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EE. UU. huye de Afganistán y nace nuevo mapa regional
Humillado, el invasor occidental de Afganistán admite: “Es tiempo de terminar la guerra interminableˮ. Sin solución militar a los problemas políticos y de seguridad en aquel país, Joseph Biden cumple plan de Donald Trump y retira sus tropas.
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Humillado, el invasor occidental de Afganistán admite: “Es tiempo de terminar la guerra interminableˮ. Tras concluir que no hay solución militar a los problemas políticos y de seguridad en aquel país, el presidente de Estados Unidos (EE. UU), Joseph Robinette Biden, cumple el plan de Donald John Trump y retira sus tropas. Este repliegue sin gloria de una operación que costó a la superpotencia 824 mil millones de dólares (mdd) coincide con el 20o aniversario del 11-S y con la búsqueda de nuevos enemigos por los halcones de la Casa Blanca, lo que implica un serio riesgo para la seguridad global.

Según Biden “hace muchos años” que EE. UU. cumplió el objetivo que se fijó: controlar la amenaza terrorista que salía de Afganistán. Ahora sus estrategas sostienen que el terrorismo está en otros países y otros continentes “y es allí donde debemos concentrarnos”. La búsqueda efectuada por el Pentágono sobre nuevos escenarios bélicos debe inquietar a los politólogos mexicanos.

La retirada de Washington confirma que, además de que intentará atender su propia crisis, está consciente de que ya no tiene capacidad para influir en las dinámicas regionales, mientras China, Rusia y otros actores ganan espacio e influencia.

China cobra protagonismo global, Rusia se reposiciona tal como lo evidenció en Siria, donde probó su capacidad militar e influencia diplomática al contener el radicalismo islámico. A ambas potencias les interesa el destino de Afganistán, un corredor estratégico entre India, Pakistán, Turkmenistán, China, Irán, Uzbekistán y Tadjikistán, pues no desean que vuelva a ser zona de disputa entre las exmetrópolis coloniales y regionales.

Los 20 años de la sangrienta ocupación de Afganistán dejan grandes lecciones a la diplomacia de México. En 2001, un mes después de los ataques del 11 de septiembre (11-S) contra objetivos estadounidenses, nuestro país era electo miembro no permanente del Consejo de Seguridad (CS) de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

El gobierno de Vicente Fox alentó la idea de que México proyectaría su “influencia y liderazgo”. En realidad casaba mejor con la idea de guerra contra el terrorismo y la doctrina del Ataque Preventivo de los conservadores, que impusieron a George Walker Bush en la Casa Blanca.

 

Salida pactada o huida

Ocho de septiembre de 2019. Se revela que Zalmay Khalilzad es enviado especial de EE. UU. y lleva un año reuniéndose con dirigentes talibanes en Qatar. No se realizó una reunión virtual entre los talibanes y el presidente afgano Ashraf Ghani.

29 de febrero de 2020. Acuerdo de Doha: EE. UU. acuerda retirar sus fuerzas y los talibanes se comprometen a renunciar a la violencia y no apoyar a Al Qaeda u otros grupos que amenacen a EE. UU.

23 de marzo de2020. Mike Pompeo crítica al gobierno afgano por fallar en la preparación de las pláticas de paz y anuncia un recorte de mil mdd en asistencia.

Abril-mayo de 2021. Biden anuncia que saldrán 10 mil soldados de Afganistán. Salen tres mil tropas estadounidenses y de la OTAN.

26 de junio.  Se retiran Fuerzas Armadas alemanas de Afganistán, donde tuvieron su primera acción desde 1945.

 

De este modo y al interpretar, a su gusto, el Artículo 51º de la Carta de la ONU, EE. UU. se facultó para atacar en cualquier lugar y momento a su nuevo enemigo. Con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) lanzó la operación Libertad Duradera que se tradujo en políticas y prácticas violatorias al derecho internacional.

El foxismo refrendó la versión de la inteligencia estadounidense de que en Afganistán se ocultaba el jefe de Al Qaeda, Osama bin Laden, y así el gobierno de la alternancia respaldó la ofensiva militar en aquel país, pese al rechazo del 78 por ciento de los mexicanos, refiere el internacionalista Ricardo Méndez Silva.

El gobierno del Partido Acción Nacional (PAN) guardó silencio frente al secuestro de presuntos terroristas en el país centroasiático por agentes de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) que los recluyó por meses y años sin cargos en prisiones clandestinas en países de Europa o en la base naval de Guantánamo, Cuba.

 

Actores

Talibanes, antes llamados muyahidines, como Osama bin Laden. En los años 80 recibieron armas y dinero de EE. UU. para expulsar a los soviéticos; al lograrlo, el líder talibán Mohamed Omar se propuso desterrar toda influencia occidental. En 2001 ya controlaban todo el país.

2011-2014. El presidente Hamid Karzai (2002-2014) admite el fracaso en seguridad de su gobierno. Confirma que la OTAN causó gran sufrimiento a su pueblo y deja el cargo.

