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Según algunos, la historia constituye una ciencia objetiva, exacta y rigurosa que produce conocimientos asépticos y neutrales mucho más allá del conflicto de clases. A juicio de los intérpretes que suspiran por la inmaculada pulcritud del proceso orientado a conocer e interpretar el pasado, los historiadores deben alcanzar la imparcialidad y aspirar a la frialdad con las que cualquier médico forense examinaría un cuerpo muerto. Solo así, el conocimiento resultante podría reclamar la categoría de verdad objetiva incontrovertible y la disciplina histórica podría alcanzar el solio que hasta ahora solo ocupan las ciencias exactas y naturales.
En ese sentido, los historiadores partidistas –que abrazan la causa de una clase contra otra– no producirían un conocimiento válido y verdadero, más bien fabricarían una historia interesada y, por la misma razón, alejada de la realidad por cuanto estaría al servicio de uno u otro de los bandos en pugna.
Así, por ejemplo, un historiador marxista sería incapaz de producir una verdad objetiva y científica, toda vez que el marxismo, la teoría del movimiento proletario revolucionario, es una doctrina que toma, abiertamente, partido en la lucha de clases. En suma, un historiador partidario sería necesariamente un investigador parcial y no podría presentar resultados verdaderos, a menos que –deseoso de llegar a la verdad– adoptara como principio áureo e inconmovible, la imparcialidad y neutralidad respecto a la lucha de clases, en virtud del cual perdería su condición partidaria y devendría en un historiador desinteresado capaz –ahora sí– de discernir la verdad objetiva, por el simple hecho de que podría juzgar el pasado como árbitro imparcial más allá de la contienda social.
Desde ese punto de vista, las interpretaciones del pasado solo son objetivas cuando renuncian a tomar partido en la lucha de clases y se sitúan en un “justo medio” asumido como imparcial. En resumen para los apologistas de tal postura, la verdad objetiva es –fundamentalmente– independiente de la lucha de clases.
No obstante, una historia objetiva no es incompatible con la lucha de clases. Puesto que el hombre no es un sujeto abstracto cognoscente que existe fuera del mundo y aislado de él, sino un ser que actúa práctica y objetivamente, la realidad no se presenta frente a él como el polo complementario y opuesto a la de una mente pensante que la enfoca de un modo especulativo, sino como el campo en que, como individuo histórico, ejerce su actividad práctico-sensible. En otros términos, el individuo “en situación” no puede prescindir o escapar –aunque luchara con todas sus fuerzas por ello– de la lucha de clases.
Aun así, la representación de las cosas o las formas fenoménicas de la realidad a las que pueden llegar quienes ejecutan una praxis histórica determinada suelen ser distintas a la “estructura de la cosa”. De ahí que solo una teoría histórica como la marxista que, a diferencia de las anteriores, no pretende conservar una forma de explotación o sustituir una de ellas por otra, sino abolir todo tipo de explotación de una clase sobre otra, puede hacer coincidir el fenómeno y la esencia, puede traspasar el mundo de la pseudoconcreción y llegar a vislumbrar y conocer la ley del fenómeno.
En una palabra, una interpretación objetiva de la historia no está obligada a seguir la vía de la imparcialidad y la neutralidad respecto a la lucha de clases. Por el contrario, llegar a la verdad objetiva implica necesariamente la condición de adoptar el punto de vista de la única clase capaz de captar y acceder a la esencia de los fenómenos históricos.
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Escrito por Miguel Alejandro Pérez
Maestro en Historia por la UNAM.