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El secuestro de la democracia
El pueblo mexicano ha dado pruebas de que es capaz de colocarse a la cabeza cuando la situación así lo exige.


En estos momentos vivimos las consecuencias del secuestro de la democracia por los partidos. Las tres opciones son en realidad variaciones de un mismo proyecto de nación, el de los poderosos. No solamente los partidos se han asumido como dueños absolutos de la democracia, sino que la ciudadanía misma ha dejado de pensar en alternativas a los mismos.

La vida “democrática” en México no llegó por iluminación de la clase política gobernante, sino por el empuje de las masas. No se trata sólo de la llamada transición democrática que supuestamente culminó con la pérdida del dominio absoluto del PRI, sino del proceso revolucionario de 1910. Ciertamente, fue Francisco I. Madero quien abanderó el “sufragio efectivo, no reelección”, pero el contenido de dicha consigna meramente política se impuso gracias al apoyo de los campesinos y trabajadores, pues éstos buscaban, además, la democracia económica. Incluso en momentos en los que el maderismo y las vertientes que de él derivaron mostraron sus límites, fueron los grupos populares del sur y del norte los que avanzaron aún más. De hecho, fue la traición por parte de la clase terrateniente la que interrumpió lo que pudo desembocar en un proceso de democratización más radical.

Después de finalizado el proceso revolucionario de 1910-1917, la sucesión presidencial se convirtió en un problema para la estabilidad del país; ni Carranza ni Obregón estabilizaron la política interna. La lucha por el poder prácticamente se decidía por la fuerza, no sólo a nivel federal, sino estatal y local. La solución a esta problemática vino de la fórmula de “la revolución hecha partido” que Plutarco Elías Calles materializó en el Partido Nacional Revolucionario (PNR) y que, como bien dice uno de los analistas políticos más importantes, Arnaldo Córdova, lo que dominó en la creación del PNR no fueron los intereses sociales, sino la necesidad de disciplinar a los diferentes grupos pertenecientes a la familia revolucionaria.

La consecuencia última de dicho proyecto no fue sólo el sometimiento de los grupos revolucionarios, sino que las masas mismas se sometieron al Partido, ya que éste se erigió como el único sujeto de derechos políticos y la vía electoral como el camino para la disputa política. Pero a las masas no se les consultó sobre cómo se crearía este instrumento.

El partido y la consolidación del sistema corporativo fueron las formas en las que la familia revolucionaria se hizo del monopolio del poder. El cambio a PRM y PRI, así como la aparición de Acción Nacional, PRD y Morena, no son sino cambios que le han permitido a la casta gobernante mantenerse en el poder, mientras aparentan impulsar la democratización.

Más de cien años en los que se ha excluido a las masas de la toma de decisiones es lo que nos ha arrastrado a una situación en la que toca elegir dentro de la misma clase a quien vaya a llevar el rumbo del país. Por eso, si se busca implantar un gobierno plenamente democrático, es necesario que se rompa con la ilusión de que sólo a través de los partidos es posible hacerlo. Esto se observa todavía más con los retrocesos impulsados por la 4T desde arriba, planteando ideas relativas a que sólo se puede hacer democracia si se hace desde las filas de dicho movimiento.

Sin embargo, el pueblo mexicano ha dado pruebas de que es capaz de colocarse a la cabeza cuando la situación así lo exige, tarde o temprano se verá en esa necesidad. La pregunta es si estarán dispuestos a llevar hasta sus ultimas consecuencias la lucha por la democratización, y más importante aún, si existirá la vanguardia que los guíe por el camino correcto de la historia. 


Escrito por Diego Martínez

Sociólogo por la UNAM.


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