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¿A qué se reduce la política de Andrés Manuel López Obrador para afirmar que cumple con su reiterada promesa de gobernar primero para los pobres? Se reduce a entregar algún dinero en efectivo a cierto número de mexicanos y punto. Estas ayudas no acaban ni acabarán nunca con la pobreza, son tan viejas como el régimen romano de unos 200 años antes de Cristo en el que se repartían granos para el alimento de los ciudadanos –que no de los esclavos, que eran medios de producción parlantes y, sobre todo, que no votaban–, que de tiempo en tiempo ejercían su derecho a elegir a sus autoridades. En ningún país del mundo estas ayudas han acabado con la pobreza y, en nuestro país, tampoco lo harán a pesar de llevar ya muchos años de entregarse. Esas ayudas son un mecanismo de contención de la inconformidad social, son demagogia pura y son extorsiones electorales.
Con base en la intensa y costosa propaganda con la que se acompañan estas ayudas en efectivo, se sustenta la difusión de la idea de que este régimen sí gobierna para los pobres y que ya ha acabado con la corrupción. A este respecto, como a muchos otros, las generaciones futuras repetirán, en calidad de divertidos chascarrillos populares, ciertas expresiones del Presidente de la República, como la que soltó el 14 de junio del año pasado en su mañanera: “la gente está muy contenta, feliz, feliz, feliz”.
Muy contenta y tres veces feliz. Ni en China, que apenas considera haber alcanzado una sociedad “modestamente acomodada” después de haber duplicado desde 2010 el Producto Interno Bruto y el Ingreso promedio per cápita de toda la población y no haber tenido ni una sola deserción de las escuelas en toda la pandemia. Así de que, si a algún periodista impertinente se le ocurriera preguntar a alguien que cuándo espera salir de la pobreza y entrar a la clase media, seguramente se encontraría o con un pleito o mínimamente con una grosería.
En efecto, al mismo tiempo que se reciben las ayudas –que se entregan amontonadas en épocas de elecciones para aumentar su impacto sobre el ánimo de la gente–, la clase trabajadora, la que crea la riqueza o contribuye a hacerla llegar al consumidor y, por tanto, a hacer realidad la ganancia, sufre a diario el impacto de la cruda realidad, ésa a la que los discursos y frases mentirosos, no pueden modificar.
Empecemos con los aumentos de precios de lo que necesita y compra la clase trabajadora para sobrevivir, aumentos de precios que, correlativamente, son reducción paulatina y sostenida de sus ingresos (incluidas las ayudas de los que las reciben). Veamos. “La inflación continuó su carrera ascendente durante la primera mitad de este mes, superando las expectativas de los especialistas, impulsada principalmente por los aumentos en los precios de alimentos, revelan los datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi)… La inflación general anual se ubicó en 8.62%, manteniéndose como la tasa más elevada desde la segunda quincena de diciembre del año 2000, cuando llegó al 8.87%”, informa el diario El Universal del 24 de agosto.
Un aumento de los precios de 8.62 por ciento representa ya, sin duda alguna, un impacto significativo en la capacidad de compra de la gente pobre. No obstante, hay evidencias irrefutables de que existen otros satisfactores indispensables que aumentan todavía más de precio y que no están contemplados en el cálculo citado. “Los precios de los alimentos reportaron un incremento anual de 13.77% en la primera quincena de agosto, su segunda alza más fuerte desde la segunda quincena de agosto de 1999, cuando se reportó un incremento de 14.53%, de acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi)”, El Universal del 24 de agosto. El daño, pues, al gasto popular, es todavía más significativo.
Muchos aumentos son, en efecto, mucho más altos: la cebolla registra un incremento anual de 92.64 por ciento; la papa y otros tubérculos, 69.56 por ciento; la naranja, 45.76 por ciento; la sandía, 36.67 por ciento; el limón, 28.07 por ciento y, el melón, 25.14 por ciento. Los precios de varios productos pecuarios no son menos impactantes: el huevo tuvo un aumento anual de 32.33 por ciento; el pescado, 14.51 por ciento; la carne de res, 13.63 por ciento y el pollo, 11.72 por ciento.
¿Y qué pasa con el empleo de la clase trabajadora? “Por cada empleo formal que se creó en el segundo trimestre del año, otras tres plazas se abrieron en la economía informal. De esta manera, la tasa de informalidad laboral subió a 55.7 por ciento de la población ocupada… De acuerdo con la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), entre abril y junio de este año se crearon 1.3 millones de trabajos, el 77 por ciento de éstos fue en el mercado informal. De esta manera, la población que labora sin contrato, prestaciones y acceso a seguridad social sumó 32 millones de personas, la cifra trimestral más alta de la que se tiene registro”, El Economista, 19 de agosto.
Hay más. “El hecho de que más de la mitad de la población ocupada trabaje de manera informal, sin prestaciones y con muy bajos salarios, es uno de los principales obstáculos para reducir la pobreza laboral en México, afirmó José Nabor Cruz, secretario ejecutivo del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval). ‘Mientras los empleados formales ganan en promedio nueve mil 311 pesos al mes, los informales ingresan cuatro mil 544 pesos, menos de la mitad. Ésa es la mayor obstrucción para que haya una mayor reducción de la pobreza laboral derivada de los incrementos del salario mínimo’”. El Universal, 23 de agosto.
En estas condiciones de precariedad, ¿puede decirse, sin que se trate de una auténtica burla, que la población trabajadora está muy contenta, feliz, feliz, feliz? “El porcentaje de población en el país cuyo ingreso por trabajo es insuficiente para adquirir la canasta alimentaria básica (pobreza laboral) fue de 38.3 por ciento en el segundo trimestre de 2022… lo anterior significa que hay 49.2 millones de personas en México que viven en esa situación, es decir, 3.1 millones más que los existentes antes de la pandemia, destacaron analistas de México”. El Universal, 19 de agosto.
¿Y qué remedio propone el presidente Andrés Manuel López Obrador, además de sus tarjetitas? También parece otra burla sangrienta: “El Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, pidió este martes durante una reunión en la Casa Blanca con su homólogo estadounidense, Joe Biden, que Estados Unidos amplíe los programas de visados de trabajo temporales para migrantes mexicanos y centroamericanos en ese país. En un discurso inusualmente largo para este tipo de encuentros, el mandatario mexicano recordó a Biden que durante la década de 1930 el entonces presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt (1933-1945) instauró un programa por el que se contrataron a miles de agricultores mexicanos. ‘Algo parecido a este programa es lo que proponemos ahora’, dijo López Obrador”, Forbes, 12 de julio. Bien entendida, esta propuesta no es otra cosa que expulsar a los mexicanos de su país y mandarlos a engrosar la riqueza de patrones extranjeros en otro país.
En esta pequeña indagación de lo que se está diciendo en los medios acerca de los pobres de México, no podía faltar su entrega de por vida al trabajo. “México es el país de la OCDE en donde se dedican más horas al trabajo. Datos de 2019 muestran que los mexicanos, en promedio, trabajan 2 mil 137 horas al año; mientras que los países de la OCDE tienen un promedio de mil 730 horas. Es decir, que en México se trabaja 23 por ciento más horas”. El Financiero, 20 de agosto de 2022.
Conclusión obligada: No más un régimen mentiroso y demagógico, dedicado a engañar a la clase trabajadora para engrosar las fortunas de potentados mexicanos y extranjeros.
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Escrito por Omar Carreón Abud
Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".