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La opinión pública nacional se entera sorprendida de que el periódico The New York Times da a conocer que en Estados Unidos hay investigaciones acerca de un presunto financiamiento del narcotráfico a dos campañas electorales del presidente Andrés Manuel López Obrador, una de ellas, cuando ganó la primera magistratura del país. Al respecto, el pasado 22 de febrero, el propio Presidente, dio a conocer en su conferencia mañanera, el contenido de una carta que le envió la oficina en México del citado diario en la que le hacía unas preguntas relacionadas con señalamientos de testigos protegidos por la justicia y fuentes federales de Estados Unidos.
Quienes por su experiencia saben un poco de cierta técnica periodística para hacerse de una “nota” impactante para atacar y desprestigiar a una organización o persona, saben que sólo se necesita incorporar la acusación en la formulación de la interrogante para coger al entrevistado y sacar raja. Algo así como una imaginada entrevista a Martín Garatuza. “Señor Garatuza: se dice que usted mató al presidente John F. Kennedy, ¿qué opina usted de esta acusación?”. Luego, aparece la cabeza de la nota que se genera: “Garatuza niega que él haya matado al presidente Kennedy”. Listo, el daño esta hecho, los desprevenidos usuarios de los poderosos medios de comunicación, sin importar la diferencia abismal de tiempo y lugar de los personajes, habrán ligado el nombre del presunto asesino con el de la presunta víctima y cualquier aclaración posterior sólo aumentará la certeza de la culpabilidad. Los antorchistas conocemos bien el método, lo hemos sufrido.
Así de que desconfiar y cuidarse de un interrogatorio periodístico en el que se incluyen preguntas que tratan de hechos que el entrevistado, con razón o sin ella, rechaza, me parece muy justificado. Y no se trata aquí de reconocer un derecho presidencial ni de defender a López Obrador de nada, se trata de reconocer el derecho elemental de cualquier individuo o colectivo a defender su buen nombre. Ahora bien, en atención al riesgo de acrecentar el alcance y la dimensión de lo que consideraba una calumnia, el Presidente debió haber sopesado con cuidado su intervención, pero, impulsivo al fin, decidió responder de bote pronto y el escándalo se hizo más grande.
El contraataque del Presidente en forma de una respuesta a una periodista de Fox News, fue tan espontáneo que incluyó afirmaciones fulminantes que lo retratan de cuerpo entero y actualizan el peligro en el que se halla la escasa vida republicana y democrática de nuestro país. Consigno la versión textual de esa parte de la respuesta que publicó el 23 de febrero el diario Reforma: “El Presidente Andrés Manuel López Obrador dijo que por encima de una ley está su autoridad moral, tras ser cuestionado por la posible violación de datos personales de una periodista del NYT de quien exhibió el número telefónico en conferencia mañanera”. ¿Por encima de la ley está la autoridad moral del Presidente? De no creerse. Esta declaración pública del propio Presidente de la República debe preocupar hondamente a todos los mexicanos, especialmente a las clases trabajadoras que son, sin duda alguna, los ciudadanos más débiles y vulnerables.
¿Los criterios personales de lo que es bueno y lo que es malo, es decir, las normas morales, como normas de gobierno? A mí me convence lo que escribieron Marx y Engels en La ideología alemana: “Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante. La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual, lo que hace que se le sometan, al propio tiempo, por término medio, las ideas de quienes carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente”.
¿Con ideas de la clase dominante va a gobernar a los mexicanos Andrés Manuel López Obrador? ¿Por encima de una ley está su autoridad moral? Y si no va a gobernar con la moral de esa clase, ¿entonces con cuál? La moral es producto del desarrollo social, no contiene nada invariable, en la remota comunidad primitiva no había ninguna moral que no fuera el comportamiento espontáneo de los seres humanos; en el esclavismo ya existió y era la moral de los esclavistas; luego, la de los feudales y, en la época que nos ha tocado vivir, es la de los capitalistas de Occidente que fingen no ver que el gobierno de Israel asesina a 30 mil palestinos en Gaza y hasta las normas morales universalmente válidas como “no matarás” se hacen añicos ante los poderosos intereses de clase.
