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Quisiera comenzar haciendo una aclaración necesaria. No soy experta o investigadora de la literatura clásica griega; tan solo disfruto leer a los griegos y conocer cada vez más profundamente su cultura y su papel en las civilizaciones antiguas. Si en esta ocasión me atrevo a opinar es, más que nada, con la intención de invitar a mis posibles lectores a adentrarse en la literatura griega, que cada vez se conoce menos, sobre todo entre las generaciones más jóvenes.
El teatro nació en Atenas en el Siglo V a. C. aproximadamente. Con él nacieron la tragedia y la comedia, dos géneros dramáticos que se representaban para el pueblo. Entre los grandes dramaturgos griegos se encuentran los tres trágicos: Esquilo, Sófocles y Eurípides. La tragedia se caracteriza por abordar un tema serio en el que intervienen personajes nobles y donde el protagonista, ya sea por destino o designio de los dioses, tiene un desenlace funesto. En la antigua Grecia, la tragedia era utilizada para dar a los ciudadanos lecciones de moral o de ética, de comportamiento social, pero también para criticar los temas sensibles de la época.
Mucho se puede decir sobre Esquilo (525-456 a. C.) y Sófocles (496-406 a. C.), cada uno de los cuales merece un espacio aparte, me gustaría centrarme en la tragedia de Eurípides (408-406 a. C.), que considero revolucionaria con respecto a la de sus predecesores. ¿Por qué? Tanto las tragedias de Sófocles como las de Esquilo apelan a la conservación del statu quo, precisamente por pertenecer a la clase aristocrática griega. En Esquilo encontramos al hombre en su sufrimiento provocado por él mismo y completamente a merced de la voluntad de los dioses, implacables y severos en sus juicios. Sófocles se va más a la introspección del personaje, a los héroes que sufren no por causa propia, sino por causa del destino, que es inamovible.
Eurípides, por su parte, retrata el cambio que ya se estaba dando dentro de la sociedad griega. Según los historiadores, él fue hijo de comerciantes, la clase que estaba surgiendo para disputarle el poder a la aristocracia. Así se explica que las tragedias de Eurípides sean provocadoras, pues pretenden modificar el statu quo y eso se refleja en la construcción de sus personajes. Ya no vemos en ellas al hombre temeroso del dios ni a la mujer sumisa ni al esclavo silente; es más, ya no vemos a los dioses implacables y moralmente venerables. Vemos al hombre que desafía al destino, a la mujer fuerte, al esclavo inteligente y, sobre todo, al dios más cercano y parecido al ser humano (en actitud, vicios y dolores). Eurípides retrata la corrupción y la debilidad de los dioses (reflejo, o quizá hacedores, del hombre), al tiempo que muestra un profundo respeto por el heroísmo humano.
Un ejemplo de ese cambio en la estructura establecida en la tragedia es Alcestes, obra en la que encontramos al rey de Tesalia, Admeto, a quien las Moiras le han concedido vivir más allá de la fecha de su muerte siempre y cuando encuentre quién lo reemplace; cuando sus padres se niegan a tomar su lugar, Alcestes, su esposa, decide hacerlo. Mientras Admeto está de luto por la muerte de su esposa, su viejo amigo Heracles llega como visita y Admeto, ocultando el funeral y la tristeza de su casa, lo hospeda y lo colma de honores y fiestas. Al enterarse Heracles de la situación familiar, se siente culpable y decide bajar al inframundo para recuperar el cuerpo de Alcestes. Poco después regresa a casa del rey cargándola en brazos. En esta tragedia vemos cómo se rompen los moldes establecidos previamente: el protagonista es perdonado por el destino, pero condenado a cargar una pena eterna (la muerte de su esposa), condena que se elimina cuando Heracles, un semidios, entra en acción para que no se consume la tragedia.
Ésta es solo una de las 19 tragedias que se conservan de Eurípides, pero suficiente para invitar al lector a que se acerque a su obra y la conozca, así como la de grandes dramaturgos como Esquilo, Sófocles y Aristófanes. Pero invito no solo a leer teatro, sino a verlo, disfrutarlo y, si es posible, también a interpretarlo.
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Escrito por Libia Carvajal
Colaboradora