2014-2021. Gestión de Ashraf Ghani.

 

Inmerso en su lógica belicista, Washington aplicó la máxima presión sobre el gobierno foxista. Meses después logró –a cambio de nada, pues no consiguió el esperado acuerdo migratorio– el voto a favor de las resoluciones que aprobaron el uso de la fuerza en Irak, por la supuesta existencia de armas de destrucción masiva de Saddam Hussein.

Dos décadas después, los mexicanos que vivieron esos episodios y las nuevas generaciones atestiguan el vergonzante retiro del ejército más poderoso del planeta tras el fracaso de sus objetivos en Afganistán, donde no logró contener a los talibanes, construir un Estado viable, eliminar al radicalismo islámico, ni acabar con la masiva producción de amapola.

 

Invasión y evasión

En Afganistán, EE. UU. lideró el despliegue armado más mortífero desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, y el objetivo de esa ofensiva nunca se esclareció. Los llamados Documentos de Afganistán, que The Washington Post descubrió en 2015, revelan que no se trató de liberar al pueblo de los talibanes, sino evitar que ahí se refugiaran Al Qaeda y otros grupos.

Esa invasión cobró la vida de dos mil 300 militares, dejó heridos a miles de estadounidenses y causó innumerables bajas afganas. Esa ofensiva de 20 años costó la vida de soldados nacidos después del 11-S, recordó Zachary Wolf en CNN. Su retirada confirma que la clave de la guerra no son los soldados, sino los dólares: Dominic Tierney en Warontherocks.

El próximo septiembre habrán salido los contingentes extranjeros de Afganistán, según el Acuerdo de Doha, firmado entre EE. UU. y los talibanes, que apoyan el retiro de las tropas extranjeras. “Su completa salida abrirá el camino para que Afganistán decida su propio futuro”, declaró el vocero del grupo, Zabihulá Mujahid, el dos de julio.

Biden acata el cronograma de evacuación de Trump y confía en que vigilará y contendrá un eventual rebrote de Al Qaeda, con los avances tecnológicos y militares de los últimos años, sin necesidad de comprometer tropas en tierra permanentemente.

Queda por resolver el rol de los estadounidenses que se mantengan en Kabul; muchos operan bajo la cobertura de la CIA y su cantidad, ubicación y rol son secretos. En cambio, la prensa clama por los miles de civiles que cooperaron con el invasor y temen represalias de los talibanes; pero EE. UU. les regatea las visas especiales, denuncia Robert Burns.

La invasión llevó miles de tropas de EE. UU. Con Obama alcanzaron 100 mil y, aunque en 2014 anunció un retiro, dejó más soldados. Igual hizo Trump, que en campaña prometió un repliegue y luego envió más efectivos mientras dialogaba con los talibanes. Explica que ahí la OTAN quedó “varada lejos del Atlántico en un país montañoso cuya población comprendió que fue un error abrir la puerta al ocupante y se tornó hostil de forma creciente”.

Pese a no conocer el terreno, esa alianza debía hacerse cargo del país. Fue así como asignó a los alemanes la tarea de crear una fuerza policiaca; a los italianos les confirió la capacitación del poder judicial para tratar con la mafia de las drogas y los británicos se concentraron en el control de los campos de amapola de Helmand.

A su vez, las tropas de los nuevos estados satélites de la OTAN (checos, eslovenos, polacos, estonios, eslovacos y rumanos) se adiestraron para futuras operaciones. Sin embargo, los abusos y la pésima gestión de las fuerzas extranjeras favorecieron la expansión de los “neotalibanes”. A cinco años de la invasión ya controlaban 20 distritos en Kandahar, Helmand y Uruzgan. Todos los informes de la CIA coincidían en que el gobierno afgano, bajo el presidente que sea, sería corrupto e incapaz de defender al país del talibán.

 

Rivalidad regional

El fin de la presencia occidental en Afganistán impacta al interés geoestratégico de las potencias vecinas. Para Rusia, el flanco sur afgano presenta riesgos por la injerencia occidental, el crimen organizado y el radicalismo islámico.

Sin embargo, el Kremlin conoce bien el terreno, donde intervino en 1979 para estabilizarlo y evitar que EE. UU. lo usara como plataforma y retaguardia. Hoy Moscú renueva nexos con los talibanes y promueve alianzas regionales para crear la Gran Eurasia, apunta David G. Lewis, de la Universidad de Exeter.

Desde 2016, China se acercó a Afganistán e intentó mediar entre los talibanes. Lo invitó a la Organización de Cooperación de Shanghai y al Mecanismo de Cooperación Cuatrilateral (China, Afganistán, Pakistán, Tadjikistán).

Para garantizar la estabilidad afgana, ofrece ayuda económica con su iniciativa de la Franja y la Ruta, refiere el Instituto Central Europeo de Estudios en Asia. Solo teme riesgos por la inestabilidad afgana en la frontera con Xianjiang, hábitat de la minoría uigur. Según la inteligencia de EE. UU. “miles de chinos uigures” serían parte de Al Qaeda.

