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El 30 de septiembre de 2018, en un hogar para ancianos de Guatemala fallecía, a los 90 años y olvidado por todos, el Poeta de la Patria, Julio Fausto Aguilera.
Profundamente comprometido con las causas populares, y habiendo sentido a los 11 años el llamado de las letras, participó en la fundación del grupo literario Saker-Ti. Colaboró con el movimiento revolucionario de octubre de 1944, que llevó a Juan José Arévalo en 1945 y a Jacobo Arbenz en 1951 a la presidencia de su país; derrocado este último en 1954 a través de un golpe de Estado, Fausto Aguilera sufrió persecución durante el gobierno de Castillo Armas, permaneció prófugo durante cuatro meses antes de entregarse, sin por ello renunciar a sus convicciones, como declara en El poeta camina hacia la cárcel (Poemas amantes, 1963):
(…)
Voy camino de la cárcel
porque soy una voz libre.
Para que más libre sea
es que a la cárcel me llevan.
(De Poemas amantes, 1965)
(…)
Por La patria es una casa se le otorgó en 1984 el premio Quetzal de Oro, de la Asociación de Periodistas de Guatemala; y en 2002 recibió el premio Miguel Ángel Asturias. En La que ansío define el propósito de las luchas de los jóvenes escritores revolucionarios de su generación:
(…)
No más acorralarte en los caminos
como plantas endémicas cercando
los brazos y las bocas que desmayan
pidiendo por sus vientres sin bocado.
No más delincuencia al río que ulula
puñales en las hambres engendrados.
No más hermanos en el abandono.
No más honradas manos sin trabajo.
La Patria que les digo, la que ansío
–la que será, pues la defino y canto–,
por el trabajo es pan, es luz, es gozo:
no conoce al mendigo ni al parásito.
En La batalla del verso (Poemas fidedignos, 1967) fija su posición en torno al papel de la poesía comprometida en la lucha revolucionaria: no transforma el mundo, pero inspira a los hombres a conquistar una vida mejor para todos.
Con un verso,
es verdad,
no botas a un tirano.
Con un verso no llevas pan y techo
al niño vagabundo,
ni llevas medicinas
al campesino enfermo.
Sobre todo, no puedes
hacerlo ahora mismo.
Pero... vamos a ver:
Un verso
bien nacido y vigoroso,
y otro más encendido,
y otro más desvelado,
y otro verso más fuerte y más veraz;
le dan vida
a un sueño que recogieron tierno,
y este sueño de muchos, ya nutrido,
se vuelve una conciencia,
y esta conciencia, una pasión, un ansia...
Hasta que un día,
todo
–sueño, conciencia, anhelo–,
compacto se organiza...
Y entonces
viene el grito,
y el puño,
y la conquista...
En la efigie de la conquista
brilla una diadema: el verso.
Zapatos rotos (Poemas amantes, 1963) da fe de su consecuencia y perseverancia en la lucha a pesar de la miseria, la persecución, el exilio, la cárcel y las pérdidas.
(…)
Claro que es la verdad, nada más cierto,
que como a excomulgado medieval
me quitaron el pan
y la herramienta.
Que mis manos honradas
y fructíferas
no tienen derecho al trabajo.
Por eso: por fructíferas y honradas.
Porque mi lengua no es delatora y sí es voraz.
Porque mi sien dispara, con fusiles de Amor,
constantes mariposas encendidas,
lirios que en la palabra
florecen luz esbelta, iluminando.
Quitáronme el trabajo, la fiesta de los míos;
pero yo estoy elaborando dicha
y la tortilla más suculenta me nutre.
Claro que es la verdad –por qué ocultarlo–
que acabo de salir de un hospital
donde pasé tres espantosos meses
postrado,
enloquecido.
delirante...
Falla a veces el cuerpo:
las células, los nervios, los glóbulos nos fallan.
Sobre todo
cuando casi no comes durante muchos días;
cuando te escalofrían
las noticias de cárcel y tortura;
cuando ves, tras tu sombra inofensiva,
cantiles con orejas aguzadas
y penetrantes ojos,
que inquieren dónde vives, qué has escrito,
qué lees,
a qué hora te acuestas,
con qué intención tocaste
aquella melodía en tu acordeón...
cuando hasta tu pobre acordeón está fichado
en un registro «técnicamente elaborado»...!
Falla a veces el cuerpo;
mas no nos falla –nunca–
la conciencia:
este amor a la vida, templado y combatiente.
(…)
Es verdad, es verdad y la más triste:
que en la miseria, en el desamparo,
murió mi hijo, mi único hijo,
mi tierno danzarín de dos años
por quien mis esperanzas dibujaban proyectos...
Murió de desamparo, de miseria,
de lo que mueren tantos niños en América...
Me consuela tan solo
su risa, que ya escucho
en la ronda feliz de los niños del Futuro.
(Mi alegre cantarino,
¡perdóname estas lágrimas!).
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Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.