratos que únicamente incitan al consumismo y a una descomunal parranda de la que al día siguiente despertaremos con la resaca social heredada desde hace cientos de años.
Las promesas de los políticos son como rayas en el mar: desaparecen o poco queda de ellas.
En la jocosidad tradicional, los mexicanos siempre terminamos estallando de risa después de imponernos con ingenio y astucia ante los extranjeros; pero lamentablemente, sólo ocurre en los chistes, no en la realidad.
En sus primeros días de administración, la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo fue recibida con la muerte de seis migrantes a manos del Ejército en Chiapas.
El pueblo mexicano continúa con una fe ciega esperando que su suerte cambie.
La falta de empleos y oportunidades no sólo debe interesar a los afectados, sino también a los gobernantes responsables que se ocupan en garantizar que en su población haya equidad.
Cada vez resulta más claro que el imperialismo yanqui solamente reacciona a la pérdida de su poder hegemónico en muchas regiones del mundo.
Resulta inaudito que en pleno Siglo XXI se conserven prejuicios sobre las preferencias sexuales humanas.
La cifra de pobres registrada en ese diagnóstico es similar o incluso mayor a la actual; por lo que el lema “primero los pobres” es solamente una de las muchas mentiras del morenismo rampante.
Para millones de jóvenes no hay oportunidades laborales ni académicas porque viven en un país donde el modelo de desarrollo ha impuesto una estructura socioeconómica injusta.
Esta situación exhibe la hipocresía del nacionalismo oligárquico local, discurso mentiroso del que también se vale para infundir sentimientos patrióticos en la gente y establecer normas para impedir que otros consorcios le arrebaten el privilegio de explotar y saquear.
Existe algo terrible que ningún gobernante puede ocultar: el deterioro económico.
Los pueblos totonaco y náhuatl habitan la Sierra Norte de Puebla, donde sus pobladores compitieron en esplendor y grandeza antes de la llegada de los españoles y hoy comparten la misma miseria.
El migrante huye del desempleo, de la ausencia de ingresos fijos, la pobreza, incertidumbre sobre el futuro de su familia y viaja a una tierra ajena donde es visto como un extraño a quien las empresas pueden explotar.
En una época confusa como la actual, cuando la lucha de las mujeres se ofrece como la simple defensa de sus derechos de género, muchas de ellas han ido más allá.
El concepto soberanía o autosuficiencia alimentaria es usado, desde hace muchos años, por funcionarios y políticos que pretenden exhibirse como nacionalistas y hombres preocupados por la salud del pueblo de México.
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Escrito por Capitán Nemo
COLUMNISTA