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Sigue la Guerra (sucia) Fría
La Primera y la Segunda guerras mundiales fueron provocadas por potencias imperiales
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La Primera y la Segunda guerras mundiales fueron provocadas por potencias imperiales. Alemania llegó tarde a la repartición de la tierra, porque apenas en 1871 se unificó como nación de la mano de Otto Von Bismark. Para ese periodo histórico, España, Inglaterra, Portugal, Holanda, Francia, etc., habían dejado de ser potencias coloniales y se hallaban dentro de un proceso de desarrollo capitalista. 

Alemania promovió la Primera Guerra Mundial (1914-1918) con el propósito de ampliar su territorio, la venta de sus mercancías y expandir sus capitales en otros mercados. Esta gesta militar dio pie a una serie de cambios políticos internacionales, como la revolución burguesa en Rusia, que lideró Aleksandr Fiódorovich Kerenski en febrero de 1917, y que finalmente vertió en el triunfo del proletariado encabezado por Vladimir Ilich Uliánov, Lenin, en octubre de 1917. 

Rusia debió firmar la “asquerosa paz” de Brest-Litovsk, de la que Lenin dijo: “Se me reprocha presentar un ultimátum. Si lo he hecho ha sido únicamente porque me hallo en el límite extremo. Los que hablan de la guerra civil inminente en Europa se burlan del mundo... Stalin se equivoca al decir que podemos no firmar. Hay que firmar. Si no firmáis, pronunciáis una condena de muerte para la República de los Sóviets de aquí a tres semanas. Las condiciones alemanas no afectan a la existencia del gobierno obrero y campesino... Por lo tanto, hay que aceptarlas. Si más tarde hubiera un nuevo ultimátum, la situación no sería ya la misma”. Rusia cedió territorio a cambio de salvaguardar el futuro de la República de los Sóviets. 

Con ese respiro, Lenin pudo reorganizar sus fuerzas para poder combatir al enemigo. Estados Unidos (EE. UU.), que reconoció el gobierno de Kerenski, se negó a hacerlo con el de los sóviets. Al de Kerenski le prestó dinero, al de Lenin se lo cobró; y como éste se negó a  pagarlo le negó su reconocimiento como nación.

Entonces EE. UU. fue encabezado por Woodrow Wilson, enemigo del comunismo, padre de la Guerra Fría y un reaccionario que apoyó a los rusos blancos e incluso alentó a las otras potencias de Occidente para que enviaran sus ejércitos a Alemania, pero en realidad para combatir al comunismo en Rusia. 

El avance del Ejército Rojo contribuyó a frenar a los alemanes y a sus aliados abiertos u ocultos, como los estadounidenses. La paz se firmó en Versalles, Francia y se impusieron severas restricciones al crecimiento militar de Alemania. La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) fue reconocida por EE. UU. hasta 1933. 

Esto ocurrió después del arribo de Adolfo Hitler al poder germano, pues el gobierno de EE. UU. leyó en la emergencia del imperialismo nazi una nueva amenaza contra sus intereses y los de sus socios en Europa, además de que reconoció que la Unión Soviética podría ser un factor decisivo para frenarlo. 

Hitler aspiraba a que su país controlara el mundo y para “justificar” ideológicamente este objetivo usó la figura retórica lebensraum (espacio vital), con la que  pretendía matizar su proyecto de invadir otras naciones, explotar sus riquezas e imponer el racismo que había asimilado de Federico Nietzsche y su teoría del “superhombre”. 

El líder nazi, como hemos dicho ya en estas páginas, rompió en 1935 los Tratados de Versalles, que básicamente le impedían aumentar sus milicias de tierra, fuerza aérea y buques. ¿Qué hicieron los ingleses, franceses, estadounidenses y otros aliados? Nada en absoluto, pues desde el principio no vieron en el nazismo una amenaza para ellos. 

Y no la vieron porque el dirigente nazi estaba a favor de la propiedad privada y la explotación del hombre por el hombre; a diferencia de la visión que tenían del comunismo, que nació en 1917 con la revolución proletaria y representaba una amenaza contra los grandes capitales porque promovía la solidaridad y la propiedad colectiva. 

Fue por ello que los “aliados” decidieron combatir al comunismo facilitando las condiciones idóneas para que Hitler se armara y se lanzara contra el territorio de Rusia y otras naciones que formaban la URSS. 

En ese periodo de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) el líder de la Unión Soviética, José Stalin, pidió a los aliados una vez sí y otra también que abrieran un segundo frente para debilitar a los alemanes, pero no lo hicieron sino hasta el seis de junio de 1944, cuando los rusos, habiendo ganado la batalla de Stalingrado avanzaban hacia Berlín. 

La apertura del segundo frente, sin embargo, no tuvo como propósito frenar a los alemanes, sino a los comunistas, pues los aliados temían su posible expansión hacia toda Europa. El nueve de mayo de 1945, el Ejército Rojo entró a Berlín y poco después los nazis se  rindieron. A Rusia, esta victoria le costó 27 millones de vidas. 

