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Kovalévskaya y su tenacidad por convertirse en científica
Su tenacidad sirva de ejemplo para que las jovencitas mexicanas decidan estudiar matemáticas.
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La participación de las mujeres durante el desarrollo de las matemáticas ha sido muy escasa, comparada con la de los hombres, debido a que el sistema económico y político predominante en la época en la que a cada una le tocó vivir, les impidió ingresar a las universidades. En esta lista se encuentran la francesa Marie-Sophie Germain, la alemana de origen judío Emmy Noether y la rusa Sofía Vasilyevna Kovalévskaya, de quien escribiré detenidamente en esta ocasión.

En su libro El legado de Hipatia: historia de las mujeres en la ciencia desde la antigüedad hasta fines del siglo XIX (pág. 198–209), Margaret Alic describe las condiciones materiales y espirituales que influyeron sobre Sofía Vasilyevna para elegir ser matemática. Sucedió que sus padres tapizaron su habitación con hojas litografiadas de las conferencias que el eminente matemático ruso Mijaíl Vasílievich Ostrogradski dio sobre cálculo infinitesimal. Sofía se pasaba horas tratando de descifrar las fórmulas trazadas en esas hojas. Mucho más tarde, cuando tomó cursos de cálculo infinitesimal con Alexander Nikolaevich Strannoliuvski (1839–1903), se había familiarizado con las notas y las fórmulas de las matemáticas avanzadas, de acuerdo con su propio testimonio.

Las clases particulares que recibió del profesor Iósif Ignatievich Malevich, uno de los pedagogos más influyentes en la educación rusa, contribuyó a que aumentara su interés por las matemáticas. A la edad de 10 años dominaba la aritmética y resolvía problemas de razonamiento matemático. Pronto comenzó a estudiar Elementos del álgebra, escrito por el matemático francés Pierre Louis Marie Bourdon y diseñado para un curso de dos años en la Universidad de París. Al culminar sus estudios del álgebra, comenzó inmediatamente con la geometría, planimetría y estereometría.

Los conocimientos matemáticos acumulados indujeron sobremanera a Sofía a hacer estudios superiores; pero en la Rusia imperial del zar Alejandro II se prohibía a las mujeres el ingreso a las universidades, por lo que decidió probar suerte en el extranjero pensando que le iría mejor. Recorrió Viena sin éxito, luego Heidelberg, Alemania, donde también tuvo muchas dificultades para asistir a las clases de física y matemáticas impartidas por los eminentes científicos Leo Königsberger (1837–1921), Gustav Robert Kirchhoff (1824–1887) y Hermann von Helmholtz (1821–1894). Asistió clandestinamente a clases durante tres semestres y después fue a la Universidad de Berlín para recibir clases de análisis matemático del reconocido matemático Karl Theodor Wilhelm Weierstrass (1815–1897), pero no la dejaron. Gracias a la intervención de su anterior maestro Königsberger y a la buena impresión que en Weierstrass provocaron sus elegantes soluciones a los problemas matemáticos, éste aceptó darle clases gratuitamente, pero no en la universidad.

Las clases con Weierstrass, que duraron cuatro años, fueron las más productivas en la vida de Sofía. Con él comenzaron sus primeras aportaciones a la teoría potencial, física matemática y mecánica celeste, en particular sus resultados sobre el problema del equilibrio del anillo de Saturno y las reducciones de integrales abelianas de tercer orden a integrales elípticas.

Kovalévskaya no se conformó con la enseñanza de su maestro Weierstrass, sino que se  propuso resolver problemas que nadie más había resuelto en su tiempo. En 1888 ganó el Premio Borden de la Academia de Ciencias de París al resolver el primer problema acerca de la rotación de un cuerpo rígido alrededor de un punto fijo, el cual era tan complejo que matemáticos tan notables como Leonardo Euler habían fracasado. En 1889 resolvió un segundo problema del mismo tema, por el cual fue galardonada con el premio de la Academia Sueca de Ciencias; posteriormente fue incorporada al Departamento de Física y Matemáticas de la Academia Rusa de Ciencias.

Su autoridad académica le permitió convertirse en profesora de mecánica y matemáticas de la Universidad de Estocolmo en 1885. Sin embargo, no duró mucho en el puesto. Se enfermó de gripe y neumonía, muriendo en 1891, a los 41 años. Su tenacidad sirva de ejemplo para que las jovencitas mexicanas decidan estudiar matemáticas.


Escrito por Romeo Pérez

Doctor en Física y Matemáticas por la Facultad de Mecánica y Matemáticas de la Universidad Estatal de Lomonosov, de Moscú, Rusia.


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