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Primaria e inmediata, la realidad no se presenta al hombre “en forma de objeto de intuición, de análisis y comprensión teórica”. Esto significa que, originariamente, el hombre no adopta la actitud especulativa de una “mente pensante” hacia la realidad, cual si fuera un sujeto abstracto cognoscente aislado del mundo sino que, en cuanto “ser que actúa objetiva y prácticamente”, en cuanto “individuo histórico”, la realidad se le presenta precisamente como el campo en que despliega o ejerce su “actividad práctico-sensible”. Así pues, originaria, primaria e inmediatamente, el individuo “en situación” establece una relación práctico-utilitaria con las cosas, base material de su intuición (también práctica e inmediata) de la realidad; esto es, de sus propias representaciones de las cosas y del sistema correlativo de conceptos con el que aprehende, capta y fija el “aspecto fenoménico” de la misma realidad.
Dentro de estos límites, “todos los hombres son filósofos”. En efecto, en su relación práctico-utilitaria con la realidad, los individuos históricos se crean cierta “filosofía espontánea” e inconsciente, implícita, de entrada, en el lenguaje mismo, el sentido común y la religión popular o el “folklore”. Mas esta filosofía popular no es crítica ni coherente, no es, en una palabra, un orden intelectual, sino una concepción del mundo ocasional y disgregada, es decir, ecléctica y que, como mezcolanza abigarrada y “llena de matices”, combina toda suerte de creencias, “elementos del hombre de las cavernas”, desahogos críticos”, prejuicios de “épocas históricas pasadas”, opiniones, supersticiones, etc., con “principios de la ciencia más moderna y avanzada”.
Criticar esta clase de filosofía popular, espontánea e inconsciente, significa hacerla consciente; significa elevar el nivel de conciencia del pueblo en general “hasta el punto al que ha llegado el pensamiento mundial más avanzado”. Socializar, difundir verdades científicas ya descubiertas e introducirlas en su conciencia, en lugar de encerrarla en el marco restringido de la filosofía espontánea. Elevar la conciencia del pueblo hasta la ciencia de su tiempo o, en palabras de Antonio Gramsci, “que una masa de hombres sea llevada a pensar coherentemente y en forma unitaria la realidad presente” constituye un “hecho filosófico mucho más importante y original que el hallazgo, por parte de un genio filosófico, de una nueva verdad que sea patrimonio de pequeños grupos intelectuales”. “Lo que queda limitado en una sola cabeza –decía Ludwig Feuerbach– es teoría”, mientras que “lo que une a muchas cabezas, hace masa y se abre paso en el mundo, es praxis”.
En este sentido, la filosofía espontánea de las clases trabajadoras, cuya base es la práctica utilitaria inmediata de los hombres, explica la popularidad de la idea de que, en México, todos los males derivan de la corrupción de los gobiernos anteriores. Pero, por muy razonable o justa que parezca esta idea, o más bien intuición inmediata, pertenece, en realidad, a la etapa inferior del proceso de desarrollo del conocimiento, la etapa sensorial, etapa que corresponde a las sensaciones y las impresiones. En consecuencia, el discurso anticorrupción capta una sola (ni siquiera la más importante) de las formas fenoménicas de la realidad social, la corrupción; pero no su estructura, su “núcleo interno esencial”.
La corrupción forma parte del mundo de las formas fenoménicas, mucho más familiar, cotidiano e íntimo, de la pseudoconcreción; representa, en pocas palabras, el “lado fenoménico” de la realidad social, cuya esencia no se capta inmediatamente, no se manifiesta directamente, sino que se muestra en “algo distinto de lo que es”. La corrupción es, por tanto, un fenómeno que indica o revela “algo que no es él mismo”.
“No puede haber conocimiento al margen de la práctica”, advertía Mao Zedong. De acuerdo con esto, en el orden que sigue el proceso de desarrollo del conocimiento el primer paso, necesario e inevitable, es el contacto y comercio directo e inmediato con las cosas del mundo exterior, pues “si uno no entra a la guarida del tigre, ¿cómo podrá apoderarse de sus cachorros”. En esta medida cabe decir que, en última instancia, todo conocimiento auténtico nace, de comienzo, con la experiencia directa, con la práctica utilitaria inmediata, la cual, a su vez, es la base del conocimiento sensorial de la realidad, de la filosofía espontánea o sentido común. El conocimiento sensorial representa un grado de conocimiento de la realidad, la etapa inferior del proceso cognoscitivo: a grandes rasgos, concierne a los aspectos aislados, las apariencias y las conexiones externas de las cosas. Por esto Mao decía que la sensación, lo sensorial, “solo resuelve el problema de las apariencias”. El discurso anticorrupción corresponde a la etapa sensorial del proceso cognoscitivo. En otras palabras, constituye un reflejo incompleto, superficial y unilateral de la realidad social, una intuición práctica e inmediata que no traduce la esencia del mundo exterior objetivo. Por otra parte, el discurso anticorrupción considera el “lado fenoménico” de las cosas como su esencia misma. En suma, desconoce la diferencia entre fenómeno y esencia, no distingue entre representación y concepto de las cosas ni reconoce la necesidad de que el conocimiento avance de la etapa sensorial a la racional o lógica, de las sensaciones al pensamiento, es decir, de lo inferior a lo superior, de lo superficial a lo profundo, de lo unilateral a lo multilateral.
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Escrito por Miguel Alejandro Pérez
Maestro en Historia por la UNAM.