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Nació con el nombre de Kim Yeongil el cuatro de febrero de 1941 en Mokpo, provincia de Jeolla del Sur, Corea del Sur. En 1963 publicó su primer poema, Historia nocturna, en una revista local; poco después entró a estudiar Estética en la Universidad Nacional de Seúl.
Fue disidente bajo el régimen de Park Chung Hee y tomó el sobrenombre de Chi-ha porque en coreano significa subterráneo. Denunció al régimen por conseguir falsos testimonios mediante la tortura, fue sentenciado a muerte, pero se le conmutó por cadena perpetua. Finalmente fue puesto en libertad gracias a diversas protestas populares. Pronto volvió a la denuncia activa del gobierno y sus métodos de tortura en el caso del Partido Revolucionario del Pueblo en 1974, nuevamente fue encarcelado y sentenciado a la pena de muerte.
De su primera recopilación de poemas La Tierra amarilla a su colección de poesía lírica Mirando el campo estrellado, mostró una gran variedad literaria: poemas, baladas, teatro y prosa. La mayoría de sus poemas presentan críticas satíricas de la sociedad surcoreana hasta los años ochenta, que tomó una línea más lírica de la relación del hombre con la naturaleza. Falleció el ocho de mayo de 2022 en Wonju, Corea del Sur.
Versión de Fernando Barbosa
Si vas a escribir poesía,
olvídate de la prudencia y pon lo que te salga.
Ha pasado mucho tiempo después de ser fustigado
en la cámara de torturas por mi irrefrenable pluma,
y estoy loco de nuevo por escribir lo que sea.
Mi cuerpo con vehemencia quiere ser golpeado, lengua y manos,
salvaje e incansablemente.
Y así arda con los azotes mi trasero,
tengo que escribir
esta “increíble” historia de bandidos.
Desde cuando fue fundada nuestra patria
al pie del monte Baekdu, el tercer día de octubre,
hace ya mucho, mucho tiempo.
Dicen que una época más pacífica y feliz
como la de hoy jamás había existido.
¡Miren ustedes! Mi ombligo vigila
y mi trasero escucha:
“nuestra nación occidental es la mejor,
goza de paz y felicidad perfecta.
¿Dónde podemos encontrar pobres o bandidos?
Los campesinos comen tanto que mueren cuando explotan sus barrigas
y la gente vive desnuda, cansada de vestirse de seda.
Aun cuando existan bandidos como Jaebong Ko,
pues hasta en los tiempos de Confucio las pandillas embestían.
Aunque la corrupción, el peculado y las extorsiones están por todas partes,
cuatro pícaros hicieron de las suyas en el reino de Yao y Shun.
Salvo dejar que se mueran, nada pueden hacer
los reyes virtuosos o los funcionarios sabios frente a sus perniciosos hábitos”.
Y así viven los cinco bandidos
en el centro de Seúl.
Sus mansiones en la parte alta de Dongbinggo-don
miran sobre el río Han.
Están construidas sobre una loma desvestida,
desnuda como una rabadilla de pollo desplumado.
Hacia el sur tienen
una vista espléndida del río,
en donde el estiércol flota sobre las pútridas aguas,
y hacia el norte alardean con magnificencia
en dirección a Seongbuk-dong y Suyu-dong.
Y en el medio una fila de casuchas abarrotadas,
tan pequeñas como las conchas del caracol ermitaño
y sucias como escupitajos.
Los cinco bandidos hicieron sus espléndidos castillos adornados
con grandes portales en Jangchung-dong y Yaksu-dong.
Allí donde la música de las kisang
jamás se detiene
y donde el rumor de las cocinas nunca cesa,
están los aposentos de los reconocidos “cinco bandidos”,
aquel plutócrata sonuvabitch[1], el aristócrata sonuvabitch,
el sonuvabitch tecnócrata, el sonuvabitch autócrata
y el sonuvabitch burócrata.
Sus engreídas cabezas son tan altas como el monte Nam
y sus cuellos tan vigorosos como el ombligo de Dongzhuo.
Al contrario del común de la gente
con cinco vísceras y seis tripas,
éstos tienen cinco vísceras y siete entrañas.
El séptimo órgano, tan grande como las criadillas de un toro,
es el sitial de sus hábitos malignos.
Aunque son discípulos del mismo maestro,
varían sus especialidades.
Dedicados a la práctica
día y noche,
se han convertido en expertos en sus campos.
Y naturalmente sus negocios prosperan
y como crecen sus ingresos, crecen sus capacidades.
Un día, para celebrar los diez años de su agrupación,
que había nacido con un solemne juramento de sangre,
se reunieron
y acordaron apostar cien toneladas de oro puro
para el que demostrara los mejores talentos.
Y le dieron como título a la jugada “Competencia de bandidaje”.
Es tiempo de suave primavera
con brisa y nubes ligeras sobre la cabeza.
Todos, por turnos, hicieron alarde de sus secretas destrezas,
esgrimiendo cada uno en sus manos su palo de golf.
El primero en competir es
el sonuvabitch llamado Plutócrata.
Todo lo que tiene está ornado en oro:
desfila con su traje dorado, su dorado sombrero,
sus zapatos de oro, guantes dorados, reloj de oro,
anillo de oro, brazalete de oro, botones de oro,
pisacorbatas de oro, mancornas de oro, hebilla de oro,
dientes de oro, uñas de oro, uñas de los pies de oro,
cremallera de oro y para el reloj cadenas de oro.
Se anuncia
con un ruido estrepitoso de sus propios gases
y meneando su flácido trasero y su enorme barriga
se bambolea.
Escuchen y miren sus destrezas:
soborna ministros
y compra viceministros
y los maneja tan fácil como manosea el cocinero la masa.
Sus platos preferidos son el dinero de los impuestos,
los préstamos extranjeros
y todos los privilegios preferenciales y concesiones,
y se los sorbe
como si fueran delicados manjares
sazonados a la perfección con vinagre, salsa de soya,
mostaza, ají,
acento, cebolla de verdeo y ajo.
Su diversión favorita, las concubinas
y engendrar hijos día y noche.
Y ofrece sus numerosas hijas
a quienes llevan la espada al cinto,
para acceder con gran facilidad a los mayores secretos.
No extraña entonces que los mejores negocios caigan en sus manos.
Sólo necesita cinco millones de dólares para robarse
algo que vale un billón.
Su método preferido para hacer dinero es
comprar tierra yerma a huevo
y venderla como oro
cuando se está desarrollando.
Su inalterable política consiste
en no pagarle en efectivo a sus empleados,
todo palabreado.
En suma, su talento para adaptarse a las circunstancias
sobrepasa el de Sunwukong,
como sus habilidades para besar traseros
que hasta a los chinos aduladores avergonzarían.
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Escrito por Redacción