En la Cartilla moral que escribió Don Alfonso Reyes hace 80 años y que Andrés Manuel López Obrador no se ha cansado de ponernos de modelo de vida a todos los mexicanos, se dice: “La familia estable humana rebasa los límites mínimos del apetito amoroso y la cría de los hijos. Ello tiene consecuencias morales en el carácter del hombre, y reconoce una razón natural: entre todas las criaturas vivas comparables al hombre, llamadas animales superiores, el hombre es el que tarda más en desarrollarse y en valerse por sí mismo, para disponer de sus manos, andar, comer, hablar, etcétera. Por eso necesita más tiempo el auxilio de sus progenitores. Y éstos acaban por acostumbrarse a esta existencia en común que se llama hogar”. Entonces, ¿por qué –me permito preguntar– por qué, muchos millones de mexicanos no se apegan a esta bonita recomendación y están hundidos en hogares en conflicto permanente o viven con sólo la madre o con sólo el padre o están sólo los pequeños cuidándose unos a otros? Simple y sencillamente porque se trata de una recomendación de clase que no incluye de ninguna manera a los proletarios con salarios de hambre que tienen que marcharse temprano del hogar y regresar muy noche o que tienen que emigrar para siempre al extranjero para proveer de lo mínimo a sus hijos. La realidad los arrasa. La moral de Don Alfonso Reyes no considera la destrucción de la familia proletaria por el capital.
Así de que la llamada moral universal, no es más que la moral de la clase explotadora y sus aliados. La ley también es la voluntad de la clase dominante, pero, como se sabe, regularmente se elabora con participación social y no sale solamente del ronco pecho de un individuo. Por tanto, colocar la moral de una persona como norma obligatoria de todos los mexicanos, por encima, incluso, de la ley, ¿no es el huevo de la serpiente de la dictadura? Pero, para mayor claridad acerca de los riesgos que nos amenazan, afortunadamente podemos apoyarnos en grandes mexicanos, uno de ellos, que hasta aparece entre los cinco grandes próceres del distintivo de la Cuarta Transformación, apoyarnos, digo, en José María Morelos y Pavón.
Como hijo del pueblo, inteligentísimo y comprometido a muerte con la lucha liberadora de los oprimidos de su época, Morelos contribuyó poderosamente a la redacción y divulgación del Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana, conocido también como Constitución de Apatzingán y publicado el 22 de octubre de 1814. En ese documento, en el Artículo 11o, se escribió: “Tres son las atribuciones de la soberanía: la facultad de dictar leyes, la facultad de hacerlas ejecutar y la facultad de aplicarlas a los casos particulares” y, por si quedara alguna duda de sus implicaciones, se remató la idea de manera contundente en el Artículo 12o, diciendo: “Estos tres poderes: Legislativo, Ejecutivo y Judicial, no deben ejercerse ni por una sola persona, ni por una sola corporación”.
El José María Morelos y Pavón de la Constitución de Apatzingán ya no era solamente independentista, era republicano. No luchaba ya por separar a la América mexicana de España, sino para librarla para siempre del yugo personal de un autócrata. Pero no es todo. En documento fechado cuatro meses antes de Apatzingán, el 1º de junio de 1814 y firmado en el Palacio Nacional de Huetamo por Don José María Liceaga, claro, bajo la influencia de Morelos, se adelantó que “… la división de los tres poderes se sancionará en aquél augusto código; (y) el influjo exclusivo de uno, en todos o algunos de los ramos de la administración pública, se proscribirá como principio de la tiranía”. Atención: el “influjo exclusivo de uno” de los tres poderes, se proscribirá “como principio de la tiranía”, advirtieron visionariamente los liberales con José María Morelos a la cabeza. Hoy debemos tenerlos muy en cuenta, más cuando “el influjo exclusivo de uno” de los poderes, es la persona del Ejecutivo, apoyado ominosamente en su real o supuesta “autoridad moral”. Mucho cuidado, mexicanos; mucho más cuidado, trabajadores humildes.
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Escrito por Omar Carreón Abud
Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".