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El concepto soberanía o autosuficiencia alimentaria es usado, desde hace muchos años, por funcionarios y políticos que pretenden exhibirse como nacionalistas y hombres preocupados por la salud del pueblo de México. El ondeo más reciente de esta bandera demagógica provino del fundador y promotor de la autodenominada “Cuarta Transformación” (4T), quien prometió que, durante su gobierno, el país lograría producir los alimentos consumidos por la población; pero no sucedió así; y los granos de consumo básico (entre ellos el maíz y el frijol, de origen prehispánico) se siguen importando incluso de Estados Unidos (EE. UU.), como el trigo y el arroz. El 85 por ciento del consumo interno de este alimento se compra en el exterior; el 70 por ciento del trigo y la importación del frijol en 2023 ¡creció el 231.5 por ciento con respecto a 2022! Ésta es la trágica realidad: la autosuficiencia alimentaria no sólo ha resultado inalcanzable, sino que el país depende casi totalmente de EE. UU. para abastecerse de estos granos; y qué decir de la carne y la leche.
Tal información desmiente la argumentación morenista de que su gobierno está trabajando como “nunca antes”; pues la producción agropecuaria se mantiene en el desastre; y demuestra que programas sociales como Sembrando Vida únicamente sirven para comprar votos, ya que las familias mexicanas no comen ni viven mejor. Además, el consumo básico depende del exterior, en los últimos años, el precio de los alimentos se ha encarecido y vuelto inaccesible para los trabajadores con salario mínimo. La política gubernamental hacia los productores del campo se resume con la frase “arréglenselas como puedan”; y desde hace varias décadas, la inversión pública ha sido insuficiente para rescatarlo del abandono.
El discurso carente de acciones prácticas es como un tonel vacío que, al rodar, suena más que si estuviera lleno, y la causa por la que el campo no produce tiene su origen en la demagogia de los políticos de toda ralea, la falta de recursos humanos e inversiones que apoyen a los productores agropecuarios pequeños y medianos para transformar radicalmente la política benefactora del sector empresarial, que se dedica a producir para exportar y no piensa en la seguridad alimentaria ni en el derecho de los mexicanos a una alimentación adecuada. Para ello debe revisarse la fragmentación de las parcelas productivas y concentrarlas en cooperativas que dispongan de superficies más grandes e infraestructura de riego; ya que más del 75 por ciento de la agricultura del país es de temporal y está expuesta al cambio climático que provoca la pérdida de cosechas.
Además, es urgente tecnificar la explotación agropecuaria; buscar alternativas sustentables para producir alimentos sanos y nutritivos, y dejar atrás la agricultura dañina. Algo muy importante consiste en asesorar y brindar asistencia técnica a los pequeños y medianos productores del campo; para ello es necesario involucrar a las instituciones universitarias y a los bachilleratos especializados en agricultura para que modernicen creativa y democráticamente con tecnología que devuelva al campo su capacidad productiva.
El problema es que ni por asomo se observa que el Gobierno Federal quiera cambiar las cosas, como si no existieran más caminos que el trazado por su López Obrador; “una ruta” que se ha vuelto peligrosa porque la situación de desastre en el campo ha llegado a su límite; y en los ecos de éste sobrevive una voz que afirma: “no aguanto más”, aunque se omite. Por la vía de los hechos, y a pesar de que en el discurso lo niegue, el gobierno morenista solamente está entregando a los grupos criminales la producción y el control de los cultivos más rentables, como las hortalizas, el aguacate y el limón, mientras el consumo de los granos básicos de los mexicanos depende totalmente de la producción de EE. UU. Por ello no son creíbles las baladronadas que se difunden como respuesta a las agresiones del presidente electo de ese país, Donald Trump; porque en realidad son “unos corderitos indefensos” ante la inmensidad de problemas que deben resolver.
En las últimas seis o siete décadas ha habido una enorme afluencia de la población rural hacia los entornos urbanos.
Para algunos el trabajo significa castigo, para otros representa algo serio, aunque sea momentáneamente; y para los que sólo poseen su fuerza de trabajo, una opción forzada.
El concepto soberanía o autosuficiencia alimentaria es usado, desde hace muchos años, por funcionarios y políticos que pretenden exhibirse como nacionalistas y hombres preocupados por la salud del pueblo de México.
El dicho popular “el Sol no puede ocultarse con un dedo” se refiere a un hecho por demás obvio: que la realidad no puede ser ocultada con mentiras, triquiñuelas y circo, porque más tarde que temprano la verdad sale a la luz.
Gobernar bien no es cuestión de género.
La narco-cultura mexicana, fomentada por los medios de comunicación masiva –televisión, radio, cine, series y canciones– ha logrado que los líderes de las bandas delincuenciales sean considerados héroes.
En una época confusa como la actual, cuando la lucha de las mujeres se ofrece como la simple defensa de sus derechos de género, muchas de ellas han ido más allá.
Alcanzar la autosuficiencia alimentaria ha sido postulado de todos los gobiernos.
“Verde, vete a casa” es la traducción al español de la frase inglesa con la que los ciudadanos de América Latina rechazaban, según una añeja versión popular, a los soldados de Estados Unidos.
Smith escribió el libro La riqueza de las naciones, donde afirma que la especialización del trabajo resulta determinante para aprovechar mejor los recursos disponibles, abaratar los productos y competir con mayor eficacia en el mercado.
La presidenta Claudia Sheinbaum Pardo afirmó, el pasado 14 de abril, que México tiene “autosuficiencia y soberanía” alimentaria.
En la jocosidad tradicional, los mexicanos siempre terminamos estallando de risa después de imponernos con ingenio y astucia ante los extranjeros; pero lamentablemente, sólo ocurre en los chistes, no en la realidad.
Los gobiernos neoliberales se han multiplicado, haciendo crecer la injusticia, aumentando la corrupción y, con la reforma judicial del gobierno de “los pobres”, se vislumbra más pobreza.
Las promesas de los políticos son como rayas en el mar: desaparecen o poco queda de ellas.
Para millones de jóvenes no hay oportunidades laborales ni académicas porque viven en un país donde el modelo de desarrollo ha impuesto una estructura socioeconómica injusta.
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Escrito por Capitán Nemo
COLUMNISTA