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Nación pequeña, nación grande
Smith escribió el libro La riqueza de las naciones, donde afirma que la especialización del trabajo resulta determinante para aprovechar mejor los recursos disponibles, abaratar los productos y competir con mayor eficacia en el mercado.
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Los primeros teóricos del capitalismo, entre ellos Adam Smith y David Ricardo, formularon estas preguntas: ¿Por qué comercian las naciones? ¿Por qué hay países más prósperos que otros? Smith escribió el libro La riqueza de las naciones, donde afirma que la especialización del trabajo resulta determinante para aprovechar mejor los recursos disponibles, abaratar los productos y competir con mayor eficacia en el mercado. O sea, que no surgió ahora, sino hace más de dos siglos y medio, que hay recomendaciones claras para que los productores de mercancías obtengan más ganancias en el libre comercio, tanto de su mercado interno como en el externo. Lo que Adam Smith no advirtió entonces es que las relaciones comerciales han sido desiguales entre los países: que los más desarrollados aprovecharon muy bien su mayor desarrollo especializado (tecnológico), que se convirtieron en potencias económicas y que invadieron y colonizaron las naciones más débiles para explotar su mano de obra y su mercado interno.

Las dos grandes Guerras Mundiales (1914-1918 y 1939-1945) sirvieron a los burgueses de las naciones beligerantes para extender sus “manos invisibles” e inundar al resto de mundo, en unos casos con mecanismos regulatorios de persuasión y en otros mediante el uso de “sangre y fuego” por las leyes del libre mercado. De este juego desigual, los países que fueron colonias resultaron subdesarrollados; proveedores de materias primas de las naciones manufactureras y condenados a depender de éstas; porque sus productos muestran valor agregado bajo; y los que compran son manufacturados y sus precios son altísimos. El apetito voraz de los capitalistas está obligando a muchas personas a cruzar mares y desiertos para ofrecer su mano de obra barata a los capitalistas internacionales.

Éste ha sido exactamente el caso de México: la firma del Tratado de Libre Comercio con las naciones del norte sólo es una manera “fina” de aludir a lo recurrente en el mercado, pues México vende jitomates, aguacates y petróleo crudo y compra productos procesados y combustibles. Y aunque de repente se difunde que México vende también productos de alto valor agregado a Estados Unidos, como los automóviles, eso no es cierto, porque las empresas extranjeras únicamente los ensamblan aquí para aprovecharse de la mano de obra barata; y los recursos naturales se han malbaratado también, además de que las leyes nacionales les ponen todo en “bandeja de plata”. Es decir, los grandes capitalistas ofrecen productos “competitivos” gracias a la sobreexplotación de la mano de obra local y al saqueo de los recursos. Y esto es sabido por Donald Trump quien, consciente de que ya pasaron los buenos tiempos de su nación, está recurriendo a las bravuconadas para imponer condiciones y aranceles que fortalezcan el mercado interno de ésta.

Ante esta situación, ¿qué puede hacer una nación pequeña? No hay otra opción más que la producción, fortalecer el aparato productivo, poner a trabajar a quienes estén en edad de hacerlo, modernizar la tecnología y mejorar las condiciones de trabajo y los salarios dignos. Es decir, hay que dinamizar a la nación, porque si no crece le ocurrirá lo que a los peces chicos: que una nación más grande siga comiéndosela, como le ha sucedido en los dos siglos pasados.


Escrito por Capitán Nemo

COLUMNISTA


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