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Gilbert K. Chesterton
Fue uno de los grandes escritores de la literatura inglesa, destacó en diferentes géneros literarios: en el periodismo, la novela, la poesía, la biografía, el libro de viajes y el ensayo.
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Nació en Londres, Inglaterra, el 19 de mayo de 1874. Fue uno de los grandes escritores de la literatura inglesa, destacó en diferentes géneros literarios: en el periodismo, la novela, la poesía, la biografía, el libro de viajes y el ensayo.

Aunque vivió en la era modernista, no fue un modernista en el sentido estético ni ideológico, se le considera más bien un antimodernista o un tradicionalista renovador que defendía los valores espirituales, la imaginación, la fe y el sentido común frente al nihilismo, el escepticismo científico y el relativismo moral de su tiempo. Su pensamiento, profundamente influenciado por su conversión al catolicismo, se manifestó en una escritura combativa pero accesible, donde el ensayo, la poesía y la narrativa servían como vehículos para sus reflexiones filosóficas y espirituales.

Estilísticamente, se distingue por su uso brillante de la paradoja como recurso central, empleándola no sólo como figura retórica, sino como herramienta para revelar verdades ocultas en lo aparentemente contradictorio. En sus poemas, como La balada del caballo blanco, la épica cristiana se mezcla con una visión alegórica de la lucha espiritual. En ensayos como Heretics u Orthodoxy, defiende el cristianismo con una lógica juguetona pero firme. Su narrativa, como en El hombre que fue Jueves o Los relatos del Padre Brown, fusiona el misterio con la reflexión metafísica. 

traducción: josé antonio hernández garcía

 

El esqueleto

El pinzón que parlotea y la brisa

no son más felices que yo;

aquí yazco entre flores 

con mi eterna risa.

No, para nada cómodamente; 

aunque claro, amigos, por pensar de prisa 

no supuse la muerte, que el buen rey 

ocultó como broma… cuidadosamente.

 

Canción de lo acertado y lo erróneo

Fiesta en vino o fasto en agua

su honor permanecerá incólume.

El hijo y la hija del Dios Omnipotente, 

él, valiente, ella, pura;

si un ángel del cielo 

te trajera otras cosas para beber, 

le agradecerías sus amables atenciones 

e irías y las vaciarías bajo la sentina. 

 

El té es como el Este que crece en él, 

un gran mandarín amarillo

con reglas de urbanidad 

e inconsciencia del pecado; 

todas las mujeres, como un harén, 

como colas de cerdo en tropel; 

y, como todo el Este que crece en él, 

cuando se fortalece, veneno se vuelve.

 

Aunque oriental, el té

es un caballero al menos; 

el cacao es sinvergüenza y cobarde, 

el cacao es una bestia común, 

el cacao es sombrío, desleal, 

allí se queda, arrastrándose el desvergonzado, 

haciéndose el payaso, 

y puede que le agradezca 

al tonto que lo toma. 

 

En cuanto a las aguas huracanadas, 

que llovieron como tempestades 

cuando deshonraron las buenas bebidas 

de los bebedores del pueblo, 

cuando el vino tinto trajo la ruina roja 

y la danza de la muerte de nuestros tiempos, 

el cielo nos envió agua que refresca 

como tormento para nuestros crímenes.

Canto de la extraña ascesis

Si hubiese sido pagano,

habría ensalzado la vid purpúrea,

mis esclavos habrían labrado los viñedos 

y yo bebería vino;

pero Higgins es el pagano 

y sus esclavos crecen famélicos y encanecen; 

quizás él pueda beber un poco de leche tibia 

unas dos veces al día.

 

Si hubiese sido pagano, 

habría coronado los rizos de Neaera, 

y colmado mi vida de aventuras amorosas 

y mi casa con muchachas que bailan; 

pero Higgins es el pagano, 

y diserta a fuerzas en sus aposentos, 

donde sus tías que no están casadas 

exigen divorciarse. 

 

Si hubiese sido pagano,

habría enviado mis ejércitos por delante, 

y por la retaguardia arrastraría

a los jefes del norte; 

pero Higgins es el pagano, 

y esgrime con pesar la pluma, 

para prestar a los pobres dinero divertido 

lo que lo hace aún más pobre. 

 

Si hubiese sido pagano, 

habría colocado mi pira en lo alto 

y un gran torbellino rojo 

rugiendo se iría al cielo; 

pero Higgins es el pagano, 

y es más rico que yo: 

pero ellos son los que lo pusieron en un horno, 

como si fuera un pastel. 

 

Ahora quien corra por ahí puede leer 

el enigma que escribo, 

de por qué este pobre viejo pecador 

debe pecar sin deleite. 

Sin embargo yo, yo no puedo leerlo 

(por más que corro y corro), 

pues ellos carecen de fe 

y nunca se divertirán.

La balada del suicidio

El patíbulo en mi jardín, dice la gente, 

es nuevo, pulcro y tiene la altura adecuada;

ato la cuerda de la consabida manera

como quien anuda su corbata a una pelota; 

pero justo cuando todos los vecinos
–desde la pared–

esbozan un largo suspiro y gritan “¡albricias!”,

soy presa de un extraño capricho…

después de todo

pienso que hoy no me ahorcaré. 

 

Mañana será el día de mi paga, 

la espada de mi tío pende en el vestíbulo, 

veo una pequeña nube, rosa y gris toda;

tal vez la madre del rector no llamará –imagino 

que tuve noticias del sr. Gall–, 

esos hongos podrían haberse cocinado de otra forma, 

nunca leí las obras de Juvenal. 

Pienso que hoy no me ahorcaré. 

 

Habrá otro día para que el mundo se lave;

los decadentes decaen; los pedantes, insípidos; 

H. G. Wells ha descubierto que los niños juegan 

y Bernard Shaw que tienen rachas, 

los racionalistas crecen racionales 

y tras los espesos bosques encuentro un arroyo perdido 

tan secreto que el mismo cielo parece pequeño. 

Pienso que hoy no me ahorcaré.

 

ENVÍO

Príncipe, puedo oír la trompeta del Germinal, 

su carreta se esfuerza de terrible manera; 

e incluso hoy, su testa real puede caer. 

Pienso que hoy no me ahorcaré.


Escrito por Redacción


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