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El seis de octubre de 1984, el poeta Octavio Paz recibió, en la República Federal Alemana (RFA), el Premio de la Paz, otorgado por la Asociación de Libreros de Franckfurt, en homenaje a su larga y prolífica carrera como escritor. La ceremonia de entrega, presidida por el primer ministro Richard von Weizsacker, se efectuó en la iglesia de San Pablo ante una multitud heterogénea y obnubilada por la presencia de tan distinguido galardonado. El autor pronunció un discurso sobre el origen de la guerra y la necesidad de la democracia y la paz en los países latinoamericanos.
Octavio Paz se mostró especialmente crítico e incisivo contra el triunfo militar de la Revolución Sandinista en Nicaragua y la proliferación de los movimientos guerrilleros en Centroamérica, especialmente en El Salvador y Honduras. Para Paz, el acceso al poder político por medio de la violencia y el vínculo de los insurrectos con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y Cuba constituían un freno a los sistemas democráticos y pacíficos anhelados por la población. En este tablero de ajedrez político, prestidigitó Paz, la única salida para pacificar la zona era la intervención del Grupo Contadora.
La controversia que generaron estas declaraciones fue inmediata. Incluso, fuera del recinto eclesial, un centenar de militantes del Grupo Latinoamérica se manifestó contra el premiado y distribuyó volantes donde lo acusaron por ser una marioneta del intervencionismo estadounidense en Latinoamérica. Y mientras esto sucedía afuera de San Pablo, el alcalde de la ciudad, Walter Wellman, dirigía loas a Paz.
Ese discurso quizá significó la ruptura definitiva de Octavio Paz con los grupos de izquierda en México, relación que pendía ya de un hilo muy delgado. El colofón de las desavenencias fue que, a pocos días de aquella alocución, el 11 de octubre de 1984, ante la visita del secretario de Estado de Estados Unidos (EE. UU.), George Shultz, el Partido Comunista Mexicano y otras organizaciones de izquierda organizaron una protesta de rechazo en la que prendieron fuego a una imagen de cartón de Paz enmarcada por el cuadro de un televisor, en tanto se coreaba la consigna “Reagan, rapaz, tu amigo es Octavio Paz”. Desde entonces, los intelectuales de izquierda marcaron una distancia con el insigne representante de las letras mexicanas. Rolando Cordera escribió: “El discurso de Octavio Paz no es imparcial, tomó posición a favor de los exguardias somocistas y eso a cualquier mexicano que se haya sentido orgulloso de su nombre no puede menos que causarle decepción”.
A pesar de sus argumentos contra la guerrilla y su propuesta favorable a la democracia liberal –que recibieron el apoyo silencioso de los grupos más reaccionarios de América Latina y definieron el alejamiento formal entre Paz y la izquierda mexicana– desde nuestra perspectiva, la causa de esta ruptura no fue un viraje total en el pensamiento paciano respecto a la guerrilla o el socialismo en general. La ruptura, quizás, se dio por el foro en que se hicieron las declaraciones o por el apoyo que le dieron algunos medios “liberales”, ya que la descalificación de los movimientos guerrilleros en Centroamérica no eran una novedad en el análisis político de Paz.
Es decir, los argumentos que el poeta y ensayista expuso en Frankfurt no fueron una “traición” a su pensamiento sino más bien fueron una interpretación propia (desinteresada o no) del socialismo, la violencia y la guerrilla en particular. Todo esto puede comprobarse en los artículos políticos que la revista Plural publicó entre 1971 y 1976.
Octavio Paz y Plural fueron criticados por sus contemporáneos. Adolfo Sánchez Vázquez, por ejemplo, le recriminó el desequilibrio crítico, pues por un lado criticaba ostensiblemente los equívocos de la órbita soviética, mientras cerraba los ojos ante los excesos criminales de las dictaduras de América Latina, todas apuntaladas por el gobierno de EE. UU. Otras voces, no necesariamente marxistas, lo acusaron por “derechizar” su pensamiento político, pues mediante el uso de su desequilibrio crítico silenció la guerra sucia, las desapariciones, los encarcelamientos, las violaciones, las irregularidades procesales y los asesinatos de los y las guerrilleras de México en la década de 1970. Las últimas voces críticas señalaron a Paz, a las revistas Plural y Vuelta, y a su libro El ogro filantrópico como la justificación teórica y política de la guerra sucia del Estado Mexicano y plantearon preguntas sumamente interesantes: ¿Fue Octavio Paz el gran teórico de la contrainsurgencia del Estado mexicano? ¿Su prestigio como poeta avaló el silencio mediático sobre la guerra sucia?
El hecho mismo de poder plantear estas preguntas y recuperar la memoria de los agravios cometidos hace medio siglo es indicio innegable del buen estado de salud de la historiografía de nuestro tiempo.
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Escrito por Miguel Alejandro Pérez
Maestro en Historia por la UNAM.