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Para empezar, las olimpiadas son un negocio colosal. Hace siete años, varias ciudades de países capitalistas presentaron sus candidaturas al Comité Olímpico Internacional (COI) para ser la sede de las competencias en este año de 2024, pero luego las retiraron, sólo París y Los Ángeles las mantuvieron y, ante la posibilidad muy real de que en el futuro hubiera muy pocos solicitantes o no los hubiera, el poderoso COI decidió otorgar dos sedes de una sola vez y, en 2028, tocará a Los Ángeles. La explicación es muy fácil de comprender, se necesita que la ciudad, o sea, los contribuyentes de la ciudad, paguen las nuevas instalaciones que son muchas y muy caras para que un grupo de empresas designadas por el comité organizador hagan negocio y obtengan fabulosas ganancias. Ya ni siquiera se pueden ver las competencias en televisión abierta, sólo en la de paga o en plataformas que requieren de dispositivos electrónicos y pago de Internet.
Las ciudades que retiraron sus candidaturas, Boston, Hamburgo, Roma y Budapest, saben que el horno no está para bollos. El fantasma de la crisis recorre el mundo capitalista. Los países de la Unión Europea aprietan a sus pueblos y hasta a sus empresarios para agradar al imperialismo norteamericano con sus ambiciones en Ucrania y sus economías, no sólo no crecen, sino que hasta se están encogiendo. Varios de ellos, Alemania, por ejemplo, donde se encuentra Hamburgo, y Hungría, cuya capital es Budapest, ya no compran a Rusia el petróleo y el gas necesarios para sus industrias y para sus pueblos, pues tienen que acatar las sanciones que le ha impuesto Estados Unidos a ese proveedor cercano y barato y adquirir a mayor precio el que Estados Unidos les vende. Sus pueblos están empobrecidos, muy inconformes e inquietos.
En los días previos a la inauguración de las Olimpiadas en París, ciudad que sí tomó el compromiso de ser la sede de las competencias, se vivieron sucesos elocuentes. Hubo varias amenazas de estallar huelgas por parte de los trabajadores descontentos con la llegada de una gran cantidad de visitantes y, en consecuencia, con el aumento súbito de su carga de trabajo. Los empleados del elegante Hotel du Collectionneur, en el que se alojarían precisamente los potentados del COI, por ejemplo, iniciaron una huelga, afirmando con razón que no les habían aumentado el sueldo desde hacía siete años. Se sabe también que la inconformidad estalló entre empleados del sector de la medicina y los sindicatos de la policía. Todo esto, como ejemplo, solamente de los que tienen un empleo y un ingreso seguro.
Pero hubo más. Como parte de los preparativos indispensables y urgentes para el evento, las autoridades francesas “limpiaron” de personas sin hogar las zonas adyacentes a la ruta que recorrería el desfile inaugural y, por lo menos, 500 familias de los sin techo, fueron removidas en sólo tres días de los lugares en los que vivían en varias áreas de París. Porque en París, la orgullosa Ciudad Luz y sede del reaccionario y arrogante gobierno de Emmanuel Macron que tiene amenazada a Rusia (y, desde luego, a su propio pueblo) con enviar soldados franceses a combatir en Ucrania, hay campamentos de miles de personas sin hogar en el centro histórico, como en Los Ángeles, Seattle y otras ciudades de países capitalistas que se la pasan dando lecciones de progreso y bienestar al mundo entero.
Para impulsar la obtención de ganancias en Francia y en el mundo entero, los organizadores del evento olímpico se alcanzaron la puntada de organizar una ceremonia inaugural que llamara poderosamente la atención y no encontraron más recurso que hacer escarnio de algunos de los más antiguos valores religiosos de Europa y del mundo. Recrearon el cuadro de La última cena, de Leonardo da Vinci, la conocida representación de Jesucristo y sus apóstoles, que fue presentado como una bacanal en la que participaban drag queens, homosexuales y transexuales. No se trata aquí de aprobar o reprobar ninguna manifestación de la sexualidad humana, sólo de hacer notar que a los señores del dinero no les importó arrastrar por el suelo las creencias religiosas de millones de seres humanos para incrementar sus ganancias. Así es el capital.
