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Qué sé yo cuántos ataúdes salen de un árbol,
yo sólo sé que se están acabando los bosques…
No es Luis Alfredo Arango (Totonicapán, Guatemala, 1935 - Guatemala, 2001) un poeta contemplativo, nostálgico, que añore la idílica belleza del entorno rural de su niñez, la vida sin complicaciones ni sobresaltos en un pueblo en el que nada ocurre ni cambia, como expresa en las primeras estrofas de El andalón, uno de sus más conocidos poemas, en el que la idealizada paz infantil se desvanece ante la cruda realidad de opresión en todas sus formas: la miseria y el hambre, la depredación y la codicia, la inequidad implícita en los roles de género, el desempleo, el envilecimiento de los hombres, la desigualdad, los vicios, la represión y la violencia sistemática del Estado; la realidad, en fin, más aterradora que la suma de todos los cuentos de terror para espantar a unos niños pueblerinos. Y todo esto expresado en una forma capaz de estremecer a las almas sencillas de su pueblo. Un poema al mismo tiempo local y universal, que partiendo del entorno rural de su infancia, hace que el lector vea, más allá de la plaza polvorienta, cómo se mueven los engranajes de un sistema injusto.
Teníamos miedo a los fantasmas,
miedo a lo irreal
y nunca,
jamás nos espantó lo triste,
lo absurdo de la vida en esos pueblos polvorientos,
taciturnos,
que sueñan embriagados
de su propia ingenuidad,
de su pobreza.
¿Fantasmas? Claro que sí:
los niños que no comen,
los que mendigan,
los hombres que tienen que robar,
o matar,
o aceptar indignidades por un mísero centavo.
Los sombreros sin cabeza…
Ahora me dan frío
la viejecita gris con su gato, sus tiestos de violetas
y su desamparo;
la muchacha en el balcón –y la azucena–
que esperan impacientes
a quien ha de marchitarlas;
los hombres sin trabajo
y los que trabajan y trabajan
para su compadre rico.
Me irritan las frutas que maduran
para quien pueda comprarlas.
Viví en pueblos que cabían
en un trozo de cristal
o en el fondo de una botella de aguardiente;
viví sordo, ciego, alucinado,
atento solamente a los colores, a los trapos de anilina,
a las compresas en las sienes de los montes,
a los cofrades y sus mujeres,
azules, verdes, rosados…
Ahora no me importan ya las cosas pintorescas.
He crecido. He comprendido.
Sé muchas cosas:
no hubo sólo un Cristo
sino muchos;
no sólo el que acuchilla es asesino
sino el que mata de hambre,
no sólo los ladrones roban,
sé quiénes matan la ilusión,
quiénes aplastan la alegría y la esperanza
en esos pueblos que
caben
en la mira de un fusil.
No es la de Rubén Darío una poesía destinada a las masas, como él mismo reconoce en el Prefacio a Cantos de vida y esperanza (1905), cuando afirma “no soy un poeta de muchedumbres”.
Por su temática, la poesía de la nicaragüense Claribel Alegría (1924-2018) se inscribe en la tradición de la lírica universal: el amor, el olvido, la muerte.
En 1949, durante una asamblea celebrada en la ciudad de Arecibo, el Partido Nacionalista Puertorriqueño nombró secretario general a Matos Paoli, quien viajó a varias ciudades realizando difusión de la causa nacionalista.
El nueve de mayo de 2022 dejaba este mundo material el poeta, periodista y diplomático José Franco, nacido en 1936 y conocido como El Poeta de la Patria en su natal Panamá.
Soberana presencia de la patria no sólo es la enérgica denuncia de la masacre perpetrada por el imperialismo yanqui contra los jóvenes patriotas panameños en 1964.
Escritor, dramaturgo y periodista, Vicente Alemán, más conocido por el seudónimo literario de Claudio Barrera.
La segunda aparición de esta obra maestra también fue malinterpretada, creyendo algunos adivinar la ruptura del poeta con el modernismo.
Casa con dos puertas, del último poeta modernista mexicano, Enrique González Martínez (1871-1952) es una metáfora reiterada.
La poesía, como otros quehaceres, fue un espacio vedado por siglos a las mujeres; sin embargo, en la historia de la literatura universal abundan los ejemplos de autoras rebeldes.
Uno de los libros fundamentales en la obra del poeta veracruzano Rubén Bonifaz Nuño es Fuego de pobres (1961), su autor reconocerá que con este volumen “comenzaba ya el cambio; lo otro era personal; Fuego de pobres puede ser ya colectivo”.
Los grandes poetas populares de todos los tiempos sufren a menudo la injusticia de verse antologados con sus versos menos partidarios.
A los 13 años, el poeta cubano Regino Pedroso (1896-1983), abandonó los estudios para trabajar en una fábrica de acero, en un taller ferroviario y como jornalero en la zafra.
El poeta y narrador Luis Alfredo Arango nació en Totonicapán, Guatemala, en 1935, en el seno de una familia relativamente acomodada de “ladinos”.
El accidente acabó con la vida de uno de los más destacados representantes del indigenismo en la literatura latinoamericana.
La historia de la literatura abunda en ejemplos de amistades a toda prueba y de profundos desencuentros entre poetas y escritores de indudable valor.
Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.