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Estamos a pocos meses de concluir la administración de la “Cuarta Transformación” (4T), por lo que parece pertinente preguntarnos cuáles han sido sus resultados.
El ocho de mayo se realizó la tercera sesión del seminario de desigualdades socioeconómicas de El Colegio de México. En esta ocasión, el tema fue la educación. La sesión duró cuatro horas y media y estuvo integrada por ocho ponencias de investigadores especializados, quienes abarcaron todos los niveles del sistema educativo, desde la educación inicial hasta el nivel superior y, en todos los casos, buscaron hacer un balance objetivo del estado actual de la educación en México.
En general hubo consenso en que el desempeño de la 4T en educación fue negativo. Este diagnóstico incluye muchos matices que es imposible resumir aquí. Sin embargo, en líneas generales, el panorama fue el siguiente.
Primero, hay que tener claro que lo que había antes de la 4T no era idílico y ni siquiera óptimo, pues desde hace décadas enfrentamos problemas importantes de calidad en educación básica y media superior, aún no alcanzamos la universalidad en secundaria y seguimos con coberturas bajas en media superior y superior. Además, el acceso a educación inicial oscila entre el 6.2 y el 3.4 por ciento, de acuerdo con datos de la Comisión Nacional para la Mejora Continua de la Educación (Mejoredu) y la Secretaría de Educación Pública (SEP), ubicándonos por debajo de países como Colombia o Argentina.
Junto a estos problemas, apremia la desigualdad, pues por lo general quienes no acceden al sistema educativo, asisten a escuelas con más carencias, interrumpen antes sus estudios o presentan menores aprovechamientos, son los niños, niñas y jóvenes más pobres.
Todos éstos son problemas que arrastramos de tiempo atrás y muchos pensaron que la 4T comenzaría a solucionarlos. Pero la política educativa de este sexenio ha tenido mucho de improvisación, aunque también haya seguido algunas orientaciones claras.
En primer lugar, se debilitaron las instituciones del sistema educativo, unas veces recortando programas como los de infraestructura y capacitación docente, y otras veces desapareciendo programas como escuelas de tiempo completo, estancias infantiles o el Instituto Nacional de Evaluación de la Educación.
En segundo lugar, se han reorientado ingentes recursos a programas de transferencias, sin importar mucho su operatividad, impacto o limitaciones como política educativa. Las becas, aunque pueden ayudar a retener a algunos estudiantes, no son capaces de atender la mayoría de los problemas educativos.
En tercer lugar, han primado actitudes de voluntarismo político y desdén por el conocimiento técnico, lo que afectó el plan curricular de la Nueva Escuela Mexicana, los nuevos libros de texto y las Universidades para el Bienestar, provocando que éstas y otras iniciativas fueran poco útiles o de resultados muy escuetos.
Salvo avances inerciales en cobertura, el balance de la educación en México es negativo. También es más o menos clara la ruta que podríamos seguir para superar estas dificultades. Por supuesto, no existen recetas mágicas. Sin embargo, una buena forma de comenzar sería con un aumento al gasto educativo, que lleva años estancado, lo que presupone una ya impostergable reforma fiscal progresiva.
Con este recurso podría ampliarse la cobertura y, sobre todo, potenciarse la calidad educativa, mejorando las condiciones laborales y de formación docente, así como brindando mejor infraestructura, equipamiento y servicios escolares que contribuyan a solventar las carencias socioeconómicas de muchos estudiantes.
Asimismo, necesitamos priorizar la educación inicial, preescolar y primaria para atenuar las desigualdades educativas de origen. La dignificación laboral del trabajo docente es una pieza clave, así como el fortalecimiento institucional y la recuperación de instrumentos de evaluación.
Finalmente, necesitamos revalorar la relación entre educación y economía, considerando que a través del crecimiento del empleo formal bien remunerado es posible mejorar no solamente las condiciones de educabilidad de los niños, niñas y jóvenes, sino también sus condiciones de inserción laboral al salir del sistema educativo.
Es verdad que los diagnósticos siempre tienen algo de incompleto, pero es igualmente cierto que siempre son necesarios. El conocimiento nos permite ver dónde estamos parados y nos ayuda a visualizar con mayor claridad a dónde podemos y queremos ir, cómo podemos llegar ahí y qué medidas debemos exigir para lograrlo.
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Escrito por Pablo Bernardo Hernández
Licenciado en psicología por la UNAM. Maestro y doctor en ciencia social con especialidad en Sociología por el Colegio de México.