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Nació en Minsk, Bielorrusia, en 1973. Es poeta, traductor y autor de ensayos, líder de la generación joven de intelectuales de Bielorrusia. Ha escrito seis libros de poemas titulados Staryja viershy (2003); Listy Z-pad Koudry, (2004); Rimas Bielorrusas (2005); De Bielorrusia con amor (2005); Sto li100u Na tut.by (2007) y Berlibry (2008). Es profesor de literatura francesa en la Universidad Nacional de Bielorrusia y en el Liceo Nacional Bielorruso de Humanidades. Sus poemas se han traducido al inglés, alemán, lituano, polaco y ucraniano. La poesía de Khadanovich es claramente postmodernista, trata de hacer rimas perfectas, en una especie de mezcla entre sus propios pensamientos y citas de poesía rusa y bielorrusa, así como frases de éxitos de rock occidentales. Sin embargo, esto hace extremadamente difícil traducir sus poemas a otros idiomas, “si se desea definir la poesía, es lo que se pierde en la traducción”, le gusta decir a Khadanovich. Presentamos la traducción de Irina Anelok, publicada en 2008 por el Festival Internacional de Poesía de Medellín.
Y había lago,
estación terminal del tren suburbano.
Y había cielo,
estación terminal de sus sueños indolentes,
seis días de viaje a través de la lluvia.
Y había Sol el séptimo día.
Y vio él,
que los seis anteriores eran peores.
Y había velas,
vapores y boyarines
con advertencia “no traspasar”.
Y estaban sólo ellos dos en el mundo entero,
–sin contar los acuáticos–
las gaviotas y los remeros.
Y estaba ella sin camiseta,
en unos shorts a la moda,
con una manzana en el bolsillo,
que sobresalía de lado,
como la pelota de una tenista,
que se prepara para el primer servicio...
El segundo servicio no fue necesario.
Con quién o con qué
no han comparado a Europa,
muchacha cow-boy,
que se quedó sobre la espalda del toro
el mayor tiempo posible
hasta el final mismo del rodeo.
La llamé un día cajón de arena
donde no dejan entrar a los niños bielorrusos,
sus padres muy poco modernos nacionalmente.
Algunos se han ofendido con la comparación,
aunque, creo, a los cow-boys y a los matadores les gustaría.
Pero ahora no pensaba
en la plaza arenosa
de la corrida política,
sólo en los juegos infantiles bastante inocentes
con la palita.
(Estoy hablando de la pala pequeña),
con la volqueta de plástico
o con los soldaditos de estaño,
cuando cada uno de nosotros era general
y acababa de empezar su
carrera arenosa.
Y las muchachas, ellas
hacían sobre todo los “secretos”,
excavando fosas en la arena
y adornando estos pequeños ataúdes
con flores vivas
y con envolturas (muertas) de confites y de chicles.
La parte principal de la instalación
era un trozo de vidrio de color,
que se ponía encima
y quedaba bonito;
después el “secreto” se enterraba,
se escondía con mucho cuidado, pero de tal manera,
que se encontrase fácil,
sobre todo para los demás.
Solamente muchos años más tarde comprendí,
que eran prototipos
de nuestros futuros sitios de Internet,
de nuestros poemas y películas porno,
que como mariposas vuelan hacia la luz
y se caen en la telaraña de la red mundial,
esperando en su corazón
llamar la atención, así sea un instante,
y escondiendo obstinadamente
sus “secretos” dudosos,
como aquella Europa,
campeona del rodeo,
triste solterona,
que nunca bajó de la espalda del toro
para hacer otra cosa.
Los faros de la policía
hacen la primera salva en los ojos,
y luego
por ráfagas cortas
resplandecen los rayos de bicicletas.
En la ciudad hay una carrera ciclística de protesta.
Mil ruedas.
Jam sesión de cláxones.
Las mochilas bailan el ritmo.
Algunos están sentados en el sillín,
otros, acostados,
mueven los pies adelante.
(Así, probablemente, es más cómodo).
Éstos con un remolque,
coche ciclista
para los chiquitines que protestan.
Entonces, ¿contra qué?...
No dan respuesta.
La última bicicleta.
El brillo solar de control
en los rayos.
Pero uno siente
una solidaridad extraña,
como quien nació
en un remolque ciclista,
después creció
y lo cambió por un triciclo,
dejó la tercera rueda,
sintió el marco entre las piernas,
–ajustó el claxon al unísono–
y se enlazó en la cola de la caravana
y se arrastra en esta cola,
y un día se hará líder,
sin nunca comprender
contra qué protesta.
–“¡Pases para mañana! ¡Pases para mañana!”–
grita la vendedora a la salida del metro,
y uno no capta:
¿cómo así “pases para mañana”?
Se puede entender entradas para un concierto, un partido...
Debe ser un espectáculo muy interesante, este “mañana”
O también: tiquetes de tren, de bus...
¿Mañana es el fin del mes
y están vendiendo pases
válidos sólo un día?
Y pasado mañana vendrán los controladores
Y será mejor comprar entradas para un partido.
Así que, polizón, mira el calendario,
mira por cuánto tiempo vives sin pagar,
y si no es el momento para comprar
un pedazo de vida
conquistado a la existencia sin pase
y válido un día.
Así uno oye algo,
y captó o no captó
es una lotería.
La mayoría de las metáforas de este mundo
son eslóganes publicitarios,
que uno no ha comprendido.
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Escrito por Redacción