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Adrienne Rich
Nació en Baltimore, Estados Unidos el 16 de mayo de 1929. Asistió al Radcliffe College, donde se graduó en 1951 y fue seleccionada para el premio Yale Series of Younger Poets por A Change of World (Yale University Press, 1951) ese mismo año.
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Nació en Baltimore, Estados Unidos el 16 de mayo de 1929. Asistió al Radcliffe College, donde se graduó en 1951 y fue seleccionada para el premio Yale Series of Younger Poets por A Change of World (Yale University Press, 1951) ese mismo año. En 1953 se casó con el economista de la Universidad de Harvard, Alfred H. Conrad, dos años después publicó su segundo volumen de poesía, The Diamond Cutters.

Tras tener tres hijos antes de cumplir los treinta, cambió gradualmente su vida y su poesía; a lo largo de la década de 1960 escribió varias colecciones, entre ellas Snapshots of a Daughter-in-Law (1963) y Leaflets (1969). El contenido de su obra se volvió cada vez más de protesta, explorando temas como el rol de la mujer en la sociedad, el racismo y la guerra de Vietnam; el estilo de estos poemas también reveló una transición de los cuidadosos patrones métricos al verso libre. 

En 1973, en medio de los movimientos feministas por los derechos civiles, la guerra de Vietnam y su propia angustia personal, escribió Diving into the Wreck, una colección de poemas exploratorios de su sexualidad que le valió el Premio Nacional del Libro en 1974. La autora aceptó el premio en nombre de todas las mujeres y lo compartió con sus compañeras nominadas, Alice Walker y Audre Lorde. En 1997 rechazó la Medalla Nacional de las Artes, declarando que “no podía aceptar tal premio del presidente Clinton o de esta Casa Blanca porque el significado mismo del arte, tal como lo entiendo, es incompatible con la política cínica de esta administración… el arte no significa nada si simplemente decora la mesa del poder que lo tiene como rehén”. Ese mismo año, recibió el Premio Wallace Stevens de la Academia de Poetas Estadounidenses por su destacada y demostrada maestría en el arte de la poesía. Murió en Santa Cruz, California, el 27 de marzo de 2012. 

INTENTANDO HABLAR CON UN HOMBRE

Estamos probando bombas en mitad de este desierto,

por eso hemos venido.

 

A veces siento un río subterráneo

que se abre paso entre riscos deformes,

un ángulo agudo de entendimiento

que se interna como la trayectoria del Sol

en este condenado paisaje.

 

A qué hemos tenido que renunciar para llegar hasta aquí:

colecciones enteras de LP, películas que protagonizábamos

proyectadas en los barrios, escaparates de pastelerías

a rebosar de galletas judías, rellenas de chocolate, resecas,

el lenguaje de las cartas de amor, de las notas de suicidio,

tardes a la orilla del río

fingiendo ser niños.

 

Viniendo a este desierto

cuyo rostro pretendíamos cambiar,

conduciendo entre suculentas de un verde insípido,

caminando a mediodía por la ciudad fantasma

envueltos en un silencio

que suena como el silencio del lugar,

sólo que vino con nosotros

y resulta familiar

y todo lo que hemos estado diciendo hasta ahora

era un intento de obliterarlo…

Viniendo aquí le plantamos cara.

 

Aquí fuera me siento más desvalida

contigo que sin ti.

Mencionas el peligro

y haces una lista del equipamiento,

hablamos de las personas que cuidan unas de otras

en las emergencias –laceración, sed–,

pero tú me miras como una emergencia.

 

Tu calor seco se percibe como energía,

tus ojos son estrellas de una magnitud diferente,

reflejan las luces que deletrean SALIDA

cuando te levantas y mides en pasos el suelo

mientras hablas del peligro

como si no fuéramos nosotros mismos,

como si estuviéramos poniendo a prueba otra cosa.

PODER

Vivir en los sedimentos de tierra de nuestra historia.

Hoy un azadón reveló de un terrón de tierra desmoronada

una botella ámbar perfecta, un remedio centenario

para la fiebre o la melancolía, un tónico

para vivir en esta tierra en los inviernos de este clima.

 

Hoy leía sobre Marie Curie:

debe haber sabido que enfermaba de irradiación

su cuerpo bombardeado durante años por el elemento

que ella había purificado.

