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Cuando los monos acosan a los tigres
La democracia se ha consolidado como arma de la dictadura. Con el argumento de que fue “la mayoría” la que eligió al partido en el poder.
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Dice Voltaire, en alguna parte de su Cándido: “¿No podría yo salir ahora mismo de este país en el que los monos acosan a los tigres?”. Ésta es la sensación que se tiene en un país donde los líderes populares son perseguidos, las protestas estudiantiles calumniadas y censuradas, las instituciones políticas cooptadas por camarillas y los organismos autónomos infiltrados por el partido en el poder. Un país donde el pueblo permanece atormentado por monos con instintos de tigre.

La democracia se ha consolidado, teóricamente como la forma ideal y última de gobierno en la modernidad. Como contradicción aparece ante ella la dictadura, forma de gobierno con la que normalmente se asocia el autoritarismo y la imposición de una persona o una idea sobre la “voluntad general”. Sin embargo, y sin radicalizar el problema sobre el tema, la historia ha demostrado que tal aseveración expresa una flagrante falacia. La democracia, cuyo fundamento exige la participación del individuo en la política, ha sido sustituida por la enajenación de esta actividad práctica a la entrega del voto. Como si la historia y la filosofía se hubieran estancado en las viejas controversias  de Hobbes, se espera que tal y como lo proponía el autor del Leviatán el pueblo, una vez entregado el poder a la autoridad, se someta indefectiblemente a ésta.

Asimismo, se nos presenta la posibilidad de dictadura solo como la permanencia por periodos de tiempo prolongados de un hombre en el poder. Poco importa si la administración política se ejerce correcta o incorrectamente para beneficio del pueblo. Estas falsas pero socialmente reconocidas percepciones de democracia y dictadura nos hacen perder de vista que éstas no tienen sus raíces en la forma, sino en el contenido. Puede existir así una democracia cuyo contenido sea la dictadura.

Hoy observamos, en nuestro país, este fenómeno político. La democracia se ha consolidado como arma de la dictadura. Con el argumento de que fue “la mayoría” la que eligió al partido en el poder, se cometen atrocidades contra el pueblo y sus instituciones, llegando esta aberración política a que el Presidente profiera frases como “si no votaste por mí, no tienes derecho a reclamarme”. Con el viejo lema monárquico “nuestra dictadura ha existido hasta aquí por la voluntad del pueblo; ahora hay que consolidarla contra la voluntad del pueblo”, el Movimiento Regeneración Nacional (Morena) pretende desplazar al pueblo de cualquier forma de participación política, aferrándose al poder aun a costa de éste.

La verdadera política consiste en una participación activa del pueblo en la toma decisiones. Aunque ahora existan, en cierto grupo de intelectuales, distinciones entre “la política” y “lo político”, diferenciando por un lado la toma de decisiones y por otro la participación ciudadana, ésta es una forma de arrebatarle al pueblo sutilmente el poder de que dispone. Fue éste quien puso a sus representantes y no solo tiene el derecho, sino la obligación de exigirles el correcto uso del poder conferido y, de ser necesario, desplazarlos de los cargos que les ha otorgado y en los que han demostrado su ineptitud.

Ante la configuración de una nueva dictadura con apariencia democrática, todos los sectores sociales del pueblo mexicano deben tomar con seriedad su participación en la toma de decisiones. Se pretende cooptar paulatinamente a instituciones públicas para ponerlas al servicio de intereses partidistas y personales, como está sucediendo en el caso del Instituto Nacional Electoral (INE) y como se pretende hacerlo con la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y, posteriormente, con todas las universidades autónomas estatales. Las gestas políticas y sociales están en riesgo de ser regadas con la sangre de miles de mexicanos. La dictadura, que hace 100 años provocó una lucha intestina y brutal en nuestro país, se perfila nuevamente con una máscara de legitimidad. El pueblo, ese tigre dormido cuyo sueño ha sido arrullado por sus enemigos, debe despertar. Los monos solo impondrán su voluntad mientras la fiera no sea consciente de su fuerza.


Escrito por Abentofail Pérez Orona

Licenciado en Historia y maestro en Filosofía por la UNAM. Doctorando en Filosofía Política por la Universidad Autónoma de Barcelona (España).


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