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Impuestos a las remesas: otro golpe a la clase trabajadora mexicana
Parecía que no iba a proceder la iniciativa porque un grupo influyente en la Cámara de Representantes de Estados Unidos (EE. UU.).
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Parecía que no iba a proceder la iniciativa porque un grupo influyente en la Cámara de Representantes de Estados Unidos (EE. UU.) se oponía, pero las últimas noticias apuntan a que los cambios al presupuesto federal de ese país sí incluirán la aplicación de un cinco por ciento de impuesto al dinero que ahorran los mexicanos que trabajan allá y lo envían a sus familias que se encuentran en México, absteniéndose no pocas veces hasta de lo más elemental. En pocas y resumidas palabras, ahora enviarán un cinco por ciento menos. 

Si se tratara de potentados insólitos como Elon Musk, dueño de X y fundador de Tesla, con una riqueza de 290 mil 300 millones de dólares; o de Jeff Bezosde Amazon, con 228 mil 300 millones de dólares en su haber; o de Mark Zuckerberg, con una fortuna de 202 mil 500 millones de dólares” (El Economista, ocho de noviembre de 2024), ni cuenta se darían. Pero los modestísimos trabajadores mexicanos que están más que dispuestos a trabajar horas extras en el momento que sea y el día que sea para mandar más a su madre o a su esposa y a sus hijos es, no cabe duda, un duro golpe y una grave injusticia. 

Los más débiles e indefensos pagando los esfuerzos de la clase dominante de EE. UU. para sacar a su país de la crisis en la que está metido. Y sí. EE. UU. está sumido en una grave crisis como no lo había estado quizá desde la Gran Depresión de 1929. Ahora se trata de las consecuencias de su éxito como la potencia capitalista más desarrollada y, por tanto, de la economía en la que se han exacerbado más las contradicciones destructivas del modo de producción capitalista. La clase explotadora de ese país se ha estado apoderando de cantidades fabulosas de tiempo de trabajo no pagado (y, por tanto, de mercancías producidas) de su propia clase obrera y de la clase obrera del mundo. 

Para ampliar y ahondar el proceso, sus economistas idearon el llamado neoliberalismo, el combate a cualquier tipo de proteccionismo de los países y afamaron la defensa de la libre circulación de las mercancías y los capitales por el mundo. Así, vendiendo la idea de que la nueva modalidad beneficiaría a todos, como en la democracia en la que supuestamente todos deciden, los países ricos, principalmente EE. UU., pasaron a inundar al mundo de mercancías y capitales, mientras que los países pobres a duras penas vendían al extranjero algunos productos de su sector primario. 

Pero la exportación de capitales de la metrópoli hacia otros países en busca de mano de obra muy barata para ampliar, todavía más, los volúmenes de tiempo de trabajo no pagado, arrasó con la industria interna de EE. UU. Su capacidad productiva se fue al suelo. En 1928, su producción industrial representaba el 44.8 por ciento de la producción mundial; en 2019, ya era solamente el 16.8 por ciento. En la producción agrícola pasó algo similar; por ejemplo, en 1980, EE. UU. producía 65 millones de toneladas de trigo; en 2022, ya sólo produjo 47 millones de toneladas. EE. UU. tiene una balanza comercial deficitaria –importa más de lo que exporta– con más de cien países.

Con todo, lo que más pesa en la economía de EE. UU. es la deuda descomunal de su gobierno. Recordemos que cada billete, el papel moneda en sí mismo, tiene un valor insignificante, sólo lo que se lleva de papel y de tinta; es, pues, sólo un representante del valor que tiene escrito. Por tal razón, en alguna parte y de algún modo, debería encontrarse en físico el valor que representa; durante muchos años fue el oro. Hasta 1971, el mundo estaba en la creencia de que EE. UU. almacenaba cantidades fabulosas de oro que respaldaban a su afamado dólar que circulaba orgulloso y pisando fuerte por el mundo, pero ese año, Richard Nixon, arrojó la máscara diciendo que el dólar ya no reconocería al oro como su respaldo. ¿Qué respaldaría ahora al dólar? Pues el dólar. En adelante, ya no se necesitaría más que pedir prestado o echar a andar la máquina impresora de billetes. Una estafa a la luz del día y a escala planetaria.

