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Filosofía y ciencia se gestaron históricamente rodeadas de la visión mítica del mundo. La astronomía tuvo sus primeros vislumbres en la astrología de los caldeos, y la Química surgió de la entraña de la alquimia y su mundo mágico. Predominó en los albores de la humanidad la explicación que atribuía a los fenómenos naturales voluntad propia, pasiones, para así explicarlos. Si había guerras, Ares las provocaba; si tormentas marítimas, la furia de Poseidón; si plagas, Apolo. La humanidad no disponía de otros medios; la ciencia como tal, con todas sus herramientas, no había nacido aún, y las fuerzas productivas eran incipientes; en tales condiciones, para interpretar quedaba el mito, y como solución práctica, la magia. Era la infancia de la humanidad, en angustiosa búsqueda por entender lo que le aquejaba y protegerse.
Con el tiempo avanzó la ciencia, el conocimiento riguroso del mundo en su automovimiento, determinado por leyes propias, descubriendo que todo tiene una causa objetiva; que la explicación de los hechos naturales y sociales está en la realidad misma, en las fuerzas que los determinan, y que la ciencia puede explicar y prever. Con esa herramienta fue posible dilucidar lo que al principio parecía insondable. Verdaderas estrellas del pensamiento aportaron explicaciones racionales y comprobadas; figuras cimeras fueron, en Grecia, Ferécides de Siros, Tales, Heráclito, Epicuro; en Roma, destacadamente, Lucrecio; en el Renacimiento, Copérnico, Galileo y Bruno, y los pensadores de la Ilustración (cuando la burguesía estaba en su etapa revolucionaria); en fin, la invaluable contribución de Darwin, Hegel, Marx, y una pléyade de científicos. Sin embargo, misticismo e irracionalismo subsisten porque, aunque derrotados en el terreno del saber, tienen profundas raíces sociales. Pero ya no es la inocente creencia en el mito, sino la mentira aviesa, útil para explotar a los demás y consolidar la sociedad dividida en clases, y que encuentra terreno fértil en la pobreza y apoyo en un sistema educativo que la preserva y difunde.
En México se induce el irracionalismo desde el poder. Se aclama a un mesías político como López Obrador (AMLO), que supuestamente redimirá a los pobres, y se olvida la verdad histórica de que son los propios pueblos los que con su acción organizada se liberan y hacen los grandes cambios; ahora, como en los antiguos mitos griegos, si hay progreso y felicidad, será por obra de AMLO. Ante la inminente epidemia, ignorando la razón y la experiencia mundial, por mucho tiempo el gobierno negó el peligro. Mientras personal médico protesta en las calles por falta de equipo, el Presidente insiste en que los hospitales tienen todo lo necesario. Es irracional decir que el mal puede evitarse con “detentes” o tréboles de cuatro hojas, o no mintiendo y no robando, o “blindándose con nanomoléculas”, o como dice el gobernador de Puebla, que el Covid-19 se cura con caldo de pollo y mole de guajolote, o que solo afecta a los ricos. Va contra la lógica y la experiencia científica mundial el negarse a realizar pruebas masivas de Covid-19, alegando que no hace falta; absurdo es sostener diariamente, contra toda evidencia, que la curva “se ha aplanado”, o que el doctor López-Gatell diga que el Presidente no puede contagiarse, pues posee autoridad moral. Ésta es la cultura de lo irracional, el imperio del absurdo. Pero no queda en simples humoradas, algunas mentiras o argucias retóricas. El irracionalismo es sumamente peligroso.
Explica Georg Lukacs en El asalto a la razón, que esta forma de pensar responde a una necesidad sistémica, y que en su fase moderna arrancó desde que en filosofía se empezó a renunciar a Hegel, a distorsionar su pensamiento y quitarle su potencial revolucionario, su lógica dialéctica, peligrosa para la aristocracia. Para extirpar las ideas y la influencia del gran pensador y promover el misticismo, en 1841 Federico Guillermo IV, rey de Prusia, otorgó a Schelling una cátedra en la Universidad de Berlín. Lukacs exhibe el devenir del irracionalismo desde sus formas larvarias hasta su brutal manifestación práctica en la Alemania nazi: “... los cambios cuantitativos que puedan y deban advertirse en la trayectoria que va desde Schelling hasta Hitler”. Dice: “Ello demuestra que allí donde levanta cabeza el irracionalismo, en filosofía, lleva implícita ya, por lo menos, la posibilidad de una ideología fascista, agresivamente reaccionaria”. Y explica: “Solamente entonces, a la luz del análisis concreto, podrá verse en todo su sentido cómo la demagogia y la tiranía fascistas fueron la culminación extrema de un largo proceso, al principio considerado como “inofensivo” (como un proceso puramente filosófico o, a lo sumo, ideológico): el proceso de destrucción de la razón” (p. 72). El irracionalismo se incubó en los primeros críticos de Hegel, que “matizaban” sus tesis, admitiendo algunas, y pasó luego al ataque frontal con Schelling, llegando a Schopenhauer, y después, más acendrado, a Nietszche y Spengler, antecedentes ideológicos inmediatos del nazismo. Así pasaría de las aulas a las calles, de la violencia verbal a la violencia física abierta.
Fiel a su método materialista, Lukacs muestra las circunstancias que propician la penetración social del irracionalismo: “... la explotación demagógica de la desesperada situación en que se ven sumidas las más extensas capas del pueblo alemán” (Ibíd.); y también: “... la desesperación como estado de ánimo colectivo y, en estrecha relación con ello, la credulidad, la esperanza en el milagro salvador” (p. 66).
En México existe esa desesperación social, por la pobreza, la corrupción y el abuso padecidos durante casi cuatro décadas de neoliberalismo contra el que la masa no encuentra remedio, circunstancia aprovechada por el irracionalismo y el fanatismo de la 4T, y su consiguiente clima de linchamiento mediático, político, moral, contra quien disienta y apele a la ley y la razón. Se incuba el huevo de la serpiente de una dictadura, y no es especulación teórica. En abierta violación de las garantías individuales (y por abusiva decisión presidencial), se conculca y criminaliza el derecho de organización y petición, debilitando así al pueblo y dando al Presidente poder omnímodo. Con la Ley de Extinción de Dominio, el gobierno puede incautar propiedades, venderlas sin juicio previo y encarcelar personas solo por mera “sospecha”. Impera una feroz intolerancia, mofa y desprecio a la crítica y al pensamiento libre. Se ha entronizado el abuso de poder, por ejemplo en Puebla, impidiendo, contra todo derecho, el registro como partido del Movimiento Antorchista Poblano, y ha cobrado carta de naturaleza la difamación, el ataque contra dirigentes con acusaciones falsas; se avasalla al poder legislativo, como en la discusión del PEF 2020, donde la instrucción era no cambiar “una sola coma” al proyecto del Presidente; en fin, se busca debilitar al INE y otras instituciones contrapeso del gobierno. En conclusión, el irracionalismo de Morena y AMLO está cobrando forma de dictadura, y es necesario advertirlo. El pueblo debe oponer a esa peligrosa tendencia su propia organización, guiada por el humanismo y el pensamiento racional.
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Escrito por Abel Pérez Zamorano
Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.