Al parecer negó hasta el final

la fuente de las cataratas en sus ojos,

la piel resquebrajada y supurante de la yema de sus dedos

hasta que no pudo asir una probeta o un lápiz.

Murió como mujer famosa negando

sus heridas,

negando que

sus heridas provenían de la misma fuente que su poder.

Hambre

Una escena nebulosa de una colina sobre un enorme continente.

Intimidad tramada con terror,

una secuencia de borrones que planeó el cálamo del pintor chino,

una escena de desolación que alivian

dos figuras humanas expuestas con descuido,

apoyadas la una en la otra en una barca semejante a un palo

en primer plano. Tal vez nos parezcamos a esto.

No lo sé. Me pregunto.

Incluso si tenemos lo que pensamos que tenemos:

ventanas iluminadas que indican refugio,

una película de domesticidad

sobre frágiles tejados. Sé que en parte estoy en otro lugar:

hileras de chozas a través de una tierra consumida por la sequía,

no mía, pechos agostados, míos y no míos, una madre

que ve a mis hijos menguar de hambre.

Vivo en mi piel occidental,

mi visión occidental, desgarrada

y arrojada a lo que no puedo controlar, ni siquiera desentrañar.

Cuantifica el sufrimiento, podrías gobernar el mundo.

 

2.

Pueden gobernar el mundo mientras sean capaces de convencernos

de que nuestro dolor está dispuesto en un determinado orden.

¿Es la muerte por hambruna peor que la muerte por suicidio,

que una vida de hambruna y suicidio, si una lesbiana negra muere,

si una prostituta blanca muere, si una mujer genial

se mata de hambre para alimentar a otros,

el odio a sí misma cebándose en su cuerpo?

Algo que nos mata o que nos deja medio vivas

arremete haciéndose pasar por «fuerza mayor»

en el Chad, en el Niger, en el Alto Volta:

sí, ese dios masculino que obra en nosotras y en nuestros hijos,

ese Estado masculino que obra en nosotras y en nuestros hijos

hasta que nuestros cerebros quedan

embotados por la malnutrición,

pero aguzados por el ansia de supervivencia,

nuestras energías agotadas a diario en la lucha

por legar una especie de vida a nuestros hijos,

por cambiar la realidad para nuestros amantes

incluso en una sola trémula gota de agua.

 

3.

Podemos mirarnos la una a la otra a través de nuestras vidas

como aquellas dos figuras en la barca semejante a un palo,

arrojadas juntas al paisaje de tinta chino;

hasta nuestras intimidades están tramadas con terror.

¿Cuantificar el sufrimiento? Mi culpa al menos está al descubierto,

estoy condenada por todas mis convicciones.

Tú también. Rehuimos tocar

nuestro poder, nos escabullimos, 

nos matamos de hambre a nosotras mismas

y la una a la otra, nos cagamos de miedo

ante lo que podría suponer tomar y utilizar nuestro amor,

regar con él una ciudad, un mundo.

Blandir y guiar su chorro, destruyendo

venenos, parásitos, ratas, virus…

como las terribles madres que anhelamos y tememos ser.

 

4

La decisión de alimentar al mundo

es la verdadera decisión.

Ninguna revolución la ha elegido.

Pues esa alternativa requiere

que las mujeres sean libres.

Me atraganto con el sabor del pan en Norteamérica,

pero el sabor del hambre en Norteamérica

me está envenenando.

Sí, estoy viva para escribir estas palabras,

para hojear a las mujeres de Kollwitz

estrechando a niños desolados en sus desolados brazos,

a las “madres” vaciadas de leche,

las “supervivientes” empujadas

al aborto, a la inanición, autoinducidos,

a una visión amarga, concreta y tácita.

 

Estoy viva para desear más que vida,

desearla para otros hambrientos y no nacidos,

para nombrar las privaciones que me taladran

la voluntad, los afectos, los cerebros

de hijas, hermanas, amantes atrapadas en el fuego cruzado

de terroristas de la mente.

En el espejo negro de la ventanilla del metro

cuelga mi propio rostro, demacrado de ira y deseo.

Envuelta en extenuación, sobre el papel de periódico pisoteado,

una mujer protege de la cámara a un niño muerto.

La pasión de ser inscribe su cuerpo.

Hasta que nos encontremos, estamos solas.


Escrito por Redacción


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