La presencia soviética en Alemania fue vista por el presidente anticomunista Harry Truman (quién sustituyó a Roosevelt, quien fue más negociador y diplomático), como un peligro; y cuando los rusos avanzaban hacia Japón, que se hallaba solo y sin ninguna opción de triunfo, EE. UU. lanzó sobre las ciudades de Hiroshima y Nagaski las dos únicas bombas atómicas que se han usado en la historia de la humanidad. 

 Este genocidio contra la población japonesa, cuyas víctimas en su mayoría fueron civiles, fue un mensaje no sólo para esa nación, sino para los habitantes de la URSS y todos los países del mundo; un mensaje con el que los oligarcas gringos dijeron: somos el imperialismo triunfador con nuestros aliados Inglaterra y Francia; de aquí en delante, tenemos un obstáculo a vencer: la amenaza soviética, el comunismo. 

Es así como la Guerra (sucia) Fría, iniciada desde la Primera Guerra Mundial, siguió en esa postguerra y en la Segunda Guerra Mundial; y hoy continúa mediante la propaganda anticomunista, espionajes, sanciones económicas, apoyo a grupos disidentes mediante las organizaciones no gubernamentales (ONG) y la ciencia con fines militares.

El desarrollo de la carrera armamentista nuclear, entre muchas otras acciones, formó parte de la estrategia imperialista de Occidente para provocar la desaparición de la Unión Soviética. Aunque hay que mencionar que sus entidades de Estado se burocratizaron, se desviaron del rumbo leninista e, incluso, fueron infiltradas por personajes como Mijaíl Gorbachov, quien traicionó los ideales del socialismo.

Una vez desaparecida la URSS avanzaron sin obstáculos los monopolios trasnacionales estadounidenses y la fase superior del capitalismo, el imperialismo, se impuso con la promesa de crear un mundo mejor, alentada a través de películas que supuestamente combatían al nazismo, pero que en realidad contenían las mismas ideas de Hitler. 

Los gringos y sus aliados pensaban que ni Rusia ni China les harían contrapeso, pero ya se dieron cuenta de que sus cálculos no estaban bien hechos. Por un lado China, país gobernado por el Partido Comunista de China, ha instrumentado una inteligente política que le permite desarrollar tecnología y al mismo tiempo trabajar en los principios socialistas. 

Y Rusia, por su parte y con Vladimir Putin a la cabeza, se rehízo como una nación poderosa y capitalista, pero con una visión no imperialista. Es así como ha surgido un mundo multipolar y se han creado grupos internacionales –como el que integran Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica (BRICS)– que hacen contrapeso al imperialismo yanqui. 

A fin de detener a los rusos soviéticos y después a los rusos de la federación, los estadounidenses y sus aliados incumplieron el acuerdo de que la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) no debía expandirse más allá de ciertos límites y han creado un cerco en torno a Rusia para imponer su poder militar. 

El colmo de este descaro fue querer incluir como miembro de la OTAN a Ucrania, que se halla a 15 minutos “balísticos” de Rusia. Pero el gobierno de la Federación Rusa leyó este mensaje gringo como un signo de la continuidad de la Guerra Fría y, cuando fallaron todos sus intentos por evitar un conflicto, no tuvo otra opción que defenderse.

Fue así como se inició la operación militar especial en una nación que, como Ucrania, no estaba en conflicto con Rusia y no podía, ni mucho menos debía, entrar a la OTAN. Hoy, con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca no cabe la menor duda de que para arreglar el conflicto en Ucrania hay que hacer a un lado el comediante Volodímyr Zelensky y negociar la paz con sus jefes, es decir, con los gringos. 

La guerra terminará en Ucrania cuando los estadounidenses bajen dos rayitas a sus pretensiones imperialistas, pero como eso no va a suceder, la tensión continuará.  La Guerra sucia o Fría sigue; y los filmes gringos continuarán mostrando a Rusia y China, a Vladimir Putin y a Xi Jinping como los “malos de la película”. 

El resultado de estos “juegos de guerra” o del “todo o nada” de los ambiciosos dirigentes del imperialismo puede resultar en una catástrofe mundial, justo cuando surge un mundo multipolar y la mayoría de las naciones se hallan en la antesala de una sociedad más justa y mejor para todos.

Sólo los pueblos del mundo podrán detener las ambiciones capitalistas si se unen, se organizan y luchan por un mundo multipolar y mejor. A eso llamamos a los mexicanos, a frenar la intentona estadounidense de hacerse del mundo o acabar con la humanidad. 


Escrito por Brasil Acosta Peña

Doctor en Economía por El Colegio de México, con estancia en investigación en la Universidad de Princeton. Fue catedrático en el CIDE.


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