Es paradójico que en Afganistán coincidan los intereses de EE. UU. e Irán para combatir al Estado Islámico de la provincia de Khorasan. En el Estado persa viven 800 mil afganos, pese a las crisis en la era talibán. Pragmático, Teherán se acercó recientemente a Kabul.

Otros actores renuevan estrategias ante un gobierno talibán. India y Pakistán compiten por influir en Afganistán. Nueva Delhi intenta también frenar la creciente influencia económica y política de Beijing en Kabul. Arabia Saudita e Irán proyectan su respectiva influencia religiosa (chiita y sunita) en aquel país. Las repúblicas centro-asiáticas temen que los talibanes usen sus territorios como plataforma para operaciones de Al Qaeda y otros grupos insurgentes.

 

Caos o esperanza

Para ocultar el deshonroso retiro de Occidente, sus medios y centros de análisis alientan el escenario del caos. Crean la percepción de que los talibanes “invadirán” al gobierno afgano y vendrá la desgracia, a semejanza de la frase “después de mí, el diluvio” (Après moi le déluge), atribuida a Luis XV por la ira popular que presagió la crisis del reino.

Esos analistas sostienen que Biden soslaya las advertencias de sus comandantes de que los talibanes invadirán el gobierno ya sin el poder de fuego estadounidense. Y respaldan el pronóstico de la “comunidad de inteligencia” que en su Evaluación Anual de Amenazas del nueve de abril alertaba contra un vacío de poder en Afganistán.

 

México, el pasmo ante un conflicto inesperado

Ahora que Occidente se retira de Afganistán, fuerzas neoconservadoras estadounidenses y neoliberales mexicanas insisten en que los “terroristasˮ de aquella nación actuarían en México o que, desde aquí atacarán a EE. UU. aunque 13 mil 878 kilómetros separan a Kabul de la Ciudad de México (CDMX).

Este discurso presiona al gobierno, así como lo hizo hace 20 años, para que México participara en la Operación Libertad Duradera. Como no fue así, “EE. UU. manifestó su malestarˮ, admitió el Secretario de Relaciones Exteriores, Jorge Castañeda.

Para no verse arrastrado a las operaciones militares en 2002, México salió del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR). El Secretario de Gobernación, Santiago Creel Miranda, invocó el principio de no intervención y se observó una “cierta dosis de rencorˮ hacia EE. UU.; en el Partido Revolucionario Institucional (PRI) por décadas de trato desdeñoso a los mexicanos ahora le exigía posicionarse, refiere el Centro de Asuntos Internacionales de Barcelona (CAIB).

En marzo de 2003, México se alineó con Francia, Alemania, Rusia y China en el CS para rechazar la invasión en Irak. Un año después, Fox visitó la zona cero de Nueva York y se comprometió a luchar contra el terrorismo para aplacar a su aliado.

En diciembre, como represalia, Bush lanzó la Iniciativa de Seguridad Fronteriza contra la inmigración irregular, aprobó la Ley de Protección Fronteriza contra el Terrorismo, y el 26 de octubre firmó la Ley de la Valla de Seguridad (HR6061) que echó por tierra años de puja para que EE. UU. tratara de forma no represiva a los migrantes.

Y aunque Fox insistió en volver a la agenda bilateral y a una reforma migratoria, no fue así. En marzo de 2005, al firmar la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte, solo dialogó 20 minutos con Bush.

En años recientes, los artífices diplomáticos fallaron en elevar el nivel de la relación; nuestras naciones establecieron vínculos en junio de 1961, y hasta 2018, el comercio bilateral con Afganistán apenas rozó los nueve millones de dólares.

 

Abundan relatos, como el de Nick Paton en CNN, de que provincias como Helmand “lloran” la partida de EE. UU. y la OTAN por desconfiar de las fuerzas de seguridad afganas. El analista de Chatham House Mariano Aguirre, afirma que, sin tropas extranjeras, el “débil” gobierno afgano caerá ante los talibanes en dos o tres años.

Para el líder de la minoría republicana en el Senado, Mitch McConnell, el 20 aniversario del 11-S se celebrará “envolviendo a Afganistán como regalo” a los adversarios de EE. UU. Las tropas que retornan ignoran si habrá apoyo para ellos, declaró a The Guardian Robert Couture, líder de Veteranos de Guerras Extranjeras.

Al demeritar la capacidad de las fuerzas afganas –adiestradas por Occidente– para mantener la seguridad, se justifica la ocupación extranjera. Se sostiene que el retiro occidental dejará vía libre a la competencia entre Estados vecinos, extraregionales y otros actores armados, por el control de Afganistán. En todo caso, como afirma el historiador Tariq Alí, en Afganistán urge una solución local, no de tipo colonial.

 


Escrito por Nydia Egremy

Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.


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