Mucha apertura e inclusión para las personas que presentan diferencias sexuales, pero veto cerrado a los atletas de Rusia y Bielorrusia. A los de Rusia porque su país se defiende de la agresión y amenaza abierta que se cierne sobre ellos por parte de Estados Unidos por lo menos desde 2014, año en que financió un golpe de Estado en Ucrania, golpe que pretendía acercar su dominación a Rusia para tener buena plataforma de lanzamiento para una invasión posterior. Y a los de Bielorrusia por apoyar a su vecino que se defiende. Nada contra Estados Unidos, que ha invadido a otros países en 400 ocasiones desde su independencia en 1776, incluido México, al que arrebató más de la mitad de su territorio. Así es la justicia que promueve y defiende el capital.
El olimpismo pregona la práctica universal del deporte. Pero, ¿cuánto cuestan las instalaciones necesarias para hacer deporte? ¿Cuánto un buen campo de futbol que no es de lo más caro? ¿Cuánto una alberca olímpica? ¿Cuánto una pista de atletismo de tartán? ¿un velódromo? Y ¿para qué seguir? Las instalaciones indispensables para que el pueblo haga deporte son costosas y, además, no pensemos en una sola de éstas en las capitales o en las grandes ciudades, hagamos conciencia de que la verdadera práctica universal del deporte requeriría llevar las instalaciones necesarias a todo el territorio nacional, cerca o muy cerca, en nuestro caso, de donde viven los mexicanos. Es más, ¿cuánto están invirtiendo el Gobierno Federal y los gobiernos estatales en infraestructura deportiva al alcance de pueblo de México? Si digo que nada, le fallo por muy poco. El deporte, pues, no es una actividad universal y cotidiana de los seres humanos ni de los mexicanos, es un espectáculo que se usa para obtener fabulosas ganancias.
¿Y qué decir en cuanto a las condiciones personales para practicar deporte? Muy difícil tenerlas. Se necesita salud, muy buena salud en donde 53 millones de mexicanos están sin servicios de este tipo; se necesita buena alimentación, carne, huevo, leche y, ya se sabe, la inmensa mayoría de los mexicanos no los consume ni en día de fiesta, se encuentra varado en frijoles y tortillas o papas; se necesita también tiempo para hacer deporte, pero una buena parte de nuestra clase trabajadora no sólo labora las ocho horas de su jornada sino que, en las ciudades más pobladas, el traslado a su centro de trabajo le consume, hacinado y de pie, hasta otras ocho horas de su tiempo (que, por supuesto, no se le paga) y, para no alargar la enumeración, se necesita equipo, no sólo unos tenis, ¿cuánto vale una bicicleta o un arco con sus flechas y su diana? ¿se consiguen en el tianguis que se pone los sábados en la colonia?
En conclusión, no estamos ante un maravilloso logro de la humanidad, eso ya se verá cuando los miles de millones de seres humanos dejen de morirse de hambre y enfermedades curables, ahora estamos ante el fabuloso negocio de unos cuantos que se llenan sus bolsillos explotando el apego, el amor que desde siempre le ha tenido el ser humano al esfuerzo físico y a la comparación de sus habilidades y resultados. Todos los deportistas y los que admiran a los deportistas, deben estar conscientes de que el deporte es todavía un pendiente para el hombre. Está secuestrado por mercaderes y explotadores, urge liberarlo y ponerlo, como todas las creaciones del trabajo y el ingenio humanos, al servicio de todos y no de unos cuantos. Por lo pronto, las olimpiadas de París, su arrasadora propaganda y sus inmensas ganancias, son una bofetada en el rostro del pueblo.
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Escrito por Omar Carreón Abud
Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".