En consecuencia, EE. UU. confiaba en que nada, o casi nada, sucedería si se pedía dinero prestado; y la deuda pública de EE. UU. se eleva ya a la increíble suma de 34 mil millardos de dólares (cada millardo equivale a mil millones de dólares). El jueguito criminal duró mientras otros países estaban en la ruina y no se desarrollaban. Tal fue el caso de la Unión Soviética, que trataba de reponerse de los estragos de la Segunda Guerra Mundial; de China, apuñalada por una mortandad sobrecogedora causada por varios imperialismos cogidos de la mano y, entre otros másde la India, víctima de  la vieja y terrible dominación británica. Pero eso se ha ido acabando. Ahora, si algunos acreedores de EE. UU., como China y Arabia Saudita, exigieran el pago de lo que se les debe, se desataría una enorme crisis económica.

La clase dominante de EE. UU., preocupada por su poderío y su sobrevivencia, ha decidido tomar cartas en el asunto. No es posible, ni para ellos mismos, predecir si darán resultados positivos ni en qué plazo, pero está aplicando medidas urgentes para su recuperación,  caiga quien caiga. Ha emprendido la expulsión de inmigrantes ilegales para reducir la fuerza de trabajo sobrante, homogeneizar a su población blanca y reducir las posibilidades de inconformidad social; ha empezado a reducir el tamaño de su Estado; ha intensificado su intención de expandir su dominación para disponer de más recursos naturales; ha decretado la aplicación de gravámenes a ciertas mercancías que entran a EE. UU. para tratar de que la industria regrese a EE. UU. y, como vemos el día de hoy, está tratando de aumentar los impuestos que pagan ciertos sectores de la población para aumentar los ingresos de su Estado.

En fin, la semana pasada, después de algunas divergencias en la Cámara de representantes, un fuerte grupo de republicanos decidió seguir impulsando el plan fiscal que incluye aplicar un impuesto a las remesas de los emigrados mexicanos y se prevé que pase esta semana al pleno de la Cámara Baja para su aprobación. Los trabajadores mexicanos en EE. UU. y sus familias en el país, han escuchado muchas declaraciones de muchos políticos morenistas que protestan y condenan de variadas maneras el cobro de impuestos a la parte del salario que envían a sus seres queridos en México y prestos, los políticos morenistas hasta se alistan para viajar a EE. UU. a pedir que no les carguen la mano a los mexicanos. 

Sólo que debe quedar muy claro que ninguna de esas declaraciones, por muy indignadas y encendidas que sean, ni las comisiones gestoras de personajes destacados, van a resolver ni un ápice los problemas de sobrevivencia de la clase trabajadora. Es muy grave e indignante que no se anuncie ni se proyecte una solución definitiva a la condena que desde hace ya casi cien años padecen los miembros más pobres y desamparados de la clase trabajadora mexicana. 

Una sola, contundente, sonora y definitiva proclama debieran escuchar: “¡vuelvan a casa! Aquí hemos emprendido –les debieran decir– un programa de inversiones para que haya trabajo para todos, un plan muy bien pensado y fundamentado para que todos los mexicanos en edad de trabajar tengan un empleo con salario digno, ¡vuelvan a casa!” ¿Alguien ha escuchado que los sesudos economistas y los sensibles políticos de la Cuarta Transformación estén preparando algo semejante y digan que empezará a reportar resultados, aunque sea hasta dentro de cinco o seis años? Nada de eso. Sólo demagogia que no se come y nada cambia. Datos muy confiables al respecto no dejan lugar para el optimismo. “La ocupación laboral en México, tanto formal como informal, cayó en diciembre de 2024 afectada por la destrucción de empleo en los tres principales sectores económicos para acumular todo el año pasado la creación de empleo más baja en una década, de acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía. (La Jornada, 29 de enero de 2025). Así de que a pagar el cinco por ciento de impuestos por cada dólar que se atrevan a enviar y a seguir cargando la cruz. A menos que los trabajadores en el país se decidan a organizarse y a luchar por una patria más justa que no explote ni expulse a sus hijos. Se puede. Seguro que se puede. 


Escrito por Omar Carreón Abud

Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".


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